Este un libro de versos —que acaba de publicar el sello Independently Poetry— escrito a tres manos, y sus autores son Fidel Améstica, poeta y guitarrero, corrector de estilo en «El Mercurio», Marcelo Uribe L’amour, diseñador gráfico y académico de la Universidad Finis Terrae, y quienes hacen fuerza con el lírico juez de la República, el juglar Víctor Ilich.
Por Luis Elmes Araya
Publicado el 26.4.2021
«Un artista del trapecio —como se sabe, este arte que se practica en lo alto de las cúpulas de los grandes circos es uno de los más difíciles entre todo lo asequible al hombre— (…)».
Franz Kafka, en Un artista del trapecio
Iniciar esta nota de presentación sin referirnos al acontecer que aqueja a esta humanidad planetaria sería caer en la mansedumbre nihilista.
La peste viral que asomó como pandemia a nivel mundial, en palabras de Marco Antonio de la Parra: «aún no cesa. Su extensión será comparable a la de una guerra mundial. (…) Dejará reflexiones dolorosas sobre la fragilidad humana. (…) Ha arrasado con las creencias dejando desnudar a la ciencia en sus fortalezas y debilidades. Ha replanteado la familia y la pareja. La resiliencia es puesta a prueba. (…) Escribiremos, compondremos, esculpiremos. Esperando quien cante la peste como se cantó Troya (en «Artes y Letras», de El Mercurio, E 2. 27/12/20).
En medio de manifestaciones sociales, aconteceres políticos y económicos, la especie humana se ha puesto de pie y visualiza quizá la llegada de una nueva época.
Así nos lo recuerdan las palabras del narrador de El libro de la risa y el olvido, la novela de Milan Kundera, quien en la primera parte se refiere a los hechos que rodean al hombre actual:
«En las épocas en que la historia avanzaba aún lentamente, los escasos acontecimientos eran fáciles de recordar y formaban un escenario bien conocido (…) Hoy el tiempo va a paso ligero».
De este modo, un acontecimiento histórico hace olvidar al anterior, resplandeciendo a la mañana siguiente como novedad; y esto lo vivimos ahora, aquí mismo y en este instante, sin posibilidad de duda.
Un matiz distinto alumbra Julian Barnes con su novela El ruido del tiempo, porque a través de esta nos lleva a observar cómo la tragedia humana se profundiza y nos conmueve cuando nos revela en voz del protagonista que este: «recordaba todas las cosas, pero muchas veces se superponían y entrelazaban con todo lo que no quería recordar. Y lo atormentaba esta impureza, esta corrupción de la memoria».
La estupidez tejida con la risa y el olvido, la crueldad en el torniquete hecho de ruido y furia en el nudo del tiempo…
Esto fue lo que se me vino a la mente cuando Víctor me llamó para solicitarme escribir unas notas de presentación dedicadas a este poemario, cuya voz imaginaria se nutre de tres voces —Fidel Améstica, Víctor Ilich y Marcelo Uribe L’Amour—.
Sentí el llamado de la tribu, como Ralph y Piggy al encontrar una gran concha de caracol en la novela del británico William Golding, El señor de las moscas, libro que relata la historia de un grupo de niños, únicos sobrevivientes de un accidente aéreo, en una isla deshabitada. A ellos se les ocurre usar la concha de caracol para convocar a los demás y resolver el sentido de convivencia.
Esta invitación, esta convocatoria: «es hoy una actividad necesaria, un llamado a cumplir nuestra labor en la tribu», como bien resalta el escultor Francisco Gazitúa en esa página de El Mercurio ya citada.
Estos tres poetas, que se hacen llamar «el de la rigurosa amistad de los tres chiflados / que creen ser uno en un mundo disociado»; con «un rictus impermeable al descontento»; que intentan «inventarse un poquito cada día», y que «solo tienen certeza / de la ridiculez de la milanesa», precisan que el mundo «hay que voltearlo en 180 todo el día / a golpe de hermosura en la cabeza y en los ojos».
Una épica de lo cotidiano
Ellos son parte de una tribu ya bicentenaria, soporte de nuestra república. Tienen una formación en los clásicos antiguos, en sus símbolos y mitos, así como en los contemporáneos inmersos en el vigor de sus tragedias de la soledad y la desesperanza.
