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[Crónica] Fiodor Alex (ei): El diciembre del decano

El día lunes 9 del último mes del año 2024, el protagonista de este texto concurrió a la Escuela de Communications dispuesto a sabotear una postulación doctoral, ciego y ofuscado porque su profesor estrella se encontraba en el banquillo de los acusados.

Por Micaela Souto

Publicado el 27.1.2025

El genial escritor estadounidense Saul Bellow (1915 – 2005) concibió en su novela El diciembre del decano (1982), quizás una de sus pocas obras políticas en ese torrente personalísimo y existencialista que componen la magnificencia de su legado literario.

Su personaje principal, Albert Corde, ficticio decano de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Chicago, sobrepasado por las reacciones que han causado sus investigaciones en torno a la corrupción de su país —publicadas por los principales mass media norteamericanos—, aprovecha la instancia de un viaje detrás de la Cortina de Hierro (Bucarest, Rumanía), en compañía de su esposa, a fin de demostrar que la condición humana no varía demasiado entre un modelo político y el otro (ese que antes prevalecía en la mitad del mundo).

Pero como diría el narrador cubano Reinaldo Arenas (1943 – 1990) en su melancólica y póstuma Antes que anochezca (1992): «La diferencia entre el sistema comunista y el capitalista es que, aunque los dos nos den una patada en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar».

Aquí, te lo advierto, vamos a hacer eso último, Fiodor.

Sin embargo, antes de proceder, no puedo evitar el recuerdo del excepcional filme de Julian Schnabel —basado en la autobiografía de Arenas—, y menos dejar de pasar la ocasión a fin de festejar el impacto visual de esa secuencia que protagonizada por esos actorazos que son Javier Bardem y Johnny Depp, tuve la oportunidad de visionar por vez primera, un domingo de invierno de 2001.

¡El tiempo debe detenerse!

 

Con el apoyo de la «pobla brava» de Provi

No lo podías soportar (el virtual éxito de la postulación), y entonces te dirigiste —el lunes 9 de diciembre de 2024— junto a tu compañero y el testimonio infamante y procaz de los hermanos Ramírez, a cobrarme cuentas prescritas y a entregar tu buena nueva al comité doctoral, quienes como mínimo se olvidaron de la rigurosidad que les imponía la profesión, y la obligación que tenían de contrastar las bajezas y las increíbles miserias humanas que salían de tu boca. Por último, e inclusive, de «denunciarlas», como corresponde.

Pero en fin, ¿para qué se iban a «molestar», si tú eres toda una «autoridad» y jamás los engañarías?

¿Les dijiste que entre las falsas confidencias que les compartías, iba el absurdo relato de los dos microtraficantes de drogas del sector?

Uno se dedica a estacionar autos.

El otro, el «Jimmy», ¿crees que solo recolecta basura para sobrevivir?

Bueno, me imagino que la Tía Tere le habrá dado una empanaita para ayudarlo en la deglución y mastique de su declaración. No lo sé, en verdad lo desconozco. Pero sí me he fijado que la Pilar siempre le regala sus cositas chicas, ropita, comida, en fin.

Ya me dirás:

«Pero te olvidas de que la respetabilidad de mi discurso criminal y fantástico —digno de la desmesura de Italo Calvino o de las Crónicas italianas de Stendhal— iba también respaldado por las versiones de la Comadre Ketita, de la Sor Carmencita, de la Reverenda Adrianita, y de la Iñora Carlina, lo cual lo hace incontestable, e irrebatible».

«Además —prosigues— cuento con el apoyo del tatuado marihuanero de la barbería, quien te tiene mala, con el aliento de los cabros de la farmacia de la esquina (la de la Helga) y con el cerrado concurso de la vieja de la librería. Ah, y me olvidaba de los garzones del Ppaaiixx. Y por si te quedaran dudas, también me avalan las viudas del balserito Elián González, que le ponen al bailoteo, las graves calumnias de las hermanas Martínez y muchas decenas más de otros testimonios, que ni siquiera te imaginas, bribón».

No hay problema, Fiodor, me dejas sin respuesta ni aliento ante la barbarie científica e imbatible de tu argumentación. Es imposible rebatirte en tu retórica delictual.

¿Qué me esperará?

¡Piedad, por favor!

Seguimos.

 

 

 

***

«El diciembre del decano» (Debolsillo, 2016)

 

 

Imagen destacada: Saul Bellow.

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