La ópera prima del linajudo realizador local debe haber sido su escuela para experimentar, con posibilidades técnicas aportadas por Fábula Producciones, un lujo con respaldo social y político a los cuales pocos cineastas chilenos pueden aspirar (le facilitaron en su momento hasta el Teatro Municipal de Santiago para grabar).
Por Aníbal Ricci Anduaga
Publicado el 4.3.2021
Es evidente el crecimiento que tuvo el cine de Pablo Larraín Matte (Santiago, 1976) a partir de su primera pieza. Tony Manero (2008), Post Mortem (2010) y el salto cuántico de El club (2015), dan cuenta de su evolución como director, dejando de lado esos intentos de fotografía correcta y planos supuestamente artísticos, para posteriormente oscurecer sus imágenes y registrar espacios cerrados, claustrofóbicos, mostrando instinto para registrar el lado oscuro de los seres humanos.
Habrá talento para reflejar la podredumbre humana a partir de escenas bien compuestas, siempre replicando la turbiedad de sus protagonistas.
Fuga (2006) debe haber sido su escuela para experimentar, con posibilidades técnicas aportadas por Fábula Producciones, un lujo con respaldo social y político a los cuales pocos cineastas chilenos pueden aspirar.
El gran problema de Fuga es que su historia está llena de clichés, compuesta en tres actos, que van desmejorando la calidad de la cinta conforme avanza el metraje.
El apartado de actuación merece mención por su deficiencia. Un demasiado joven Benjamín Vicuña no acierta con ninguno de los registros (el guion no ayuda por cierto), incluso parece que el personaje fueran tres personas diferentes. Bien que haya variaciones que expliquen su envejecimiento, pero la continuidad resulta difícil de aceptar para el espectador.
La formulación dramática del filme está plagado de roles secundarios que ni siquiera esbozan estereotipos, son actuaciones planas, quizás con el único matiz de Alfredo Castro, encarnando a Claudio, un homosexual dado por loco, único pilar para sacar adelante la anécdota de fuga del segundo acto.
Hay numerosas referencias a otras cintas famosas, incluso imitando su paleta de colores, pero no están bien ejecutadas y reflejan cierta escasez de recursos.
Atrapado sin salida (Milos Forman), El resplandor (Stanley Kubrick), Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela) son sólo algunas cintas que se vienen a la mente, el problema es que el estilo de Fuga sufre saltos estéticos, como si se tratara de un collage.
La historia de Ricardo Coppa (Gastón Pauls), esta especie de Salieri que quiere plagiar la música de Eliseo Montalbán (Benjamín Vicuña), es realmente floja y su arco dramático casi inexistente.
El registro del co-protagonista muestra escasa inspiración, persigue a Montalbán en el último acto y sus gestos no denotan ni vileza ni astucia.
La escena final del naufragio del piano, significando una supuesta liberación del protagonista, una pretendida recuperación de la inocencia infantil, es lo suficientemente cursi para restarle toda seriedad al último acto. Esos músicos cargando instrumentos, tocando sobre una balsa, qué final patético.
Un cinéfilo se maravillaba viendo a Klaus Kinski escuchando ópera a bordo de una embarcación que remontaba los ríos del Amazonas (Fitzcarraldo), en cambio, esta escenificación de orquesta de cámara flotando sobre las aguas del mar hubiera hecho zozobrar al Titanic en tiempo récord.
El final es horrible, da la impresión de que el metraje intentara sacar a relucir una apuesta ambiciosa, algo así como echar toda la carne a la parrilla, pero la historia resulta artificial y sobre todo mal ejecutada.
Se agradece el sonido de la cinta, destacando del promedio de la producción nacional, los segmentos de «Rapsodia macabra» como leitmotiv funcionan correctamente, es una pieza musical extraña, que aporta al desequilibrio psíquico del personaje central.
***
Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es ingeniero comercial titulado en la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS.
Como escritor ha publicado con gran éxito de crítica y de lectores las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013), El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016) y las nouvelles Siempre me roban el reloj (Mosquito Editores, 2014), El martirio de los días y las noches (Editorial Escritores.cl, 2015), además de los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca (Mosquito Editores, 2008), los relatos y ensayos de Meditaciones de los jueves (Renkü Editores, 2013) y los textos cinematográficos de Reflexiones de la imagen (Editorial Escritores.cl, 2014).
Sus últimos libros puestos en circulación son las novelas Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020) y Miedo (Zuramerica Ediciones, 2021).
Asimismo es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Fuga (2006), de Pablo Larraín.