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[Crónica] «Arauco en llamas»: La pasión singular por un pueblo y por una tierra

En esta novela —que en estos días presenta su segunda edición, después de haber sido publicada originalmente en 2014— su autor, Miguel Ángel Roa, desarrolla una trama a partir del conocimiento directo de la etnia mapuche, discriminada y preterida secularmente, primero, por el invasor español, y después, por el mestizo chileno y los sucesivos colonos europeos, avalados en ese actuar por el Estado republicano.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 30.10.2024

Miguel Ángel Roa (Santiago, 1952) manifiesta, en el breve prólogo de este libro, su vínculo afectivo con el pueblo mapuche, a través de la admiración por el padrastro de su madre, una especie de abuelo sin el concurso genético, José Lincolao Califqueo.

Roa conoció el mundo de estos ancestros geográficos en el corazón campesino de la Araucanía, plasmando sus juveniles experiencias en su novela de tono autobiográfico La lengua de la tierra. Historia verdadera de una familia mapuche (RIL Editores, 2003).

En esta novela, Arauco en llamas, el autor desarrolla su trama a partir del conocimiento directo de nuestra «gente de la tierra», discriminada y preterida secularmente, primero, por el invasor español, después, por el mestizo chileno y los sucesivos colonos europeos, avalados por el Estado republicano.

Pero sobre todo, postergada por una sociedad que le ha dado la espalda, históricamente, al sustrato étnico nativo, en pretensión europeizante, opuesta a los ejemplos más dignos en nuestra América, como lo muestran México y Paraguay. Por desgracia, esta ha sido una constante en todos los gobiernos, desde O’Higgins hasta hoy.

El autor elabora una introducción en la que da cuenta, de manera sucinta y bien documentada, del largo proceso de luchas reivindicativas del pueblo mapuche, enfrentado a los implacables poderes: plutocrático y militar, que lo sojuzgan aún, en pleno siglo XXI.

Lamenta —lamentamos con él— la fracasada Convención Constituyente y su propuesta justiciera para nuestras minorías étnicas. Es el marco histórico y sociológico de la novela.

Miguel Ángel Roa describe con propiedad el entorno campesino de Arauco, no como viajero de ocasión o pintoresquita, sino como quien experimenta la integración anímica y afectiva a un mundo que aprecia desde los sentimientos y el espíritu de sus habitantes nativos, considerándolos como sus semejantes, miembros de un país donde el chileno lleva viviendo hace poco más de dos siglos.

Los primeros nombres que surgen son los de la etnia originaria: Galvarino, Lautaro, con su carga augural, como si el narrador invocara con ellos un posible renacimiento de la libertad aún no domeñada.

Nahuel, el abuelo del protagonista y la terrible sorpresa infantil de la muerte de un ser amado.

La prosa de Roa se va tejiendo, armoniosa y fluida, cual un telar suspendido entre los pehuenes, articulando los seguros trazos de la narración, acentuando colores, matizando sombras y rumores terrestres, detalles y espacios para que el lector los complete con su propia interpretación, en esa antigua tarea de amalgamar los oficios paralelos de autor y lector, sin los cuales no habrá libro posible.

El desarraigo, el desterronamiento del lar nativo, la inmersión laboral en la ciudad hostil, amenazante como una cobra que acecha en el asfalto, la panadería, ese lugar de uno de los más antiguos menesteres humanos, donde tantos mapuche, huilliches y picunches han servido al patrón panadero, que suele ser de origen hispano, por lo general gallego.

He aquí otro símbolo de dominación: el hijo del Wallmapu ha debido cambiar el grano de maíz por el grano de trigo, pero sus manos hábiles son las mismas para producir el alimento comunitario, ahora sujeto a vaivenes y transacciones económicas de subsistencia.

Surge la palabra wingka, que designa al extraño, extranjero, ajeno, forastero, intruso, invasor. Sus significados y significantes no sólo aluden a quien viene de lejanos continentes, sino también al chileno, mal que nos pese, mayoritariamente convertido en wingka, en su alternativo papel de usurpador o cómplice pasivo a lo largo del camino de la usurpación y el despojo seculares.

 

Una trama de lucha dialéctica

Así, la historia de Horacio es la de millares de hijos de la tierra, forzados a una cruel adaptación que muchas veces no se cumple, convirtiéndose en otra falacia, porque el fuego ancestral, las llamas vivas de la rebelión, rechazan ese mimetismo que mata la tradición y aniquila, diluyéndola, la cultura propia.

Pero Horacio posee un arma que no puede serle arrebatada, la memoria de su pueblo.

La palabra «indio» origina su sentido y concepto a partir de su designación genérica del habitante de las supuestas Indias Occidentales, espejismo de Cristóbal Colón en su ciega búsqueda de la nueva ruta hacia el paraíso de las especias. Gentilicio que adquiriría una impronta infamante, aún viva en el lenguaje coloquial, como insulto y vejación: «indio de mierda», «indio flojo», «indio ladrón», epíteto justificador de todas las tropelías del invasor.

Emilio, el primo hermano, se unirá a Horacio en la urbe voraz, compañero de trabajo y afanes reivindicativos. Los unirán también las obligaciones y servidumbres laborales, la precariedad del proletariado, conocerán en carne propia la discriminación en el trabajo, el odio racial entre individuos que comparten similares condiciones de pobreza y explotación, pero cuya conciencia de clase se difumina en querellas alentadas por el propio sistema de relaciones económicas.

Como contrapartida, Galvarino apuesta en el Wallmapu por mantener el trabajo agrícola y la siembra y la cosecha del trigo. Los conflictos por la posesión de la tierra siguen latentes. La narración adquiere ahora un crescendo tumultuoso, la tensión atrapa e inquieta al lector. El ultraje a la madre tierra adquiere la forma del eucalipto o del pino foráneo, una suerte de lanza envenenada que empobrece el humus productivo mientras esteriliza y seca los campos de pastoreo.

Aparecen europeos que colaborarán con la organización política territorial del pueblo mapuche. Wallmapu es palabra, invocación y bandera de lucha. Alamiro, originario de Pamplona, un entusiasta y diligente navarro —o vasco, según se aprecie—, intervendrá como hábil consejero. Minorías hispanas con minorías sudamericanas. La lucha indigenista se extiende en un escenario de connotaciones internacionales.

El telar de Miguel Ángel Roa va urdiendo ahora una trama de lucha dialéctica, en la que se advierte el contrapunto febril de las contradicciones de clase y de poder. Pero hay experiencias foráneas de las que cabe sacar provecho: la organización, en sus aspectos teóricos y prácticos, el método, la disciplina.

Se inician enfrentamientos, se producen hechos luctuosos, el aparato del Estado chileno funciona como enorme máquina represora, al servicio de las empresas forestales y del latifundio expoliador.

No vamos a anticipar el desenlace de esta entrañable novela. Diremos que sus personajes están bien delineados, que resultan vivos y verosímiles. El autor ha sabido insuflarles su propio amor, la pasión singular por un pueblo y una tierra —Mapu— que son la base de sustentación de una patria que soñamos común, como bien lo expresaron Gabriela, Pablo y Violeta, respetando las características e impronta de sus diversas etnias nacionales, pues la riqueza de la cultura humana sólo puede y debe sustentarse en la diversidad.

 

 

 

 

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Edmundo Moure Rojas (1941), escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular y responsable de Unión del Sur Editores.

 

«Arauco en llamas», de Miguel Ángel Roa (Agencia Factor Literario, 2024)

 

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Miguel Ángel Roa.

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