[Crónica] «El amor de los caracoles»: En la magia gloriosa del instante

Esta obra de Juan Mihovilovich corresponde a una novela distinta, donde se combinan realidad y fantasía, no como ámbitos distintos, sino en tanto la conjunción de todo lo perturbadoramente humano, en un abanico de historias sabiamente entretejidas, y las cuales proporcionan una lectura jubilosa e inquietante a la vez.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 25.8.2024

«Las enredaderas ocultan casi por completo la casa y nos da la impresión de que por allí uno puede colarse a otro universo, a una de esas dimensiones desconocidas que hemos aprendido a imaginar o que soñamos despiertos cada vez con mayor intensidad».
Juan Mihovilovich

Una novela entrañable, urdida desde los días de la infancia, cuando ya alborota los sentidos la adolescencia para llevarnos a la adultez.

El primer narrador es un niño, el mayor de tres; desafío discursivo que el autor asume y desarrolla con maestría estética; sí, porque es difícil contar historias mediante esa convención establecida con el lector y que resulte verosímil desde la perspectiva imaginativa y lingüística del infante, sin caer en un discurso impostado y poco verosímil, como un viejo que intenta hablar con voz de tiple.

Tierras de Curepto, región de El Maule, segunda mitad del siglo XX —si fuese necesario establecer la cronología—, familia de clase media, existencia entre la villa con arrestos de ciudad y el campo que impone su ritmo, su presencia y el viejo hálito del imaginario popular, con sus leyendas, costumbres y ese antiguo lenguaje colonial aún presente en el habla cotidiana de muchos rincones de este Chile en vías de modernidad.

Esto que ocurre en las páginas urdidas por Juan Mihovilovich Hernández (1951) es anterior a las teorías de los multiversos y los planos paralelos de la realidad, las dimensiones extendidas más allá del riguroso tercio en que se nos enseña y constriñe a movernos y discurrir sobre la existencia.

Porque la infancia, real e imaginativa, se desplaza en otros ámbitos, despliega la magia viva de la naturaleza, entregando a los niños la multiplicidad de sus revelaciones, imágenes y voces secretas, nunca ultraterrenas, porque lo mágico es parte sustancial del mundo que nos parió y nos vive y rodea.

Así, la vida y la muerte están unidas por un lazo que la inocencia descubre sin ambages ni vanas teorizaciones, sólo a partir de la lectura reveladora del libro de la naturaleza.

 

La simbiosis de todo lo humano

Laura muere bajo el abrazo cósmico del mar. Fenece para los adultos, no para sus hermanos —los Herrera— y amigos íntimos; su presencia permanece y su figura, algo etérea, trasluce la paz y la sabiduría de esa otra orilla que nos inquieta y conmueve.

Esa muchacha, Laura, va a ser la compañía lúcida y confortadora que acompañará a estos niños y luego jóvenes actores de esta historia, junto a otro sólido personaje femenino, Clarita, la amiga que habita la casa de la colina, con su ventana iluminada para el incipiente enamoramiento del protagonista.

Clarita es una suerte de iniciadora en los secretos ocultos que irá desvelando a partir del lenguaje del amor, entendido como el móvil esencial de todo cuanto existe, puesto que: «el amor verdadero excede esas restricciones. Las supera, por una sencilla razón entendida en la magia gloriosa del instante: no existe la más mínima necesidad de posesión. El otro u otra es únicamente un complemento de una libertad de la que nadie debe apropiarse. Se ama y se necesita porque se ama».

Las metáforas y alegorías utilizadas para penetrar en la magia de tales misterios son de sencilla apariencia, se sustentan y despliegan en lo ínfimo de la naturaleza —según humanas categorías—, a través de seres carentes de cerebro, como los caracoles, que se aman sin los presupuestos de interpretación racional de nuestros impulsos volitivos; como las luciérnagas, lámparas de la noche inconscientes de su propia luz.

El abuelo Laureano, fratricida no por voluntad propia, sino en virtud de una suerte de mandato inconsciente para conjurar los abusos del primogénito, adquiere la voz de un segundo narrador, para introducir narraciones de sesgo fantástico, sustentadas, no obstante, en la realidad familiar.

Así, se desenvuelven El Aviso y Lautarito. El autor describe y perfila también con precisión a todos los personajes de la novela que podríamos llamar secundarios, los adultos: el padre, la madre, los abuelos, tíos y tías, la profesora antipática y frustrada sentimentalmente.

También adquiere vida propia Don Menchu, el zahorí criollo de los ocultos pozos, una historia contada por un tercer narrador, que no es quien suscribe el libro, sino una especie de voz ancestral de la tribu, ese inconsciente colectivo que parece ir escribiendo sus cuentos universales a través de los genes; otra posibilidad, otra dimensión para ampliar esa tríada de mero espectadores que nos asigna una cultura cada vez más estrecha.

Una novela distinta, donde se combinan realidad y fantasía, no como ámbitos distintos, sino como la simbiosis de todo lo humano. Abanico de historias sabiamente entretejidas, que proporcionan una lectura jubilosa e inquietante a la vez. Y cierro esta breve crónica con palabras del autor:

«Basta ver lo que acontece alrededor. Reparen más allá del restringido espacio que nos sustenta. Afuera el desconcierto reflexivo alcanza límites insospechados. ¿Saben qué pasará en unas décadas? ¿Lo imaginan? No lo sabemos del todo. ¿Y el reino de la niñez dónde quedará? ¿No habrá un sitio dónde cobijarse? Tengan abierto el corazón».

Gracias, Juan Mihovilovich, por el amor de los caracoles y su esplendorosa arquitectura.

 

 

 

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Edmundo Moure Rojas (1941) es un escritor, poeta y cronista, que asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano.

Además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas autobiográficas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.

 

«El amor de los caracoles», de Juan Mihovilovich (Simplemente Editores, 2024)

 

 

 

Los escritores Patricia Stambuk y Sergio Infante presentarán la novela «El amor de los caracoles» en la Librería del GAM

 

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Juan Mihovilovich.