[Crítica] «Voyager»: Con cierta displicencia y olvido político

Si bien la pareja artística compuesta por Nona Fernández y Marcelo Leonart ofrece la profundidad de una especulación escénica, interpretativa y dramática, acerca de la historia contemporánea de Chile, como pocos autores lo hacen, se extraña quizás una mirada más exhaustiva, y tal vez de una mayor ecuanimidad hacia su aspiración de registro, en lo relativo a las razones institucionales que produjeron la injustificable ejecución o bien la desaparición forzada, de 3 mil 216 personas en el país.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 22.7.2024

El primer semestre de la cartelera teatral 2024 del Centro GAM se cerró a lo grande con esta obra de la compañía La Pieza Oscura, dirigida por Marcelo Leonart y escrita por Nona Fernández. Un poderoso montaje escénico de casi dos horas de extensión, y donde tanto el realizador como la autora prosiguen en esa indagatoria documental y estética, en torno a la historia de Chile y de los chilenos, enfrentados en su nimiedad y vergüenza, a la inmensidad y a la incomprensión del cosmos.

Con ciertas semejanzas argumentales al cine de no ficción del audiovisualista Patricio Guzmán, el guion de Voyager metaforiza en torno al viaje que esos satélites —unidos por su nombre— fueron lanzados al espacio por la NASA hacia un trayecto que todavía no termina, y del cual Fernández se vale para interrogar a su auditorio en relación a los acontecimientos políticos surgidos en Chile, luego del 11 de septiembre de 1973, y de las contradicciones vitales y esenciales, de la actualidad estatal nacida desde esa encrucijada.

Protagonizada en un superlativo nivel interpretativo (corporal y vocal) por Francisca Márquez y Nona Fernández (baluartes ambas de los buenos oficios que ha cosechado la obra en general), quien dirige los movimientos de las actrices en este exhaustivo montaje es la destacada coreógrafa y académica, Claudia Vicuña.

Ese desplazamiento escénico se convierte así, en una ruta de atajo existencial, y un sendero que se interna por los meandros de una retórica que Leonart impregna con su conocido sello disruptivo, a fin de confrontar la inmoralidad antropológica sobre la cual se cimenta la institucionalidad política del Chile presente, en una validez artística que reconocemos (pese a todas sus imperfecciones), mucho más lograda y coherente, por ejemplo, que las imposturas teatrales debidas al funcionario de la productora Fábula, Guillermo Calderón Labra.

Que el primer Presidente de la República, luego del retorno a la democracia liberal, fue encarnado por un «golpista» (Patricio Aylwin Azócar), o que existen calles que homenajean a la figura de Jaime Guzmán (principal asesor civil de Augusto Pinochet), o que el sistema político permite la existencia de partidos o conglomerados electorales que defienden la legitimidad del 11 de septiembre de 1973, son algunas de las imprecaciones intelectuales, que el espectador de Voyager acoge en ese recuento que vislumbra a ese olvido que se cierne, la mayoría de la veces, sobre el salvajismo irracional, que se rastrea patente, al recorrer la violenta historia de Chile.

 

De los recuerdos sin mitos

El existencialismo de Voyager, entonces, asume la precariedad del individuo, frente al anonimato de un universo que apela, en la insustancialidad de la materia, a transformarse en un halo de luz como único testigo y resplandor de lo que fuimos en el avance sin freno del tiempo.

Aquella noción estética, sumada a las excelentes actuaciones del elenco, corresponden a los mejores aciertos artísticos del montaje dirigido en su conjunto por Marcelo Leonart, quien pese a la obviedad, a una forzada ingenuidad y la simpleza (que se agradece) de un discurso escénico que se extiende desprovisto de conclusión —como el trayecto de los satélites de la NASA—, roza y grita verdades que pocos se atreven a enunciar.

No obstante, se echa de menos, en ese análisis teatral de la llamada tragedia histórica y política chilena del siglo XX, la participación culposa y factual, de los que aparecen como víctimas. De esta manera, y bajo las coordenadas que la oratoria dramatúrgica de Voyager cuestiona, cabría interrogarse.

¿Y si el Presidente Allende, lúcido y valiente en su trance final, hubiese utilizado su presencia y su fuerza simbólica, en pleno apogeo en agosto de 1973, para someter a los partidos políticos que lo apoyaban y detener las especulaciones de la conspiración, y atraer para sí y su proyecto, a la Democracia Cristiana?

¿O creen Leonart y Fernández en ese paradigma compartido por Patricio Guzmán, que el Golpe (y por ende nuestro «drama») eran inevitables y nada ni nadie lo podían detener?

¿O los muertos que nos persiguen, y sus fantasmas, los cuales claman por ser recordados en los diálogos de este montaje, también podrían haber sido omitidos, si la actuaciones de los derrotados para la posteridad, se hubiese encaminado de un modo distinto, diferente?

Voyager, en efecto, enarbola las retóricas dramáticas de un teatro político ambicioso en la interpelación de su historicidad, pero el cual todavía se detiene a considerar, solo un poco más acá, y muy cerca de las propias sombras, las responsabilidades colectivas y esencialmente ideológicas, que dieron origen al principal acto nacional, de nuestra dolorosa contemporaneidad, y que significó un total de 3 mil 216 personas ejecutadas o hechas desaparecer, según cifras publicadas por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.

El imperativo de la desmitificación, así, deviene en la necesidad primordial de cualquier ejercicio escénico que busca y persigue recuperar la memoria y el paradero físico y extraviado, de los protagonistas sin entierro de la catástrofe, a través de esa constante que se manifiesta en la denominada comunidad social chilena: que cuando le sueltan las cadenas, se arroja al salvajismo y a la barbarie, en la forma de un movimiento coreográfico, reflejo e instintivo.

 

 

Ficha artística:

Intérpretes: Francisca Márquez y Nona Fernández | Dramaturgia: Nona Fernández | Dirección: Marcelo Leonart | Dirección movimiento: Claudia Vicuña | Multimedia: Pablo Mois | Iluminación: Nicolás Jofré | Música: Dante Leonart | Asistencia dirección: Macarena Fuentes | Realización vestuario: Javiera Labbé | Producción: Francisco Medina Donoso | Coproducción GAM, Fundación Teatro a Mil, el Centro Cultural de España y colaboración de Teatro Niño Proletario.

 

 

 

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Teaser:

 

 

Crédito de la imagen destacada: Patricio Melo.