[Crítica] «Solo en la oscuridad»: La dimensión «solitaria» del detective Heredia

Publicada originalmente en 1992 (por Editorial Torres Agüero, en Buenos Aires) esta novela de Ramón Díaz Eterovic refleja el sitio impreciso de un hombre anclado a una urbe de cemento y casi siempre nocturna y acechante, que merece el calificativo de «triste» y también de «desolado», pero cuyo protagonista es capaz de sonreírle a la muerte.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 24.11.2021

Heredia pareciera un personaje salido de la nada. No tiene historia personal, no se conoce su procedencia, no hay mención alguna a su entorno familiar, carece de amistades o de puntos de referencias que lo liguen al mundo cotidiano. Heredia, es luego, un ser desprovisto de vínculos sociales.

A un personaje así podría catalogársele de vacío, de estar circunscrito a la abstracción y no poseer ligazones directas con el mundo real como si estuviera fuera de contexto. Sin embargo, Heredia, el personaje central de la novela, no obedece a ninguna de sus aparentes carencias.

Y eso que pareciera ser un contrasentido le otorga un sello distinto de profunda hondura humana, de patética soledad, de trágico quijotismo sometido a un vaivén urbano ajeno y que, no obstante constituyen su mundo inmediato.

 

En una urbe desprovista de sentido

Heredia es un detective privado, anclado en la metrópolis santiaguina que por cuestiones del azar se vincula al asesinato de una azafata que conoce de manera casual. Las vicisitudes del mundo de la droga y ciertos manejos de poder subterráneos van tejiendo un hilado múltiple que entrecruza diversos ámbitos sociales.

Pero, bajo la superficie de los acontecimientos, que Heredia va ligando en busca de una verdad que intuye siempre a medias, lo importante está en la atmósfera, en la humanidad que esconde la dureza exterior de Heredia, más que nada máscara para sobrevivir en un mundo abyecto y corrupto al que va sacando dosis de ternura para soportar la soledad y el abandono de sí mismo.

En el plano de las escasas novelas policiales que como género se trabaja entre nuestros narradores, Solo en la oscuridad, trae un aire renovador, explorativo, lleno de matices y sugerencias que atrapan desde la primera a la última página.

Más allá de la trama, que de por sí es atrayente y refleja un devenir activo y ágil, sobrecoge la dimensión «solitaria» de Heredia.

Cuesta imaginar a un hombre relacionado con la investigación como alguien dotado de una sensibilidad asociada a la ternura, que sumido en atrapar a un asesino regresa cada cierto tiempo hasta su gato «Simenon» y establezca con él una relación mítico-natural, una especie de convenio no dicho en que cada uno es el soporte necesario del otro en medio de una urbe desprovista de sentido.

 

Capaz de sonreírle a la muerte

Es cierto que Heredia tiene a una mujer. Es verdad que ella le otorga una compañía que refuerza su condición de niño desprotegido.

Pero, en el fondo de sí mismo, Heredia sabe que está condenado a descifrar los arrestos de la maldad, porque, de alguna extraña manera él mismo se intuye como un salvador, no tanto de los otros como de sí mismo a través de los demás.

Por eso se enternece con la hija de la mujer asesinada. Por eso viaja a Buenos Aires y se involucra en una historia que para cualquiera carecería del más elemental sentido. Pero, Heredia intuye, como esos héroes solos y solitarios que «algo» es posible encontrar detrás de lo aparente, que bajo el barniz de las cosas y de las formas que manejan el mundo siempre hay rostros humanos que se utilizan para beneficio de otros.

Solo en la oscuridad de Ramón Díaz Eterovic (Punta Arenas, 1956) es luego, una novela que refleja el sitio impreciso de un hombre anclado a una urbe de cemento y casi siempre nocturna y acechante, que merece el calificativo de «triste» y también de «desolado», pero que es capaz de sonreírle a la muerte por recuperar en una niña su sonrisa natural.

Y además, o por último, es una novela bien escrita, amena, con sentencias de vida y humor, negro en ocasiones, pero que deja en el lector, sin duda, algunas huellas profundas después de su lectura.

 

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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes. Entre sus obras destacan las novelas Útero (Zuramerica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).

De profesión abogado, se desempeñó también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén, hasta abril de 2020. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

«Sólo en la oscuridad», de Ramón Díaz Eterovic (Lom Ediciones, 2013)

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Imagen destacada: Ramón Díaz Eterovic.