A partir de La Moneda, pasando por los exmandatarios conocidos, y terminando en la prensa mediática masiva, al servicio de los poderes fácticos, se ha desplegado un abierto ocultamiento de la verdadera trayectoria pública y política del expresidente fallecido, que repugna a nuestra conciencia ciudadana.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 6.2.2024
«Es difícil ser humilde cuando se es el mejor».
Sebastián Piñera, a propósito del éxito financiero de su negocio de las tarjetas de crédito
De este personaje, en cuya honra fúnebre se iza hoy, 6 de febrero de 2024, a media asta, el pabellón de la patria surrealista que vamos escribiendo, supimos, a comienzos de los 80, cuando gran parte de la banca privada padeció la quiebra de sus febles cimientos financieros.
Ante el estupor de la opinión pública, el gobierno de facto echaría mano del erario fiscal para la «salvación de la banca». Pinochet confirmaba su propósito de «defender a los ricos».
En 1982, un joven ejecutivo bancario del Banco de Talca, apareció en las noticias de última hora, en virtud de un proceso judicial incoado en su contra por el juez Luis Correa Bulo, tras irregularidades comprobadas en el otorgamiento de millonarios créditos a empresas vinculadas al Banco (estafa y prevaricación).
Sí, se trataba (se trata) de Sebastián Piñera Echenique, vástago de una familia de clase media «ascendente», donde destacaban su padre, el democratacristiano José Piñera y su tío, el obispo Bernardino Piñera. De la DC es casi natural irse desviando a la derecha.
Se supo más tarde que Mónica Madariaga, exministra de Justicia del dictador Augusto Pinochet, admitió, en entrevista a un canal de televisión, haber llevado a cabo —presionada por el entonces Ministro del Trabajo del dictador Pinochet, hermano mayor del reo, José Piñera Echenique—, gestiones para liberar a Sebastián Piñera, detenido por su directa participación y consecuente responsabilidad en procedimientos ilegales que afectaron la quiebra del Banco de Talca, cumpliendo a la sazón el cargo de gerente general. De ambicioso ejecutivo bancario a próspero banquero. La codicia ya manifestaba en él su insaciable prurito.
Diez años más tarde, cuando recién parecíamos salir de la interminable «noche de piedra» de la dictadura militar-empresarial, Sebastián Piñera culminaba con éxito su mayor emprendimiento financiero y especulativo: afianzar en Chile el negocio de las tarjetas de crédito, cuyo resultado le llevaría a integrar la lista selecta de multimillonarios en dólares, siendo éste, a la postre, el mayor logro de su existencia.
No obstante, el joven Piñera, inagotable trabajador e implacable explotador cuando se trataba de acrecentar su riqueza, hábil y astuto, moviéndose de continuo al filo de la ley, no limitó a la desenfrenada especulación sus ambiciones de triunfo. Quería más, buscaba la fama pública del tribuno, la ascensión en el áspero tobogán de la política. Una vez más, el servicio público se transformaba en autoayuda.
Paradoja brutal, pero cierta
Se dice que el pináculo de la ambición humana es unir el poder económico al poder político. Sólo un puñado de grandes millonarios lo han logrado, entre ellos, Donald Trump. Paradigma de Sebastián. Siendo Chile un país pequeño, la dimensión internacional del triunfo plutocrático de Piñera es, por supuesto, notable.
Pero surge entonces la tercera instancia, para consagrar una suerte de trinidad perversa, propia del reino de este mundo: la consagración por la fama pública, ser admirado y querido por sus conciudadanos, que tienen hoy mucho de súbditos, pues se prosternan ante el espejismo del éxito, propio de la sociedad enajenada a la que pertenecemos, en este sistema de capitalismo salvaje exacerbado, donde todo parece medirse por el peso de la faltriquera.
Recordemos que este tópico del poder, sus grandezas, servidumbres y horrores, ha sido tratado por eximios novelistas hispanoamericanos; empleo la filiación hispana, porque incluyo al precursor gallego, Ramón María del Valle-Inclán, a través de su célebre novela Tirano Banderas (1926), escrita en el emblemático México de la post revolución, mientras veo la imagen patética de Sebastián Piñera, sentado bajo el plinto escarnecido de Manuel Baquedano jinete, Plaza de la Dignidad, en una de las pausas del estallido social, imagen provocadora con la que quiso demostrar su desprecio ante las legítimas protestas sociales de un pueblo avasallado bajo falsa democracia.
Aunque el sátrapa cívico dijera en una entrevista que en aquella ocasión había sentido «la (atroz) soledad del poder». Pudo superarla, no obstante, y salvar la defenestración inminente, con el apoyo de sus pares políticos: derecha y ultraderecha, Concertación y Nuevos Revolucionarios sin Tacha (Boris y Cía.).
Después de Valle-Inclán vendrían otras notables narraciones de caudillos latinoamericanos: La sombra del caudillo (1929), de Martín Luis Guzmán; El señor Presidente (1948), Miguel Ángel Asturias; Yo, el supremo (1974), de Augusto Roa Bastos; y El otoño del patriarca (1975), de Gabriel García Márquez.
En todas ellas se yergue la efigie del caudillo, contrapuesta en todo sentido a la del estadista, incluso a la del César romano o al Sátrapa persa. El caudillo nuestro, de mala herencia española, es un líder mítico que pugna por hacerse del poder absoluto y quiere ser respetado y venerado por ello. Ha devenido también en Pater narcotraficante, como Escobar y el Chapo Guzmán.
