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[Crítica] «Trilogía del espanto»: Dramatismo histórico no apto para vigilantes

En este volumen, su autora, la poeta Patricia Ardiles Órdenes, reúne un conjunto de textos que tratan de ahuyentar, alejar fantasmas de la memoria reciente, pero también de convocarlos hacia una apertura de escritos que tienen como unidad total, un tipo de fuerte discurso amoroso, o más bien emocional.

Por Andrés Pulgar

Publicado el 14.9.2023

No pasa mucho en el Valle del Elqui. Literariamente hablando, claro. Las actividades, tanto oficiales como de grupos autodenominados independientes, están regidas por un afán netamente conmemorativo, recordatorio, que busca hacer de la efeméride, de la fecha marcada con lápiz bic en el calendario, una especie de religión sacra en la que no se permiten ateos.

No se sabe de publicaciones en este valle (tampoco de fuentes laborales, pero ese es otro tema) un valle varado y oculto tras una carcasa turística y agrícola que persigue fines inescrupulosamente monetarios y que no deja ver sus problemáticas reales (como les gusta decir a los candidatos de todos los partidos). Entre ellas su pobrísima o nula acción cultural, a la que solo acceden cierto tipo de élites, claro está, después del respectivo depósito bancario.

Resulta extraño y la vez vergonzoso pensar que en la tierra donde descansan los restos de la poeta Gabriela Mistral, repito poeta, no poetisa (no vaya a ser cosa que se levante de su tumba y nos pegue una buena patada en el culo a todos) no exista un centro cultural o una biblioteca digna de su legado.

El movimiento editorial es escaso, por no decir inexistente. Resulta mucho más fácil vislumbrar un ovni que ver un libro creado por estas sombras, en las cuales, aunque a muchos no les guste, se pasean, para quien pueda verlas, las infancias de Lucila Godoy y María Isabel Peralta.

Lágrimas aparte. La poeta —no poetisa, espero que haya quedado claro— Patricia Ardiles Órdenes (1977), residente, espero transitoria no definitiva, de la comuna de Paihuano (tierra mágica para los de afuera, tierra trágica para los de adentro) ha publicado un libro titulado Trilogía del espanto, en el cual reúne un conjunto de textos que tratan de ahuyentar, alejar fantasmas de la memoria reciente, pero también de convocarlos hacia una apertura de escritos que tienen como unidad total un tipo de dramatismo histórico no apto para vigilantes.

 

Una poesía que huye del fango

Brota y muere el paisaje elquino en estos poemas que, al contrario de muchos versificadores que han hecho pulseras con huesos diaguitas, emergen de forma natural, casi espontanea, sin esa grandilocuencia vacía, fatua, a la cual como lectores nos hemos acostumbrado y que suele matar todo lo que toca o pretende tocar.

Un fuerte discurso amoroso, o más bien emocional, se hace evidente en esta obra, no solo desde una óptica hacia una relación de pareja, también hacia los afectos o los odios más entrañables.

Ejemplo de esto es «Carta de despedida», donde el dialogo y el mensaje se centran en una difusa imagen materna, teniendo como objeto no únicamente exaltarla, como sucede en la gran mayoría de textos que persiguen esta intencionalidad, sino reprocharla, reconvertirla hacia el propio abismo, que es generalmente un abismo común.

Se arriesga Patricia en algunos de sus poemas estableciendo una clara postura política, dejando de lado la ambigüedad y la desidia que una parte importante de los cultores de la poesía chilena han tenido sobre este tema en particular.

Donde se han hecho evidentes lo amagues, las volteretas retóricas, para no caer en el panfleto (en el discurso simple que puede ser captado por cualquiera) y se ha optado por una poesía hermética, academicista o derechamente en un artefacto burgués, que los burgueses no comprenden ni buscan comprender.

Hermana de ciertas imágenes oníricas que podríamos encontrar en autoras resplandecientes y olvidadas como Olga Acevedo y Gladys Thein, la poesía de Patricia Ardiles huye del fango y se vuelve a empozar a ratos en parajes donde vivos y muertos se disputan un puñado de tierra, donde el archipiélago de la realidad siempre depara nuevas catástrofes.

Es palpable el vértigo y cierta música interna en estos textos, en los que hay claras referencias a las obras de Gonzalo Millán, Alfonsina Storni, o la Gabriela Mistral más oscura, menos diáfana que aquella que hemos aprendido de memoria en esos lejanos (y para muchos nefastos) días de la escuela.

Bucea en el peligro Patricia —el delicioso río del peligro— de ser poeta en un país y un tiempo con poca poesía. En un Estado que —le pese a quién le pese— suprime y veta a sus voces disidentes, aquellas que no pertenecen, mediante militancia o simple simpatía, al comité repartidor de la torta, y tienden a alterarse, silenciarse, o derechamente censurarse, los discursos de autores que no están insertos en el establishment (como gozan pronunciar los neo chilenos) y que no buscan ni aspiran construir una forma de poesía lejana y cerradísima (una poesía con cinturón de castidad) como anhelan llevar a cabo ciertas modas locales.

Riesgo, imagen y por instantes un gran haz de luz que se diluye en estas páginas, donde nos miramos como en un espejo roto mientras repasamos nuestras propias trizaduras: Patrricia Ardiles, Trilogía del espanto.

 

 

 

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Andrés Pulgar Marín, poeta chileno, reside entre La Serena y Vallenar. Algunos de sus escritos han aparecido en revistas independientes. Realizó lecturas multimediales junto al poeta Tristán Altagracia.

Fundador, junto a Patricio Ibaceta y Eduardo Aldana, del grupo «Acero de Invierno», cuyo nombre toman de uno de los textos capitales del poeta licantino Pablo de Rokha.

Han publicado los discos Laberinto de voces, del año 2015, en el cual musicalizan textos de autores como Rodrigo Lira, Jorge Teillier y Stella Díaz Varín, entre otros y Aldea invisible del año 2018.

 

«Trilogía del espanto», de Patricia Ardiles (Caleidoscopio Editores, 2023)

 

 

 

Andrés Pulgar

 

 

Imagen destacada: Patricia Ardiles Órdenes.

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