Quizás, tal vez, aunque sea un disparate, podré estar aquí sin ser quien soy. El cielo se despeja completamente en la ciudad y el sol comienza a llenar los rincones. Las mesas del restorán, recién copadas con agua y jugos, ahora se plantan de cerveza y picadillos, como la mía.
Por Darwin Rodríguez Suazo
Publicado el 7.11.2021
Vine tras los Pueblos Abandonados. En nuestro último encuentro me pasó lo siempre, me dejé llevar por la emoción y les dije: yo no me siento abandonado. Y no solo eso, me tomé la libertad de parafrasear a René Char, recitándoles que quienes miran sufrir a la tigresa en su jaula, se pudren en la memoria de la tigresa.
Sentado en el café Dresden a la espera de un mechada luco con ginger ale, crucé la vista con una chica de jeans, chaqueta y mochila. Nos saludamos espontáneamente y espontáneamente le hice señas para que me acompañara a desayunar.
Se llamaba Pía y llegó a Puerto Montt caminando. Y no estaba cansada ni aburrida.
Mientras comíamos, le conté de mi visita, de mis razones literarias, le conté también de un mapa digital que tengo en construcción, de la base de datos, de contactar escuelas, realizar pautas de entrevistas…
—Vamos, Pía, al teatro, le dije tratando de captar nuevamente su atención.
Pía rechazó mi invitación. No me dijo por qué ni yo le pregunté.
Antes de despedirnos, Pía me nombró a Oswald Durán, poeta haitiano. Yo pensé: esto de los pueblos abandonados va más en serio que la memoria de una tigresa.
Chile tiene que reconocerse telúricamente
La caminata puertomonttina me trasladó hasta una cervecería. Pedí una calafate ámbar para matar el tiempo. Todavía faltaban dos horas para la inauguración de la Feria. Una buena idea sería ir a Castro a visitar a Paula.
Ella apareció en mi vida y yo en la suya en un momento intenso para ambos. Soñamos. Aterrizamos. Nos perdimos en el entresijo de nuestras circunstancias. Quizás tenga a bien verme. Quizás no.
En cualquier caso conocer Chiloé nunca será una mala idea y llevo demasiados años hablando del mar sin estar realmente a merced de su oleaje. Siempre escuché hablar de Puerto Montt con pesar, como un lugar agreste, peleador. No quiero creer, como antes, que únicamente hablando sabrás cómo es un lugar.
Quizás, tal vez, aunque sea un disparate, podré estar aquí sin ser quien soy. El cielo se despeja completamente en Puerto Montt y el sol comienza a llenar los rincones. Las mesas del restorán, recién copadas con agua y jugos, ahora se plantan de cerveza y picadillos, como la mía.
Me acordé de México y sus botanas, campechanos y lonches tapatíos. Beber tres shop de cerveza artesanal en absoluto silencio puede ser una experiencia tan dulce como inquietante. Parecido a esa idea de que Chile comenzó por el sur, con Magallanes en 1520. Magallanes era portugués (Magalhães), pero como en Portugal no obtuvo apoyo para su empresa, se trasladó a Sevilla y cambió su apellido a Magallanes.
¡Al fin en el Diego Rivera!
Temperatura, alcohol gel y avanti, signore.
Lo primero: baño. Una mojada de cara y al salir me encuentro con la expo Forma y contenido: afiches polacos 1970-1990. Dieciocho cuadros para despertar al mismísimo Joe Biden. ¿Mi favorito? 1492-1992 de Jan Lenica, afiche promocional de la Exposición Universal de Sevilla de 1992.
Recomendación musical: Wisions (of Vu) de Stanton Moore. De sorpresa un muchacho me aborda y me pregunta:
—¿Qué tal me veo? Todo lo compré hoy día.
—Te ves muy bien –le digo.
Y se fue. Luego me cambié de sala y me encontré con Memoria fabricada, de Fernanda Nuñez. Dioramas LE TA LES. Recomendación musical: Opyo de Tiro de Gracia. A la rápida, tercer piso: Copia y sacrificio de Mara Santibáñez. Pintura en movimiento. Por favor, véala. Recomendación musical: Extra de Gilberto Gil (en vivo San Pablo). Lectura recomendada: Cuando habitemos el agua, de Camila Mardones.
Bajo raudo hasta el elegante auditorio, donde espectadores de papel maché me hacen sentir en un capítulo de Doctor Who. Como buena fiesta literaria, el público es escaso y el escenario es hermoso.
Antes de todo, Marcelo Utreras y Jorge Ferrada, Ediciones Universidad de Los Lagos y el menudo problema de Alfredo Jaar concientizando mentes en Nueva York.
Y entonces los Pueblos Abandonados. Mellado, Geisse, Barrientos, Miranda. Todos los fuegos el fuego junto a la mirada estremecedora de Verónica Zondek.
