Tienes un plan e intentarás jugar tu última carta de vileza, pero te aviso: no te resultará, y el castigo moral por las abyecciones innombrables que acometiste la tarde del día lunes 9 de diciembre de 2024, te seguirán por siempre, y nos unirán en un combate espiritual (pero no mortal) hasta la eternidad.
Por Micaela Souta
Publicado el 11.2.2025
—Debes hacerte ver con un especialista, Fiódor Ilich —le digo.
—Ja, ja ja. ¿A qué te refieres? —me responde con desparpajo, «El Dekano».
—¿No tienes otro argumento mejor que esparcir difamaciones de índole sexual a propósito de intentar vencerme?
—Desde la época de la República Romana que aquella es un arma letal y que siempre deja huellas en la batalla política.
—Pero, ¿y las cicatrices psicológicas que dejas en la pobre gente que se presta para la comisión de tus delitos, Fiódor?
—Otra vez vuelves con tus moralinas obsoletas. Yo soy hombre de escena, y arriba de las tablas esta todo permitido. «All The World’s A Stage», escribió Shakespeare: entiéndelo de una buena vez, por favor, perrín.
—Para nada lo entiendo, ¿no te das cuenta de que te aprovechas de gente en una situación muchas veces precaria con el objeto de montar tu mafia, tu asociación ilícita, y así conseguir como sea tus propósitos delictuales?
—¿De qué hablas?
—Mira, tienes totalmente erotizadas a la hija de los Ramírez, a la empleada peruana de la Cristina, a la Adita, a la pareja colombiana (la verdad ni idea de su nacionalidad) del Guape grande, a la minoca porteña que se trajo de Baires el Guape chico, a la uruguaya del pasaje Barros B., y a esa extraviada garzona tatuada del Paixxx que se pasea por la vereda de Eliodoro Y., mientras busca un remedio para el vacío de su alma. También corrompes y perviertes a los clientes del café del Carlitos, al Profesor, al Capitán, a la señora Valentina, al doble del gobernador Orrego, a la chama alzada que es jefa en el Líder, a las hermanas Martínez, a la polola del hermano de estas últimas (las ofrece a todas sus mujeres —a fin de integrar el staff de este cahuín—, ese lastimero cornudo), a la veterana Chechi de la librería, a la Pilar y su psicopatía, a los venezolanos que venden cloro debajo tuyo, al investigador teatral y a su esposa, que viven en la calle Darío U. Y no sigo porque me arriesgo a que nuestra conversación se transforme en un monólogo insufrible de mi parte. Pues ya con esta lista interminable se cae la farsa de tu embuste, Fiódor. Es mucha gente para pasar piola, y yo quedo como un insaciable que no se fatiga jamás, y créeme que no me la puedo con tantas. Nunca he sido un semental. Ni por asomo. Apenas soy un humilde lector de Henry Miller.
—Ja, ja, ja. Puta que la tenís clara, güeón, oh.
—Es que te pones muy fantasioso, Fiódor, en estos tiempos es difícil que una situación de esa naturaleza se extienda durante casi una década así sin más, y el supuesto culpable, tranquilito en su casita.
—Y yo que pensé que me había quedado súper bueno el guion.
—No, pues, la continuidad narrativa de tu texto tiene demasiados vacíos, incoherencias, detalles inverosímiles, nexos que te faltan, tu relato es el caos argumental mismo, compadre, una radiografía visible de tus demonios internos. Y más encima, en cada versión que presentas aumentas la cantidad de los participantes en tu argumento dramático, y esto ya parece una novela coral, y acuérdate de lo que te digo: vamos a terminar montando una ópera en el Muni, Fiódor Ilich.
—Ja, ja, ja. ¿Cómo sabes que allí también me prestan ropa en todo este rollo?
—No seas ingenuo. Me extraña de ti, burdo estratega de la infamia y de la maldad: «The fool doth think himself wise, but the wise man knows himself to be a fool», anotó el bardo del Avon —y engalano mi voz para recitar ese nombre inmortal.
—Ya, no te pongai burlesco y erudito, güeón, oh.
—Ja, ja, ja. Pensé que te gustaba citar a Shakespeare, perrín.
—Perturbas mi tranquilidad, desestabilizas mis planes y obstaculizas mis ambiciones, desgraciao, conservador culiao, cómete este (Fiódor me exhibe enérgico su dedo anular en solitario).
—Entiende, compadre, si la gente no es güeona como tú piensas, no te la van a comprar.
—Les puedo llevar a mi partner, el cabro de lentes que sufría de estrabismo cuando chico, para darle credibilidad a tus mil y una noches, o alguien más, o a varias, a un sinfín de personas que me apañaran cual coro griego, ya se me ocurrirá una idea brillante que te tumbe y te saque de esta escena, de una vez y para siempre.
—¿Por que no te diriges al Ministerio Público, entonces, con todos esos testimonios o cuentos chinos, y en cambio realizas una buena denuncia? Si tu discurso rocambolesco fuese verdad, tendrías todas las de ganar, Fiódor.
—No es para tanto y puchas que erís suceptible, puta que te ponís grave, de repente.
—Perdón. ¿Te escuchas?
—Si solo se trata de mentiras ocasionales con el fin de joderte en una instancia específica (comisiones académicas que deben decidir sobre tu suerte, postulaciones que hagas, regularizaciones que intentes hacer, en fin). Funcionamos como una red criminal con fines puntuales y según sea la necesidad de funarte. No aspiramos a otra cosa. Somos, como diría la doctrina jurídica, una asociación ilícita que se activa cada ciertos intervalos de tiempo, muy de vez en cuando, y con exclusiva dependencia del estímulo externo: tu persona, agüeonao.
—¿Te das cuenta de lo que haces, Fiódor Ilich?
—No me atormentís, güeón, oh. Yo simplemente sigo con mi estrategia de difamarte y de poder cagarte con el apoyo de mis amiguis de la industria y de los mandamases del condominio.
—¿Sabías que ese lugar corresponde a un conjunto de casas que tiene vínculos con el crimen organizado? En su momento funcionaban más de cinco prostíbulos en una sola cuadra de su interior. Hazte esa, poh, campeón, esa sí que es capacidad de gestión inmobiliaria, y un modelo de negocios exitoso.
—No importa. Somos una comunidad, y eso es lo que vale. Somos la pobla brava de Provi, y nos queremos como hermanos y hermanas que viven y comen en un mismo rancho y bajo un mismo techo. Todos para uno y uno para todos es nuestro lema.
—Ja, ja, ja. Insisto, si la gente no es tonta como tú piensas, y estás pegoteando párrafos con cola fría, Fiódor Ilich. Esta historia, si merece ser llamada así, carece de pies y de cabeza. O mejor dicho: tiene demasiadas, infinitas cabezas.
—Ya lo veremos, y grábate esto en tu frente: somos una comunidad, somos una comunidad, somos una comunidad.
—Hazte ver, hombre, te lo digo con aprecio.
—¡Somos una comunidad!
(Fin del tercer acto).
Seguimos.
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Tráiler:
Imagen destacada: Shakespeare apasionado (1998).