El montaje dramático de la compañía Bonobo, cuyo título invoca a la diosa griega de la justicia, y dirigido en conjunto por Andreina Olivari y Pablo Manzi, se presentó con gran éxito de público durante la última semana en la sala del Teatro Nacional Chileno.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 18.7.2022
Un amigo me dijo textual después de ver juntos la obra de la compañía Bonobo, en uno de esos cuatro días seguidos y frenéticos, en los cuales se repuso el especular montaje, en la sala del Teatro Nacional Chileno:
«Es como si Aristófanes hubiese tomado una máquina del tiempo, hubiera viajado a nuestra década y hubiera espiado las costumbres y los complejos morales de los millenials con plata, y después hubiera sumado a su bagaje lecturas de Pirandello, y hubiera jugado con todo eso para lograr una comedia con humor negro y delirios clásicos», reflexionó con evidente presunción, el joven poeta Alfonso Matus Santa Cruz.
En efecto, la agilidad narrativa y la mecánica de una dramaturgia casi perfecta, son puntos altos en el análisis que podemos efectuar acerca de Temis, y donde el nivel parejo y equilibrado, en lo referente a la calidad de las actuaciones de su elenco, evidencian la planificación creativa llevada a cabo por 10 años de producción simbólica, en ese grupo que antes consiguiera los mismo aplausos y entusiasmo en las audiencias, con los títulos Donde viven los bárbaros (2015) y Tú amarás (2018).
De hecho, el crédito que se analiza en estas líneas, cierra una trilogía: «que reflexiona sobre cómo se construye la violencia en contextos democráticos», según sus realizadores.
Los diversos registros que ejercen actores como Guilherme Sepúlveda y la invitada Marcela Salinas (un acierto su inclusión en este reparto), dan cuenta de ese trabajo escénico de la dirección de Andreina Olivari y de Pablo Manzi; quienes mediante el uso de un solo cuadro, y valiéndose de una iluminación que responde en cada pasaje a los requerimientos de la dramaturgia en específico, entregan una comedia social que de a poco desenreda sus hilos argumentales hasta alcanzar ese significado de expiación que persiguen con ansias sus personajes, sin excepción.
Una necesidad de los afectos humanos por algo parecido al perdón cristiano, o a la emoción de una posibilidad a fin de que las miserias y el dolor del pasado dejen de estar siempre presente en nosotros, y al lado del futuro y de su horizonte.
Escribió Stendhal que cuando un hombre se hace tan rico en muy poco tiempo es porque inevitablemente debió hacer cosas inmorales para conseguir su fortuna, y ese padre doblado por la edad, su conciencia y el peso de la culpa en una ridícula silla de ruedas, no deja jamás de implorar (absurdamente) la redención que solo la metáfora de la diosa griega Temis, y su hipotético e imposible regreso al living de su casa, le pueden ofrecer y procurar, en un mágico devenir.
Aunque sea, coincidimos, a través de un justo y merecido castigo.
Huir del miedo que nos rodea
El humor negro es otra de las características presente en los diálogos del presente montaje, en un desarrollo dramático que invoca al absurdo y a lo grotesco, constantemente.
Bajo ese prisma, las actuaciones del elenco estable de la compañía: las de Gabriel Cañas, Gabriel Urzúa, Paulina Giglio, Carlos Donoso y Guilherme Sepúlveda, refuerzan aquel acento e intencionalidad estética con su registro interpretativo y la composición tanto emotiva como psicológica, de sus respectivos roles.
La calidad técnica de los actores (deslumbrante) y las diferentes intensidades de la iluminación a cargo del diseño integral de Los Contadores Auditores, despuntan al modo de virtudes escénicas que bajo la codirección de Andreina Olivari y de Pablo Manzi, conforman a Temis en un título de tantas revelaciones argumentales, que su dramaturgia termina por exponerse al estilo y en la forma de una deliberación artística, política y asimismo filosófica.
Víctimas de una vejación en su propio hogar, la llegada imprevista de una extraña, asimismo, y quien se presenta como una hermana sanguínea extraviada, origina todo ese vendaval de cuestionamientos, y de encrucijadas que pese a aparentar un equívoco sin importancia, comprenden un desafío creativo mayor, y el cual subyace oculto a lo largo de la narración dramática, hasta finalmente manifestarse en su obstinada y descreída trascendencia.
Las disidencias y las renuncias, sin ir más lejos, pueden surgir desde el interior de una familia, y la ambición y la codicia distan de reconocer vínculos y lazos filiales o de amistad, en una referencia desesperanzadoramente literaria que hace recordar al voraz miedo que sacude a ese grupo nuclear que huye de la tecnología, de un entorno hostil, y el cual intenta hacerle el quite al pavor invisible de la modernidad, descrito en las páginas de la inmensa novela Ruido de fondo (1985), del narrador estadounidense Don De Lillo.
No exageramos, entonces, si afirmamos que Temis se lee escénicamente como esa novela soñada por Aristófanes y de Luigi Pirandello en pleno siglo XXI, que embriagó a la sensibilidad desmesurada de mi amigo.
Ficha artística:
Dramaturgia: Pablo Manzi.
Dirección: Andreina Olivari y Pablo Manzi.
Elenco: Gabriel Cañas, Carlos Donoso, Paulina Giglio, Marcela Salinas, Guilherme Sepúlveda y Gabriel Urzúa.
Diseño integral: Los Contadores Auditores.
Música: Camilo Catepillán.
Producción: Horacio Pérez.
Prensa: Fogata Cultura.
Fotografías: Marcos Ríos.
Co-producción con Espacio Checoeslovaquia.
Proyecto realizado con el auspicio de Fondart.
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Tráiler:
Crédito de las imágenes utilizadas: Marcos Ríos.