Las virtudes del filme basado en la novela de Gabriel García Márquez —compuesto por ocho episodios en su primera temporada, y dirigida en comandita por los realizadores Alex García López y Laura Mora— se se sustentan en la excelente banda sonora, en la notable fotografía, en su ambientación lugareña y paisajística, y en el ethos epocal y la verosimilitud de sus personajes.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 16.12.2024
Disfrutamos el filme —Marisol y yo—. Una muy buena serie, sin duda; bien lograda en cuanto al imaginario medular de la gran novela y poema Cien años de soledad (1967), en la que Gabriel García Márquez (1927 – 2014) elabora su propuesta del génesis tropical, fundación del mundo a través del paraíso de Macondo.
La divinidad creadora de casi todas las cosmogonías está sustituida aquí por la imaginación humana y sus correspondientes con lo maravilloso o mágico, si empleamos este último adjetivo hecho tópico por entusiastas críticos clasificadores, con el sentido de la revelación de lo humano posible.
Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía son Adán y Eva tras la fundación del Paraíso Macondiano, donde no serán expulsados, sino que perecerán víctimas de la degradación por el pecado, caída cuyas causas no son probar la fruta prohibida ni deshojar el árbol del conocimiento, sino descuidar las precauciones para aventar la muerte y el olvido, dos formas aterradoras de la consunción que surgen de la violencia implícita en la condición humana, con la lucha implacable entre Eros y Thanatos.
Las virtudes del filme —ni Marisol no yo somos críticos de cine— se sustentan en la excelente banda sonora, adecuada a la intensidad estética de la propuesta; en la notable fotografía, su ambientación lugareña y paisajística, en el ethos epocal y en la verosimilitud de los personajes.
Úrsula es la protagonista por excelencia, la mater que cuida a los vivos y a los muertos, la sacerdotisa del mito fundacional sustentado en la Madre Tierra, raíces femeninas, tronco patriarcal, ramas y hojas heterogéneas que expresan y alientan la fuerza reproductora.
José Arcadio encarna el júbilo del conocer y los desvaríos impredecibles de la imaginación, incentivados por los hallazgos y desvelamientos de Melquíades, gitano y a la vez sacerdote de la alquimia, maestro y amigo entrañable del patriarca. Todo está y se manifiesta en el mundo de lo real maravilloso; no hay milagros supraterrenales ni sucesos atribuibles a deidades omnipresentes. La fe religiosa es una costumbre heredada, más bien patética y extemporánea.
La eternidad está prefigurada por el mar y el misterio de su infinitud acuosa, cuya contemplación transformará la visión del mundo de José Arcadio y los suyos.
José Arcadio lo busca e insta a los suyos a descubrirlo, más allá de las ciénagas, donde encuentra varado un galeón español. Tal vez esto nos sugiera la búsqueda enajenada de Vasco Núñez de Balboa de ese océano que llamó Pacífico, falsa toponimia transformada en oxímoron por la violencia de sus olas y la ferocidad de sus tempestades.
La superposición estética entre un libro y un filme
Junto a la lucha contra el olvido y la desmemoria, José Arcadio procura hacer realidad las revelaciones de Melquíades; entre ellas, el descubrimiento de tesoros mediante el gigantesco imán, con el patético resultado de encontrar bajo el limo el cadáver acorazado de un soldado español.
Pero quizá lo más significativo sea la captura del tiempo en la eternidad de imágenes del daguerrotipo, ese misterio de la fijación de instantes irrepetibles en la fotografía.
José Arcadio sueña y ansía con atrapar, en aquellas húmedas láminas tornasoladas, la imagen de Dios, haciendo suya esa única y posible manifestación de lo sobrenatural.
La imaginación desbocada —la loca de la casa— nos conduce a la enajenación; este será el destino del patriarca de los Buendía Iguarán. Úrsula, en cambio, representa la cordura de los ciclos terrestres, la sabiduría de la naturaleza, con sus albricias y sus catástrofes sujetas a un arbitrio inextricable, sólo entendible a través de la germinación de la vida en sus varias manifestaciones, en cuyo lecho nupcial copulan la excitación y la muerte, única amalgama de la piedra filosofal.
Ada Nuño, crítica de cine, opina: «Me ha sorprendido para bien. Es lo que te podrías esperar de una superproducción, todo es a lo grande, pero al mismo tiempo se nota hecha con bastante más mimo y cuidado que otras adaptaciones de novelas. Para los amantes de la novela, su punto fuerte creo que es principalmente haber tenido mucho respeto a la obra y a todo lo que representa. Pero para un espectador no tan familiarizado con la novela, esta rigurosidad puede jugar a la contra, ya que intenta abarcar absolutamente todo (los episodios duran en torno a una hora) y eso perjudica al ritmo que estamos acostumbrados en el formato serial».
A nosotros —Marisol y el escriba— no nos pareció larga, por el contrario, su tiempo fluyó leve. En cuanto al relato sobrepuesto al guion, también criticado negativamente por algunos opinantes, nos resultó acertado para la comprensión de muchos espectadores que no han leído la magistral obra de García Márquez.
En todo caso, nos parece que es del todo inútil pretender una superposición estética entre un libro y un filme; son modos de expresión radicalmente distintos y el logro de sus diversas expresiones debiera medirse por el resultado final de cada arte en particular, según sus propios lenguajes hermenéuticos.
Con todo, el filme es un regalo para el espectador y un aporte indiscutible. Es una lástima que tal esfuerzo no haya rendido iguales frutos con Pedro Páramo. Tal vez otra de las genialidades de Juan Rulfo sea la de no poder interpretar su obra cumbre más allá de las palabras.
***
Edmundo Moure Rojas (1941), escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
En la actualidad ejerce como director titular y responsable de Unión del Sur Editores.
Tráiler:
Imagen destacada: Cien años de soledad (2024).