Disponible para su visionado en la plataforma de streaming Netflix, el largometraje de ficción dirigido por el realizador mexicano Rodrigo Prieto, se encuentra basado en el texto de la capital novela —para el «boom» latinoamericano—, escrita por su compatriota, el narrador azteca Juan Rulfo.
Por Jorge Fernández Canales
Publicado el 25.11.2024
Tengo la boca llena de tierra
Hay veces en que uno lee un libro y el dibujo que se nos proyecta en la cabeza tiene altas reminiscencias cinematográficas. Imaginamos a los personajes, recreamos los lugares y trazamos las acciones como escenas vívidas.
También, hay veces en que se nos hace imposible pensar que lo que estamos leyendo podría llevarse a lo audiovisual. Ya sea por la dificultad de la narrativa, por la imaginación exacerbada o por ese deseo inalienable de creer que lo que se dibuja en tu cabeza solo te puede pertenecer, mientras el resto se desvive con sus esbozos propios y lejanos al tuyo.
Hay veces, en fin, donde se te aprieta el estómago y ambas sensaciones cohabitan a parejas en tu interior. Eso es lo que trae consigo la reciente adaptación cinematográfica homónima de Pedro Páramo, novela publicada en 1955 y cuya autoría pertenece a Juan Rulfo (1917 – 1986), escritor mexicano clave y trascendental de la literatura latinoamericana.
Me mataron los murmullos
«Me acuerdo que me la hicieron leer en el colegio y la odié porque no entendí nada», me dijeron una vez cuando estaba preparando la clase introductoria para leerla junto a alumnos de tercero medio.
Pedro Páramo es una novela corta que tiene una dificultad intrínseca para ser leída, misma condición que hace volver a ella y que sirve para no bajarla del pedestal donde se encuentra, valorada ayer por autores como Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges y trazada hoy como una historia precursora desde el fenómeno del boom en adelante.
El problema surge cuando esa lectura no se acompaña, cuando no existe una mediación que pueda conducirte a entender que no vas a seguir de la mano de Juan Preciado por mucho rato y que no vas a perdonar para siempre a Pedro Páramo ni menos a Miguel, su único hijo reconocido, quien podría fácilmente encasillarse en el arquetípico personaje del Donjuán.
Lamentablemente, el primer obstáculo que tendrá la película, será precisamente la incomprensión. Su público se va a dividir en dos grupos principales: aquellos que odiaron la novela alguna vez y aquella masa uniforme de soberbia intelectual que se jactará de un producto que era imposible de antemano y que buscarán la crítica corrosiva para decidir que su imaginación no se proyecta lo más mínimo en el filme.
Habrá además un tercer grupo, ese que busca que las adaptaciones corran de la mano de los tiempos actuales. Que se modifiquen personajes, que se inserten espacios del simplismo inmediato. Para ellos, no hay cabida, pues la película es fiel en todo momento al relato de Rulfo y no hay un ápice de posibilidades para que se altere el producto final.
Jugando carreras con el tiempo
La película no simplifica. Con un guion bien elaborado juega estratégicamente con las técnicas narrativas contemporáneas impuestas por Rulfo. Hay una polifonía de voces clara donde los ejes protagónicos se alternan conforme avanza el relato. Las anacronías se mantienen imperturbables y se intersectan con estrategia narrativa.
Asimismo, los diálogos están muy cerca de los emitidos en la novela, por momentos incluso, son ecos de un misterio que nos transporta. Para avanzar, hay que entender los susurros, los silencios y los vacíos. Más aún, hay que vivirlos. O morirlos, si queremos seguir la pauta trazado por el autor.
Hay que manipular los cables de la realidad y vivir dentro de un mundo ajeno, donde lo sobrenatural carece de significado y se aúna directamente con lo real.
Nos hemos rebelado ante el gobierno
La narración de Rulfo, y por relación directa, la película, se inserta en lo que se llama la novela revolucionaria, tan características de la primera mitad del siglo pasado en México.
Con todo, la estrategia de Pedro para sacarse de encima a los revolucionarios es un punto de inflexión en la historia, sin embargo, a estas alturas, ha quedado relegado como un pelo en la cola para la trascendencia.
Hay mucho más. Hay un comienzo salpicado de vericuetos, hay un final que no es un final, sino un principio. Hay un orden no lineal que hace que el tema político sea un trasfondo de lo esencial. De la ficción mezclada con la realidad sin saber cuál es cual.
Hazme el favor de ir a llorar a otra parte
Martín Scorsese y Alejandro González Iñárritu no tendrían importancia alguna en este texto si no fuera porque son dos directores de categoría mundial que han confiado plenamente en Rodrigo Prieto para dirigir la fotografía de películas como Killers of the Flowers Moon, The Irishman, Amores perros y Babel, entre otras.
Prieto, en su estreno como director, se hace cargo de esta película y el desarrollo de la fotografía es uno de los tantos aciertos del filme. Comala es Comala. Se distingue esa sensación de vacío repleto de almas y se refleja en cada momento el sofisticado trabajo que llevó hacer una producción de esas características.
Vale la pena mencionar la fascinación que Rulfo tenía por el cine y la fotografía. Incursionó en guiones y retrato espacios vacíos, desolados, de armoniosa aridez identitaria. La elección de Prieto, por lo tanto, estuvo a la altura de las circunstancias. No fue un sujeto elegido al azar. De algún modo, debe haberse sentido capaz de llevar a cabo semejante empresa.
Estoy empezando a pagar
Nunca la voz en off tuvo mayor significado. Juan Preciado cambia de rol en la mitad de la película y, desde ahí en más, el protagonismo se traspasa a Pedro Páramo. Quién termina llevándose el protagonismo es una discusión eterna sin respuesta común tal como sucedió con Marlon Brando y Al Pacino cuando actuaron en The Godfather.
Lo cierto es que la adaptación tiene un trazado de aciertos que, difícilmente, será estimado por los más puristas. La recepción de la película va a ser dura, pero la culpa no es del hoy, sino del pasado negro con que carga una novela que debiese recordarse como una de las mejores sensaciones en cuanto a la conexión con la literatura.
El filme logró su cometido. Fue fiel al relato, creó una fotografía hermosa y nunca se alejó de los esencial. No me cabe duda que para Juan Rulfo este fue un acierto para retratar una obra que le costó casi quince años de su existencia antes de ser publicada.
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Jorge Fernández Canales es profesor de literatura y escritor. Oriundo de Santa Cruz. Ha publicado los libros de cuentos Derramental (2015) y Arritmia crónica (2019). Algunos de sus relatos han aparecido en revistas impresas y digitales.
Tráiler:
Imagen destacada: Pedro Páramo (2024).