[Crítica] «Sardónicus»: La poesía antipoética de Luis Cruz-Villalobos

Leer este libro del autor y psicólogo chileno agita el corazón, nos hace saltar de un siglo a otro, de un año a otro, de un día a otro, de una hora a otra, de un segundo al vacío, de un escritor a otro, de una sombra a la realidad, de la realidad a las sombras, de una propuesta a la espera de una respuesta.

Por Gustavo Gac–Artigas

Publicado 31.5.2024

Quizás un poeta pueda aventurarse a traducir a otro poeta sin traicionarlo, quizás un poeta puede traducir al mundo sin traicionar. Puede hacerlo si baja del Olimpo para caminar, ¡oh milagro!, sobre las aguas tormentosas de la poesía para que el verso llegue al corazón del pueblo.

No podía comenzar a escribir sobre Sardónicus, sin antes haberme detenido, con la humildad necesaria, en el Manifiesto de Nicanor Parra que, cual un mapa de navegación sin establecer un rumbo nos invita a navegar sin ancla y sin timón por la poesía antipoética de Luis Cruz–Villalobos (1976).

Escribir para no morir guía la pluma, salir a observar el mundo guía la pluma, a buscar los seres que habitan ese mundo antes de regresar a la celda. El poeta es hombre, es dolor, es curiosidad, es desafío a la estupidez humana y a la vez es frágil cuerpo desafiando la intemperie, ese frío que recorre la sociedad y la soledad.

Tonto escritor que buscas penetrar el alma de un poeta. Bobo lector que intentas encontrarte en un verso que es a la vez ajeno y tuyo, nos deja caer Cruz-Villalobos.

Viajan sus versos entre el Olimpo y la tierra, viajan por el aire sin moverse de la tierra, tienen alas y a la vez la suavidad rugosa de callosas manos deshojando un lirio. Versos que se ríen y desafían convenciones, versos antiversos que nos abofetean, versos antiversos hermosos bastardos fruto de amores ilegítimamente legítimos.

Como lo es todo verso nacido en este mundo.

 

Mientras una pizza se enfría

Los versos viajan con el poeta en trenes o en viejos buses. Se van transformando de paisajes en antiversos. La mente y la maleta se llenan de poesía, afortunadamente para nosotros, el conductor no cobra sobrepeso.

El puerto le habla de Neruda, el océano siempre ha dialogado con los poetas, en Las Cruces, en la mitad de un cerro Nicanor sonríe, en las montañas, junto al espacio infinito Gabriela suma su sonrisa.

Nos pasea Cruz–Villalobos por su vida, por la poesía; nos lleva a conversar con poetas, a estremecernos con una cifra, 40 millones, 40 millones, la inmensidad de la inhumanidad mientras una pizza se enfría y por esa noche cierro el libro.

Me dormí caminando al lado de un hidalgo caballero, no estoy seguro si era El Quijote o Luis Cruz-Villalobos, estaba llegando a la página 100. Me detuvo Violeta y el ruido de un disparo regresándola a la eternidad.

Y nunca he tenido un perro, odio ser propietario de un ser viviente.

Nicanor sonríe junto al antipoeta, y continúan caminando de la mano.

El antipoeta nos revela la realidad de la vida del poeta, esperanzas, libros lanzados al mar esperando que no naufraguen, canciones que se repiten en su mente, Cambalache, Cambalache revolotea entre los versos, los poemas llegan y se van.

Pobre poeta miserable, como un día le llamaron.

Los antipoemas llegan al alma, los poemas llegan y se van, Cambalache juguetea entre los poemas.

Un día el poeta renegó de sus poemas, de lo escrito anteriormente, el poeta quemó al poeta para dar nacimiento al antipoeta, única hoguera permitida, la del propio poeta renegando de su obra para dar vida, nova vita a su poesía. Hoguera purificadora, no destructora, creadora, no la hoguera del dictador.

¿Para qué?, ¿para quién?, ¿qué? escribo.

¿Son sombras en las páginas de un libro?

¿Qué utilidad tiene?

¿Se puede escribir tras vivir lo inhumano?

El poeta y su lector son impotentes testigos frente a una bomba, a un campo de concentración.

¿Es el antipoeta el último humano de la antihumanidad? Presa fácil del abandono es la poesía.

Leer Sardónicus agita el corazón, nos hace saltar de un siglo a otro, de un año a otro, de un día a otro, de una hora a otra, de un segundo al vacío, de un escritor a otro, de una sombra a la realidad, de la realidad a las sombras, de una propuesta a la espera de una antipropuesta.

La suya, lector.

No sé cómo escribir una reseña, me desangro al buscar inútilmente las palabras.

Es el amanecer, el amanecer que busca un poema, una pregunta, esa que nos acompaña desde el comienzo de la humanidad, y me sumerjo, buscando en Sardónicus otra pregunta, jamás una respuesta, mientras resuena Cambalache revoloteando en mi cabeza:

Que el mundo fue y será una porquería
ya lo sé
todo es igual.

No, no todo es igual si se amanece pisando la tierra y leyendo más de 30 años de antipoesía.

 

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Gustavo Gac–Artigas es escritor, poeta, dramaturgo y hombre de teatro chileno, miembro del PEN Chile y correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Reside en los Estados Unidos.

 

«Sardónicus. Antipoesía 1991-2023», de Luis Cruz-Villalobos (ÆÐ Ediciones, 2024)

 

 

 

Gustavo Gac-Artigas

 

 

Imagen destacada: Gustavo Gac-Artigas y Luis Cruz-Villalobos.