La destrucción retórica
Barrientos: Entender la literatura de manera descentralizada. Es ridículo pensar que si uno no se va a Santiago no será un escritor nacional, sino solo un escritor regional. Pueblos Abandonados es una estrategia discursiva. La palabra región es pinochetista y la palabra provincia es demasiado nostálgica.
Mellado: El humor como un sistema de trabajo, una estrategia de autor. La literatura chilena es una voluntad de cánon: el martinrrivismo. El momento cuico de la literatura chilena: Lihn-Donoso. La generación del 38: voluntad de joda.
(me acuerdo de una vez cuando, emborrachándonos con cerveza Patagonia, Cristóbal Gaete me dijo: estos magallánicos quieren conquistar Chile).
Geisse: Somos un colectivo; tenemos que hacer una acción de arte que mee el territorio. Que mee el municipio.
Miranda: Macrozona sur es una negación del territorio. Hay que vivir el territorio desde la memoria. Macrozona sur es una militarización del Estado y de los medios para negar la existencia del Pueblo nación mapuche.
Barrientos: Nuestra literatura (Coloane, ejemplo) tenía mucho que ver con la territorialidad. Coloane instala lo abandónico. La labor escritural consiste en territorializar el discurso. Crear un Ministerio del Mar (Allende). Chile tiene que reconocerse telúricamente.
Geisse: La destrucción retórica de Chile.
Mellado: Hay que ayudar a consolidar el proceso constitucional con trabajo comunitario.
Miranda: Colectivo Letras en resistencia; talleres y trabajo con poblaciones.
Geisse: En algún momento a todos nos va a tocar ser presidentes, como a los suizos. Yo no tengo una poética anterior a lo que estoy haciendo, ¿o tú piensas que Lagos lo hizo a propósito?
Estamos en Chiloé
Después de este panel, nos retobámos con Geisse un par más de cervezas patagónicas y trasladamos nuestras mentes a otros dos paneles solares: “El patrimonio de las palabras”, con Óscar Petrel (estrenando HD), Carla Loayza, Rosabetty Muñoz y Bernardita Hurtado; y “Vasos comunicantes de la nueva literatura” con Carlos Tromben, Catalina Infante y Yuri Soria.
Al terminar la jornada, nos reunimos todos en una humilde cena donde expandimos al máximo nuestros valores democráticos. A su debido tiempo, el gaucho insufrible sabrá relatar mejor que yo esa velada inolvidable.
Hoy día desperté en una casona de seis o siete o más dimensiones y sintiendo una gran paz interior. Hoy he decidido ir lento, tratar de proyectar mis pasos con la solvencia de una reforma tributaria a ocho, a doce años, con la dulzura de un jugo de frambuesas, con boleto a la mar de Castro.
Hoy no hay viento y el cielo está completamente nublado. Tampoco hace frío. Hoy es un día claro.
En el trayecto a Castro tuve ocasión para mirar unos libros que Geisse, en la alborada, me pasó para resguardar; todo indica que tendrá que ir a buscarlos a Tomé o yo ir a dejárselos a Vicuña, vía estrellas del firmamento. El primero, Chilotito. Parte I. Deja coloreao. ¡Qué estupendo manual! Por favor búsquenlo en www.chilotito.cl.
El segundo, La recta provincia. Un tiempo indigno de creer (mentenegra editorial) de Héctor Véliz, juro por indígena y no cristiano que este libro le serviría hasta al más conspicuo para invocar al invunche de un psiquiatra imperfecto.
El tercero, La danza del cangrejo. Del cáncer de mama a la esperanza, de Mónica Jensen. Oíganme: cuando Mónica habla la naturaleza, te da el escalofrío del Haiku. Después salí a la cubierta del transbordador. Antes le pregunté a mi compañera de asiento si podía dejar mis cosas allí, en el bus:
—Por supuesto, me dijo. —Estamos en Chiloé.
Unos sándwich de hamburguesa de quinoa
Debo decir que el día de verano, para los chilotes, me tenía aterido de frío. Cuando tuve donde quedarme, llamé a mi primo Eduardo, quien hace años vive intermitente entre Dalcahue y Tomé, suerte que estaba en Castro y pudimos juntamos a comer unos sándwich de hamburguesa de quinoa.
Mi primo anda de mecánico. Está arreglando un semirremolque para irse de viaje, quiere llegar al Atlántico vía Argentina-Brasil. Mientras tanto yo hablaba por mensajes con Paula, quien estaba en Ancud. Le dije que se arrancara de la pega ipso facto, pero Paula es responsable y seria con respecto a la pega y no le quedaba tanto rato para salir.
—¿Y cómo has estado tú? —me pregunta el Edu.
—Algo cansado —le digo— de la beligerancia, de la mascarilla. Pero contento y pensando en el futuro y en mis cercanos y cotizando sistemas fotovoltáicos.
El Edu ya tenía el portugués dominado. Un capo.