Más que personaje del «realismo mágico», Sebastián Piñera Echenique sería un buen esperpento del obsceno pájaro de la noche; sí, más cerca de Donoso que de García Márquez.
Sebastián Piñera ejerció dos mandatos presidenciales: 11 de marzo de 2010 – 11 de marzo de 2014; 11 de marzo de 2018 – 11 de marzo de 2022. Su primer gobierno ofrecía, entre otras incumplidas promesas, la erradicación de la delincuencia urbana. Su segundo mandato enfrentó dos graves situaciones: la primera, el estallido social de octubre 2019; la segunda, la pandemia Covid-19.
Podemos afirmar que el virus asiático salvó a Sebastián Piñera de la tremenda convulsión social que lo tuvo entre las cuerdas; como no le ocurriera al faraón egipcio, Sebastián I fue salvado por la peste, fenómeno que le sirvió para fortalecerse y exhibir un manejo relativamente alentador de la catástrofe sanitaria (comparado con otros países de la región), aunque lleno de falsedades dentro de casa.
El Covid fue generoso con Sebastián Piñera, pues la crisis económica, la consiguiente depresión de esos dos años, contribuyó al acrecentamiento de su fortuna. Esto es también sabido, aunque no ponderado: los más ricos sacan siempre un provecho multiplicador de las crisis económicas; así, el dolor social se transforma para ellos en renovado bienestar, como ocurre con las guerras. Sí, es una paradoja brutal, pero cierta.
La perversión de un sistema que retribuye mejor la especulación que la inversión productiva, teorema que don Sebastián entendió mejor que muchos, no por haberlo estudiado en Harvard, sino porque nació con ese talento, como un don de Midas, su deidad protectora.
Deshonra pública, honra fúnebre
Sebastián Piñera Echenique ha muerto, hoy, 6 de febrero de 2024, víctima de un accidente aéreo en el lago Ranco, cuando pilotaba su propio helicóptero, junto a tres pasajeros que lograron nadar, ilesos, hasta la ribera. El magnate, según se desprende del informe forense, no habría logrado desatar el cinturón de seguridad a tiempo y pereció ahogado. La última jugada del destino le fue desfavorable. Ante la parca no hay tretas ni subterfugios ni componendas de ninguna clase.
Tragedia para su familia, sin duda, pena para sus pares políticos y cercanos. Duelo nacional, palabras del actual Presidente, compungidas, hiperbólicas, cuando le describe como: «demócrata desde la primera hora».
No sabemos a qué hora se refiere, pero sí tenemos claro que Sebastián Piñera Echenique fue un admirador entusiasta de Pinochet y cómplice pasivo, por lo tanto, de las graves atrocidades cometidas bajo su bota militar.
El posterior esfuerzo de Piñera por desmarcarse del pinochetismo, junto a su partido, Renovación Nacional (RN), es otra muestra del oportunismo de una parte de la derecha advenediza.
Convengamos que es la pérdida de una vida humana, lamentable como cualquier otra. Toda otra adjetivación hiperbólica, en este caso, resulta vacua y fuera de sentido. No obstante, dada la categoría de expresidente del difunto, correspondía otorgarle funeral de Estado. Hagamos justicia a la servidumbre del protocolo.
Distinta es la pretensión de hacernos tragar un cúmulo de falsedades mediáticas, de lamentaciones y de lloriqueos —muchos de ellos—, empapados de lágrimas de cocodrilo, como es el caso de la alcaldesa Matthei, entusiasta precandidata en lo próximos comicios presidenciales; ella fue ultrajada por Piñera —recordemos el episodio grabaciones difundido por Ricardo Claro Valdés—, lo que devino en una profunda enemistad entre ambos, agudizada en el proceso de primarias de la centroderecha en 1992.
A partir de La Moneda, pasando por los exmandatarios conocidos, y terminando en la prensa mediática masiva, al servicio de los poderes fácticos, se ha desplegado una cobertura de blanqueo de imagen que repugna nuestra conciencia ciudadana.
¿Dónde quedan las constantes y planificadas violaciones de derechos humanos perpetradas por el gobierno de Sebastián Piñera Echenique en contra de la población civil manifestante?; ¿dónde la memoria de sus muertos y mutilados?
¿Quién da cuenta de la feroz represión policíaco-militar en el Wallmapu? ¿Quién saca a luz la nefasta política ejercida contra los derechos sociales de los trabajadores? ¿Quién se hace cargo del robo descarado del sistema de AFP, «innovación creativa» de su hermano, José Piñera Echenique?
No permitamos, ciudadanos, que estas honras fúnebres barran bajo la alfombra la deshonra pública que significa la trayectoria privada y política de uno de los peores mandatarios de nuestro tiempo. Apelemos a todos los medios a nuestro alcance para denunciar esta virtual farsa mediática, que ha desplazado la inmensa tragedia social de miles de modestos pobladores de la Quinta Región, como si se tratara de una noticia de bajo interés, ya manoseada por los «rostros» de la indigna televisión.
¡El muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza!
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Edmundo Moure Rojas (1941) es un escritor, poeta y cronista, que asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano.
Además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.
Imagen destacada: Sebastián Piñera Echenique.