En la sala del Teatro Nacional Chileno se presenta hasta el próximo 25 de junio esta actualización de la obra clásica del inmortal bardo del Avon, que con la colaboración escénica de la multifacética artista nacional Amalá Saint-Pierre, cuenta con la dirección de la mítica dupla europea conformada por Peter Brook y por Marie-Hélène Estienne, en un montaje que exhibe, asimismo, las sobresalientes actuaciones protagónicas de los intérpretes locales Diana Sanz y Pablo Schwarz.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 17.6.2022
Siempre revistar un clásico es una empresa difícil y no exenta de inquietantes complicaciones, las cuales van desde los usos de las expresiones del lenguaje, hasta de una puesta en escena o diseño de vestuario, donde la ortodoxia ordenaría seguir los rituales y los manierismo de la época de origen de la obra respectiva.
En este caso, la versión asistida por la chilena Amalá Saint-Pierre (1982), y quien sigue a su vez la adaptación realizada por el director inglés Peter Brook y por la dramaturga francesa Marie-Hélène Estienne, efectúa ese cambio de giro de una forma bastante pensada y lograda hacia el contexto social y cultural nacional.
Lo cual refleja un profundo nivel de pensamiento estético y dramático en torno al hecho mismo de actualizar una obra estrenada en la Inglaterra de 1611, más de cuatro siglos después, pero ahora en Santiago de Chile.
Solo observemos en los verdaderos ladrillos que hemos recibo al respecto, en el lenguaje cinematográfico, por ejemplo, con la difícil e inexpugnable La tempestad (1991) del en otras veces genial realizador (también teatral) Peter Greenaway.
Por eso, detenerse en la actualización de esta versión es un ejercicio de honesta admiración creativa, en detalles tan simbólicos como el humor que en esta oportunidad despliegan los actores, cuando se tapan la boca porque no tienen mascarilla, haciéndonos ver la psicosis colectiva que ha desatado en las relaciones presenciales la pandemia del Covid-19.
Los cantos de la ternura
En efecto, las acertadas decisiones de la dirección parten con esa apropiada elección de actores para su elenco, desde los ya mencionados Diana Sanz y Pablo Schwarz, hasta seguir con Alex Quevedo, la joven Noelia Coñuenao, Rafael Contreras y Aldo Marambio.
Todos en un nivel interpretativo parejo y superlativo, una comprobación de la convicción dramática y escénica que la directora supo trasmitirles para esta entretenida, ágil, y siempre existencialista, recreación de La tempestad.
El Shakespeare de las frases rimbombantes y sin aliento, aparece aquí matizado por la risa y la ilusión del amor, pero sin dejar espacio a la banalidad ni menos al desgaste de las pasiones y de los sentimientos, los humanos de siempre, y que en este argumento se hacen presente reiteradamente.
Así, la dirección de actores guiada por Saint-Pierre, en unión con la puesta en escena minimalista heredada desde Europa, a cargo de Peter Brook y de Marie-Hélène Estienne, se conjugan en un acercamiento a Shakespeare muy logrado al contexto chileno, y donde cada elemento, desde las alfombras persas hasta los fragmentos de madera dispuestos sobre el escenario, simbolizan un concepto, una idea, y una imagen que revitalizan la noción de lo clásico.
Otro detalle de contemporización escénica se aprecia en la producción y en el diseño de vestuario de Valentina San Juan (asistida por Omar Parraguez), a fin de aportar otro aspecto de proximidad artística que sobresale y se añade en la obtención de los resultados dramáticos ya por todos conocidos.
El cierre con el Próspero de Schwarz envuelto en una elegante capa negra resaltan el desempeño de un intérprete que en la escena teatral recupera sus magníficos talentos actorales, y los cuales en otros formatos de diluyen o son obnubilados por las necesidades de específicos registros.
También, los recurrentes cantos entre líricos y sacramentales de Harué Momoyama, que se escuchan con recurrencia a lo largo de la obra, representan otro apartado de belleza sensorial y de la invocación a la ternura en el aprecio de este montaje, tal y como lo afirmó la directora Saint-Pierre en diversas entrevistas previas a este reestreno.
Mención aparte para la ingente labor creativa de la artista chilena de origen francés en nuestra escena teatral, quien con esta reposición dada a conocer originalmente en el Festival Teatro a Mil de principios de esta temporada, cierra un primer semestre de año notable, si le añadimos sus presentaciones junto a las obras que produce siendo integrante fundamental del Colectivo Mákina Dos.
Ficha artística:
De William Shakespeare.
Adaptación y puesta en escena (Francia): Peter Brook y Marie-Hélène Estienne.
Colaboración a la puesta en escena y asistencia de dirección (Chile): Amalá Saint-Pierre.
Elenco (Chile): Diana Sanz, Pablo Schwarz, Alex Quevedo, Noelia Coñuenao, Rafael Contreras y Aldo Marambio.
Producción y diseño de vestuario (Chile): Valentina San Juan asistida de Omar Parraguez.
Diseño de iluminación (Francia): Philippe Vialatte.
Cantos: Harué Momoyama.
Traducción al castellano: Benjamín Galemiri y Amalá Saint-Pierre, a partir de la traducción francesa de Jean Claude Carrière.
Coproducción para la versión francesa: C.I.C.T. –Théâtre des Bouffes du Nord, Théâtre Gérard Philipe, Centre Dramatique National de Saint-Denis, Scène nationale Carré – Colonnes de Bordeaux Métropole, Le Théâtre de Saint-Quentin–en–Yvelines – Scène Nationale, Le Carreau – Scène nationale de Forbach et l’Est mosellan, Teatro Stabile del Veneto y Cercle des partenaires des Bouffes du Nord.
Coproducción para la versión chilena: Fundación Teatro a Mil y Teatro Nacional Chileno.
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Crédito de las imágenes utilizadas: Teatro Nacional Chileno.