Mi primo me invitó a caminar y nos encontramos con tremenda batalla de free style en la plazita justo frente al Blue Hostel.
—Ooooo, pégale un gritooooo, por bravucooooon, ooooo…
Animación de Tesodo y comienzo de las semifinales: Lucho v/s Fervor. Un patrón para preguntar y tres patrones para responder.
Parte Lucho preguntando y Fervor responde. Como las batallas de free style hay que presenciarlas en vivo, no diré cómo terminó. Si diré que Fervor cometía menos errores que Hemingway y que sabía activarte la capacidad de asombro.
La circunnavegación del verdadero amor
Luego me encontré con Paula. Habían pasado varios años, pero como sabemos, la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma. Mi amigo Geisse ya está todo fiero en el aeropuerto y a mí todavía me queda un día en la Isla Grande, donde tengo total certeza de haber vivido una de mis vidas pasadas.
Un par de horas debo dedicarlas a un escrito conjunto con Caro Opazo, inquietante artista sonora con quien compartimos residencia semanas atrás. Le dije a Caro, Caro, háblame del sonido; para mí, fuerza de atracción en demasía. Yo trataré de responderte con sinceridad.
Suena fácil, pero para todo aquel cuyo material de trabajo sean las palabras —como dice el maestro Egor Mardones— la sinceridad implicará el descubrimiento de miserias que solo los escritores saben cuánto pueden costarnos sobrellevar. De modo que salí en búsqueda de una cafetería donde poder sentarme a trabajar.
En el barrio Lillo di con expelías de café de grano. Cafetería Chucao. Pedí un americano y, oh sorpresa, en la barra tenían dos libros para hojear. Uno, llamado ¡Ay, poesía!, de Esteban Guzmán. Y el otro, Cindy López, de Patricia Águila.
¡La Pata querida! Yo conocí a Patricia en mi segunda estancia valdiviana, esos meses con el corazón en trocitos. Patricia siempre me pareció una poeta consolidada (mercado editorial aparte), y aun cuando nunca leí ningún poema suyo, era algo en sus ojos, en su sonrisa, en su hogar.
La chica del café colocó un disco de Morrisey y por primera vez en mi vida leí un libro de Patricia Águila.
Es justo decir que en la hoguera con Geisse llegué a mencionarle que yo ya no leía más de un párrafo, una contraportada, nada me entusiasmaba y todo me sabía demasiado pronto hacia dónde querría conducirme. Y no solo se lo dije a Geisse. Y en algún momento me lo llegué a creer.
Y debo escribir, de entrada: Esteban Guzmán es de lo más lúcido que la vida me ha puesto al frente. Cuánta fuerza, cuánta verdad, ritmo del diablo: ¡vuelves y remeces, Esteban, tú, bosque de alas, párpados de tu iridiscencia!
Cielos, nunca he sido muy fanático de los rankings, menos cuando los relacionan con las artes, pero, como buena parte de la población, los leo por ociosidad. El otro día me llevé una sorpresa. Leí un ranking de las 50 mejores canciones, no recuerdo si del último siglo o más, la cosa es que aparecía una canción de un dúo que yo había escuchado con increíble suspicacia un año antes.
Una de las canciones de ese disco (no la que aparecía en el ranking) decía al final: Chain keep us together (running in the shadow).
En principio, la canción habla del amor y del desamor, pero yo extrapolé esta frase al asunto de la esclavitud humana, visto desde quien ocupa la posición de esclavo, como una frase de resiliencia para seguir adelante, para mantenerse con vida, para amar la vida aun cuando la vida tenga forma de cadena.
Esa vez sentí un sobrecogimiento similar al que sentía cuando con mis viejos conversábamos sobre la poesía de Floridor Pérez, siendo yo y mi hermana adolescentes sin edad. Esa tristura de Floridor que luego me acompañó en tan bellas andanzas y que quedó en mejores manos, en el cauce de su río, en la circunnavegación del verdadero amor.
Nota al pie: Esta crónica no habría sido posible sin el desinterado auspicio de: Lavaseco Clean Center, Incubadora de negocios La Brújula, Tatuajes Puqueldon, Toyota, Hospedaje Mery, Panacea, alimentos para mascotas, Taller La Mitocondria, fabricantes de urnas SPA, Club Deportivo Lillo (fundado el 4 de mayo de 1989), Bar El Pochon. Y quiero hacer una mención especial y desearle muy feliz cumpleaños a mi querido amigo Claudio Yungue y a su western patagónico.
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Darwin Rodríguez Suazo (Tomé, Chile, 1988) estudió sociología en la Universidad de Concepción y es magíster en literatura hispanoamericana contemporánea por la Universidad Austral de Chile. Desde las posibilidades de la narración breve, su quehacer también abarca la indagación literaria y la reflexión sobre la comunicación de masas.
Imagen destacada: El Café Dresden de Puerto Montt.