Quien sea creyente (y quizás los escépticos también) y esté desesperanzado por un profundo duelo, debe asomarse a este masticado poemario del autor chileno Luis Cruz-Villalobos en silencio, y tal vez susurrar sus páginas en una recogida intimidad.
Por Luis Miguel Iruela
Publicado el 5.1.2025
En el recién finalizado año, se cumplieron veinte de la muerte de Maximiliano, el delicado bebé de Luis Cruz-Villalobos. Suceso que dio lugar a un brote de poesía religiosa intensa y abundante, recogida en el libro Tormenta crisol (2004) y que lleva por subtítulo el de Salmos desde el dolor.
Así, es de aguda emoción el poema «Ud», en el cual el poeta protesta primero por el silencio de Dios ante la enfermedad de su hijo para acabar con una aceptación del hecho y un íntimo agradecimiento por la voluntad y la presencia del Ser Supremo.
Esto es en esencia el sentimiento religioso, hoy tan olvidado. El espíritu del Libro de Job con la rebeldía inicial ante un Deus absconditus y el reconocimiento por parte del creyente de su condición de criatura del Padre.
Oscar Wilde escribió desde la cárcel de Reading una carta a Lord Alfred Douglas, su amante y causa de sus desgracias. La misiva llevaba por título el comienzo en latín del bíblico Salmo 130, De Profundis (1897), y era en efecto un texto de dolor y arrepentimiento.
En ella se contenían estas palabras: «Dónde hay dolor es lugar sagrado. Algún día la humanidad entenderá lo que esto significa».
Palabras que parecen describir el libro de Luis Cruz-Villalobos (Santiago, 1976) un crisol que funde el sufrimiento y purifica con el sacrificio de una pérdida inocente. Un acto simbólico de la muerte humana en la Cruz y la posterior Resurrección.
Al encuentro de la vida
Desde un punto de vista biológico, el llamado dolor nociceptivo o lesivo tiene el significado de proteger la vida y la integridad de un organismo, pero desde el lado psicológico representa la realidad que se nos opone a los humanos, que ofrece resistencia. Es nuestro objeto en su sentido más etimológico de presentar reparos y objeciones a nuestro desarrollo afectivo.
Así lo afirmaba el autor neerlandés Frederik J.J. Buytendijk (1887 – 1974) en su libro Acerca del dolor (1943): «El dolor es el mal más real, inevitable e innegable sentimiento que desde dentro sale al encuentro de la vida, la inhibe y la amenaza».
En su poema 650, nos señala Emily Dickinson que el dolor no puede recordar si hubo un tiempo en el que no existía y que no tiene otro futuro que él mismo. En definitiva, el dolor produce un aislamiento de la existencia, nos separa y enfrenta con el mundo de los objetos y nuestros semejantes.
Con todo, el dolor destruye. Por eso las actitudes ante él son tan importantes. Una de ellas es la estoica como la que muestra el escritor británico Rudyard Kipling (1865 – 1936), afecto de un cáncer de colon, en su poema «Himno al dolor físico» (1932) compuesto tras la muerte de su hijo en la Gran Guerra. En esos versos considera que el daño material del cuerpo alivia el dolor moral de una pérdida tan significativa.
La otra actitud es la religiosa, representada por el teólogo alemán Eckhart de Hochheim (1260 – 1328) que vive el dolor como un camino de perfección. Es el sendero elegido por Luis Cruz-Villalobos. Quien sea creyente (y quizá los escépticos también) y esté desesperanzado por un profundo duelo, debe asomarse a este poemario en silencio y susurrar sus páginas en la intimidad.
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Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.
Dentro de sus obras poéticas se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.
En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Grabado de Doré sobre la lucha de Jacob contra el ángel de YHWH.