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[Crónica] Desde la república del cariño

A eso debiésemos aspirar los jueces, en el ejemplo de la fallecida magistrada María Irene Morales Medina: a ser humildes y sencillos, al estar conscientes de que el poder es pasajero y temporal, más aún cuando nuestras decisiones no tan solo procuran la paz social, sino que también generan sufrimiento.

Por Víctor Ilich

Publicado el 6.8.2024

¿Qué sentido puede tener hacer un reconocimiento público a ocho años de la muerte de una persona? ¿Qué sentido puede tener descubrir una fría placa con el nombre de alguien en un edificio público?

Por lo pronto, saldar una deuda, pagar un tributo. A quien se le debe honor, debemos honrar y a quien se le debe respeto, debemos respetar. Ni más, ni menos. Y nosotros sabemos muy bien que las deudas se heredan. Es así como la idea de hacer una placa conmemorativa a nombre de María Irene Morales Medina, exjueza del Juzgado de Garantía de San Vicente de Tagua Tagua, nace desde la «república del cariño», como me dijo alguien en estos días.

Lejos está de los jueces de este tribunal, atribuirse en modo alguno el reconocimiento de esta iniciativa, que se levanta desde colaboradores fieles a ella: Beatriz Carrasco Parraguez y Paulo Troncoso Pavez. Fueron ellos quienes prepararon la tierra con su credibilidad, lanzaron la semilla, insistieron y nos persuadieron, para finalmente convencernos de que este acto, en estos tiempos, es una necesidad.

No podemos estar en deuda con nadie. Los jueces lo saben o deberían saberlo. Y aquí la figura de la otrora jueza cobra una relevancia extraordinaria. Ella, quien cultivó un bajo perfil, nunca instrumentalizó los vínculos que genera el cargo, es decir, ni utilizó ni se dejó utilizar por nadie. Siempre mantuvo las necesarias distancias: los límites claros que separan la orilla de la playa.

Uno de sus hijos me comentó que ella entendía muy bien la cruz que cargan los jueces: la soledad del cargo. No esa que genera la incomprensión de nuestro quehacer, sino aquella que surge de la carencia de los vínculos interpersonales que podrían aparecer desde nuestra posición.

Ella cultivaba aquellos vínculos estrictamente laborales y con familiares cercanos. Aunque era sociable y amable, no se extralimitaba con nadie. Había vínculos que no cultivaba, no obstante, desearlos cercanos. Es lo que nos pasa.

 

Las placas que nadie ve

En lugares pequeños, la figura del juez, por más que se le critique, sigue siendo percibida como una figura de autoridad: no da lo mismo con quienes nos reunimos o estrechamos vínculos. Un día de estos, algún apoderado del colegio o dependiente del algún supermercado podría incluso llegar a ser imputado.

Lo sabemos, lo hemos visto, y cuando la situación lo amerita, nos hemos inhabilitado, no por tener algún vínculo de amistad estrecho, sino solo con el afán de ser y parecer imparciales a como dé lugar: las personas nos observan y nos juzgan, y la idea es siempre despejar cualquier duda razonable.

No es fácil ser juez. Ella lo sabía, lo tenía claro. Como profesora de inglés que fue, ponía orden en la sala. Hablaba el lenguaje del respeto y de la dignidad humana. ¡Cuántas veces intervino en batallas campales de Aquiles y Patroclos, de Carlos Magnos y alguno que otro insensato o temerario de falacias argumentales!, que todos en algún momento hemos experimentado.

Una jueza con la capacidad de cobijar y de aminorar la carga de los demás, educaba en libertad, y a pesar de mantener una impronta de dureza en su semblante, era cálida en su trato. Lo comprobé personalmente cuando la llamé por su enfermedad: el cáncer, fue humilde y sencilla, y al tratarme de magistrado, lo demostró ella, quien por su experiencia y antigüedad en el cargo me podría haber tratado de otra forma, no lo hizo. ¡Qué ejemplo de simpleza!

A eso debiésemos aspirar los jueces: ser humildes y sencillos, al estar conscientes de que el poder es pasajero y temporal. Más aún cuando nuestras decisiones no tan solo procuran la paz social, sino también generan sufrimiento. ¡Muchas veces no dejamos a nadie contento!

Todo esto lo saben sus tres hijos y espero que hoy escuchen con fuerza: no creo que haya mejor forma de honrar a quienes han sido figuras significativas en nuestra vida que recordando sus palabras, enseñanzas y, en el mejor de los casos, poniéndolas por obra. Sin lugar a dudas, algo de ellos queda vivo en nosotros.

Permítanme una digresión: hace varios años falleció la abuela con quien me crie, la abuela Norma, nombre digno de abuela de juez. Me cuidó y enseñó como el hijo que no tuvo. Tenía tres hijas y tuve el honor de ser muy amado por ella. Yo tengo una placa aquí en el pecho que nadie ve, pero que hoy descubro ante ustedes, esas placas son las que todos llevamos y son las que dan sentido a este acto.

María Irene Morales Medina nació en Temuco el 3 de enero de 1943. Fue hija del doctor Raúl Morales Rodríguez y de doña Clorinda Medina Hinrichsen. Hizo su enseñanza escolar y de humanidades en Temuco.

Estudió primero pedagogía en inglés en la Universidad Católica titulándose el 14 de junio de 1966. Ganó la beca Fulbright haciendo una pasantía en la ciudad de Cleveland, Estados Unidos. Con posterioridad estudió derecho en la Universidad de Chile donde conoce a quien será su cónyuge de por vida: Víctor Adolfo Blanc Astudillo, contrayendo matrimonio en 1976. Tuvo tres hijos.

Su ingreso al Poder Judicial fue en abril de 1986 cuando fue nombrada como secretaría del Juzgado de Letras y del Crimen de Peumo. El 29 de diciembre de 2005 es nombrada como Juez del Juzgado de Garantía de San Vicente de Tagua Tagua.

Finalmente, y tras un cáncer, murió en Santiago, el 27 de noviembre de 2015.

 

 

 

 

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Víctor Ilich nació en Santiago de Chile en 1978. Egresado del Instituto Nacional General José Miguel Carrera y de la Escuela de Derecho de la Universidad Finis Terrae, además de ejercer como abogado y juez de garantía en la Región de O’Higgins es el respetado autor de más de una docena de elogiadas obras literarias.

 

Ricardo Pairicán García, presidente de la Corte de Apelaciones de Rancagua y Adolfo Blanc Morales, hijo mayor de la jueza homenajeada

 

 

 

Placa dedicada en memoria de la magistrada María Irene Morales Medina, en la Corte de Apelaciones de Rancagua

 

 

 

Víctor Ilich

 

 

Imagen destacada: María Irene Morales Medina.

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