Han ocupado un lugar de privilegio en el Instituto Nacional, su colegio; han sido partícipes comprometidos en la recuperación de la Academia de Letras Castellanas, la ALCIN (de la que hasta hoy han salido trece premios nacionales de Literatura), luego de diecisiete años de dictadura.
También fueron parte activa en el hacer fundacional de la revista Boletín del Instituto Nacional, voz y biografía de una entidad imaginaria soñada para irradiar ciudadanía, pese a los golpes y sinsabores que ha sobrellevado, tanto desde afuera como desde adentro.
Cómo no hacer hincapié en la labor de comunidad de Fidel como secretario de redacción y de Marcelo como redactor y dibujante desde primer año de enseñanza media, y de Víctor, con su guitarra clásica en los eventos de homenaje y premios.
Cuántas actividades fueron enriqueciendo y fortaleciendo sus espíritus e intelectos, permitiéndoles adquirir una visión panorámica con muchas interrogantes. Ellos son de una generación nacida bajo el signo de la dictadura con su falsedad y crueldades.
Sus primeros pasos los afirman mientras cursan su enseñanza media en la democracia naciente de un arcoíris deslucido en promesas y contradicciones, con un discurso sinfónico que hoy finaliza en manifiestos y estallidos sociales como respuesta. Y la voz de sus versos es clara:
(…) Pero quién soy yo para decirles
a los vecinos que el arcoíris tiene otros colores y a las finales cada cual carga su historia (…)
*
Somos la historia de Chile, lo peor y lo mejor de ella,
somos un poema hecho leyenda.
Y precisan que: «mi propia vida no me basta / si no crece entre otras vidas»; y con ello hacen suyas las palabras de Kundera: «la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido».
Así, cual homérico rapsoda, la voz de estos poemas insta a las musas —a la memoria viva— a que ayuden a cantar la épica de lo cotidiano: «Para las musas hay que estar bendito / con el sencillo alcohol de los despojos», y así «armar el vacilón que nos divierte», frente a lo cual «hay que inventarse un poquito cada día».
No se puede bajar la guardia; se debe ser un constante aguafiestas ante las banalidades del día a día que socavan la vitalidad del espíritu; y a fin de lograrlo, «no hace falta inspiración / ni voluntad de forma: / hay que esperar que las musas / te manden al carajo».
Y no es que el poeta se reinvente «como pequeño empresario; que ni pequeño ni empresario, he nacido para servir (…) a aquellos que mucho no me conocen, pero que saben quién soy».
Esta épica de lo cotidiano, este peregrinaje del acontecer, se impregna del mito.
Y Nadine Gordimer (en su conferencia de recepción del Premio Nobel, compilada en Escribir y ser) nos recuerda que: «por medio de los mitos los narradores de tradición oral, los antepasados de los escritores, empezaron a explorar a tientas y a formular estos misterios, usando elementos de la vida cotidiana (…) y la facultad de la imaginación (…)».
Estos tres poetas se apropian ingeniosamente de esta vida con más vida, cuando el trajín excesivo y abusivo la ha degradado por la imposición y sobajeo del roce con la banalidad normalizada y hasta deificada; de ahí su recurrir a la imaginación como explicación del misterio de la existencia.
Qué mejor que recuperar el sentido común, la armonía y la mesura del hombre por el acto del ridículo.
«Un balde de frías palabras / cae sobre nuestras frentes / a fin de despertar la cordura» ante un mundo hostil y desvergonzado que nos rodea. Con irónico humor, cual adalides de lanza en ristre, apuntan al nonsense, a la visión desgastada del ser humano bufonesco y grotesco:
«Dios ha unido la estupidez a la grandeza / y contra eso no hay iglesia que valga: / todas las erige el hombre, ni siquiera la mujer»; así que «los hechos son lo que son / y no lo que tú dices que son».
Permítasenos concluir entonces que estos tres caballeros, estos Alonsos Quijano de tenue figura apenas y siquiera, «no tienen la culpa de escribir versos / con alambres de púas».
Diáfano nos resulta este poemario, transparente y honesto, un susurro de la historia digno de llegar a oídos dispuestos y también, por qué no, a la espera del segundo trapecio, un nuevo susurro con todo el derecho a contradecirse, por aquello de que «es ridículo creer que uno es solo» en este negocio que llamamos vivir.
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Luis Eduardo Elmes Araya, profesor del Instituto Nacional General José Miguel Carrera de toda la vida, y Premio Municipal de Educación 1997.
Imagen destacada: El escritor checo Milan Kundera.