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[Crítica] «Salvaje»: La muerte y la resurrección del hombre alienado

El filme del realizador chileno Juan Carlos Mege —de próximo estreno en la cartelera nacional— se interna en las profundidades de la identidad mitológica mapuche, para entregar a su espectador, una sucesión de imágenes que laten y penan en el subconsciente.

Por Juan Manuel Rivas

Publicado el 2.3.2022

En el diccionario, la palabra «salvaje» nos remite a alguien que no ha sido domesticado y que vive en libertad o bien denota a una persona que habita en un paraje natural sin ninguna intervención humana. En las dos acepciones, sin duda, ronda la idea de alguien que no ha sido contaminado, alguien que hurga en lo genuino, que está conectado con su esencia.

En este sentido, el cine ha sabido dar ejemplos certeros de personajes con esta condición: Nell protagonizada por Jodie Foster, también Instinto y Tarzán entre otros títulos, sin embargo, cuando el viaje te hace volver al origen después de haber existido en domesticación, el tópico transita hacia disímiles caminos.

Está la senda recorrida por películas como Into the Wild y Wild donde los protagonistas hacen una purga de sus vidas a través del viaje físico e interior que supone enfrentarse a la naturaleza y toda su inmensidad o bien existe otra legión de filmes que brindan postales que uno va armando, donde el espectador asiste a un periplo mágico, lleno de preguntas, donde se confunde lo onírico con lo real y donde se transita a la naturaleza a través de la sicodelia de las imágenes, de lo alucinógeno, de los simbolismos.

A estas ligas pertenecen películas como El abrazo de la serpiente de Ciro Guerra o Memoria del magnífico director Apachatpong Weerasethakul.

Salvaje del realizador chileno Juan Carlos Mege deambula más por esta huella sin miedo a internarse en las profundidades de la conciencia mitológica y entregando una sucesión de imágenes que quedan penando en el subconsciente.

 

Un viaje iniciático y sicodélico

De este modo, el tema de la fotografía y el arte de la película trasciende la propuesta fílmica dotándola de vida propia incluso sobrepasando la efectividad del discurso, el cual se centra en la lucha entre el progreso versus naturaleza, tópico que en este caso es descrito con brocha gorda, pero no por eso carente de realidad.

La historia que tiene como protagonista al joven ingeniero Antonio del Río —interpretado por Juan Cristóbal Pulido—, comienza cuando el profesional después de sufrir un colapso por las siniestras exigencias de su trabajo, acude a la naturaleza casi de manera instintiva a curarse de sus males. En el camino sucumbe y es rescatado por una comunidad mapuche quien le muestra su verdadera misión.

Es en esta parte de la película donde se expone la mayor riqueza de filme con escenas de gran simbolismo y belleza transformándose en un viaje iniciático y sicodélico, tanto para el protagonista como para los espectadores. De esta forma y con la presencia mínima de diálogos la trama adquiere vuelo propio hasta llegar a un desenlace brusco pero honesto.

Respecto a los personajes se destaca la presencia de entidades surrealistas que le imprimen un tono jodorowskiano a la propuesta, personajes como la machi urbana, la voz electrónica con vida propia, el loco de la Vega, la virgen, el hombre que reproduce los sonidos de los pájaros: Lorenzo Aillapán, patrimonio vivo del país e incluso el mismo Antonio ya metamorfoseado brindan un ambiente pleno de imaginería y un sello onírico a la obra.

El sonido y la música son elementos que se compenetran de forma total a la película, el graznido que aparece desde el principio de la historia otorga una pátina de irrealidad y misterio al filme que desde el principio se revela como un cuento urbano y legendario con tintes de fantasía.

A su vez, está muy bien lograda la banda sonora que transita cómodamente por cada una de las escenas, muy acorde a los momentos de la trama. En resumen, una aventura onírica de alto vuelo que describe de un modo surrealista la muerte del hombre civilizado.

A veces dicen hay que “morir” una vez para nacer a la verdadera existencia.

 

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Juan Manuel Rivas Paredes (Antofagasta, 1975) estudió periodismo y pedagogía general básica en la Universidad Católica del Norte.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Juan Manuel Rivas

 

 

Imagen destacada: Salvaje (2022).

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