La editorial de la Universidad de Magallanes acaba de reeditar esta novela de Lucas Bonacic Doric —publicada originalmente en 1941—, y quien a partir de un crudo y descarnado realismo (no exento de poesía), expone el espacio revelador y cotidiano de la sacrificada existencia patagónica chilena del siglo XIX.
Por Juan Mihovilovich Hernández
Publicado el 30.7.2021
¿Cuál es el género que mejor sintetiza esta magnifica obra? ¿El del simple drama en su conceptualización original: el hacer o actuar de la terminología griega? ¿O es acaso una propuesta que excede una definición escueta y abarca aspectos de un crudo realismo que termina siendo una simbología de la vida misma, con sus aportillados sueños e infalibles tragedias?
Lucas Bonacic Doric reconstruye, a partir de ese realismo anunciado, un trecho revelador de la sacrificada existencia patagónica chilena del siglo XIX. Pero creer que estamos solo frente a la descripción de hechos que configuran la trama de esta excelente novela, es restringir los verdaderos alcances de una multifacética ficción reflexiva.
Desde las primeras páginas intuimos entrar a un universo colmado de conflictos y agudas contradicciones humanas. Premunido de un lenguaje inusualmente poético, nos describe ese soterrado espacio de las vicisitudes instaladas en el siquismo individual, conjugado con las pasiones inherentes al dolor, las frustraciones, los anhelos y la no despreciable cuota de un azar misterioso, que a menudo acaba con los sueños personales.
Un evidente sentido de la casualidad
Antonio Deanov es el protagonista central de esta saga. Su accionar es concomitante con el plano de los afectos y la historia familiar. Su encuentro con quien se presume el amor de su vida, Lidiana, hija de un rico hacendado, será el leit motiv con que Deanov, en su condición de capataz, visualice el futuro.
Conviene sí hacer un par de digresiones sobre esta opción amorosa. La primera es que el devenir de Antonio Deanov está ajustado a un evidente sentido de la casualidad: “La vida no es en sí misma más que una aventura… Unos viven lentamente y otros apuran ardientemente la copa de la vida. Pero siempre se llega infaliblemente a su destino. Los primeros vegetan; los segundos viven una vida fuerte y apasionada…” (p. 49).
La segunda, es que, en su afán de dominar las intrincadas fuerzas de su vitalidad interior, Deanov tendrá la opción de hacer lo correcto o lo que su atribulado subjetivismo le dicte. Y en la alternativa decidirá lo último, siempre con más dudas que certezas, dejando que lo imprevisible determine el curso de los hechos, aun cuando en su fuero interno presagie que el corazón le dicta lo que necesita.
En esa perspectiva, su acontecer se situará en un grado no despreciable de impulsividad. Se diseña el trayecto de un protagonista que “sufre” la vida, que la afronta con el arrebato indomable de una juventud que asume desde su partida familiar un axioma: la existencia no es sino un desafío permanente, respecto de un azar caprichoso susceptible de encauzar.
Así, pasar por el trabajo primario, por la naciente pesadumbre amorosa junto a una lozana prostituta, a su inesperado deceso y engranaje con un dolor teóricamente maduro, lo llevará hacia derroteros virtualmente definitivos. Pero sus deseos son transitorios. Su naturaleza indómita desvirtúa la comodidad: esposa e hijos, la estructuración de una familia seductora. Pospondrá esa planificación que se antepone a lo imprevisible.
Así, el tránsito hacia el oro de Tierra del Fuego se dará por ese aparente destino casual con que los seres humanos se enfrentan a sus propios demonios personales. Y en el precario regreso al hogar filial abandonado se presentará otra vez la disyuntiva: decidirá incursionar en la búsqueda del oro como consecuencia de esos escarceos no programados y secundados con personajes fascinantes.
La supuesta épica colonizadora
Luego, el camino. Su descenso a Punta Arenas, “la ya creciente perla del Estrecho”, derivada de su antigua condición de colonia penal, esa pequeña Europa accidental incrustada en medio de una chilenidad pujante, un presumido paso intermedio antes del regreso.
Y entonces, ante sí, ese espacio semivirginal donde el oro será una atracción perversa que cuestionará el sentido de su evolución. El oro como recompensa de la enajenación universal. La aspiración de enriquecerse motivado por el enrarecido juicio de los mineros ocasionales.
Pero tras la fragmentada historia sobre la que se erigirá la apasionante vida del protagonista, surgirán personajes implícitos: Sarmiento de Gamboa, el mítico y aterrador Cambiaso, los gobernadores Muñoz Gamero, Santos Mardones o Manuel Señoret, Williams y la Goleta Ancud, la epopeya miserable de Julio Popper, la visión paternal del indigenismo camino a la fatídica Isla Dawson, la personalidad audaz del marino Juan Ladrillero, los alcances de la persecución y exterminio indígena morigerada por los poderosos, “es más veloz el mal que el bien” (p. 96). El definitivo cosmopolitismo de colonos suizos, ingleses, franceses, yugoeslavos.
Por ello la vida de Antonio Deanov es la apuesta de un narrador certero, apoteósico, precursor de una auténtica prosa poética, en una época donde los géneros literarios estaban aún delimitados. Acá tales postulados se revierten: Deanov se yergue cual Raskolnikov patagónico como émulo del héroe contradictorio predestinado al triunfo o el fracaso en un mundo veleidoso.
Deanov se nos presenta como un actor que cuestiona el futuro de un territorio que circunscribió su evolución con la supuesta épica colonizadora, relegando la necesidad de respetar el espacio sustentado por los diversos reinos de la naturaleza, hasta terminar justificando el exterminio indígena en aras de un progreso inevitable.
Quizás si otro de los méritos de esta novela esencial en la literatura magallánica, sea el de situar ante nuestros ojos una especie de “alucinante reconstitución de escena” amparada en las pasiones excesivas, las tentaciones perversas que apuntan a la obtención de una riqueza azarosa.
Una apreciación que nos obliga a reflexionar sobre la conducta errática de Deanov, fruto de esta interacción personal y colectiva en que se incubó su propio drama, su aventura peligrosa, dejando que el destino se encargara del resto.
Sólo cabe preguntarse al cerrar las páginas finales de este libro estremecedor, ¿dónde, en qué instante, se perdió el sentido real de su existencia? ¿Si en el continúo riesgo con que siempre asumió su devenir o en la consecuente fatalidad con que los yerros humanos son castigados?
Y después de todo, ¿bastará tener una respuesta? ¿O nos quedaremos dudando hasta de nuestros propios pasos por la vida?
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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes. Entre sus obras destacan las novelas Útero (Zuramerica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).
De profesión abogado, se desempeñó también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén, hasta abril de 2020. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Monumento al Inmigrante Croata en la ciudad de Punta Arenas.