Los personajes de la primera novela del autor chileno Víctor Manuel Daviú pertenecen al imaginario popular del Norte atacameño, están enraizados en la tradición fantástica de la zona, constituyendo una auténtica leyenda que constituye, por sí misma, una realidad ficticia y anímica irrefutable.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 4.7.2024
Como la copa de la arcilla era
la raza mineral, el hombre
hecho de piedras y de atmósferas,
límpido como los cántaros, sonoro…
Pablo Neruda
En Cayuqueo, un pueblo del desierto de Atacama lleno de misterio, encanto y personajes insólitos, un muchacho llamado Jacinto es acusado de la desaparición del italiano Valerio Connio. Para demostrar su inocencia recorre la zona desesperadamente, buscando información.
Los orejones, primera novela de Víctor Manuel Daviú Escola (Copiapó, 1954), continúa con la temática fantástica desplegada en sus anteriores y celebrados cuentos, entrelazando la intriga de la desaparición del italiano con el destino de unos seres aparentemente invisibles, que dan el contrapunto a esta obra singular.
De esta manera, la historia transcurre en un pequeño pueblo perdido en las inmensidades telúricas y minerales del extenso norte de Chile, territorio que ha visto transcurrir por sus desoladas pampas y fantasmagóricas sinuosidades, los pasos ávidos de pueblos trashumantes que arrean sus precarios rebaños, en busca de mezquinos pastos y súbitos regatos de escasas aguas, durante generaciones.
Sin poder explicarse, esos caminantes, quizás el hechizo de aquellos páramos inhóspitos, donde han dejado también huellas numerosos pueblos guerreros y las huestes imperiales de los Incas, medio siglo antes de que arribaran los conquistadores hispanos, premunidos de la pólvora, la espada y la cruz, para imponer su cosmogonía desplegada entre la realidad esclavizadora y la promesa de vida eterna para los siervos obedientes.
El propósito narrativo y estético del autor, Víctor Daviú, hombre del Norte Grande, como lo fuera nuestro recordado Andrés Sabella, es unir los afanes, anhelos, frustraciones y desesperanzas de pobladores contemporáneos, aferrados, cual poetas que esperan la súbita iluminación de las musas, a la sorpresa de un hallazgo que les traiga lo imposible: la fortuna y la felicidad perdurables.
Sí, el hombre de la minería, sobre todo el rústico pirquinero, se parece en eso al poeta, en la persecución de un sueño que puede durar toda su existencia, sin detenerse jamás a considerarlo como el espejismo de una quimera.
En las instancias y sucesos de traza fantástica
Víctor Daviú recoge, en su magín de hábil contador de historias, los vestigios de una antigua leyenda sobre ancestrales habitantes escondidos en las entrañas de los inmensos roquedos minerales que ascienden hacia el extremo este de Chile, para conformar una de las dos cadenas montañosas más inmensas del planeta.
Testimonios de antiguos viajeros, historias grabadas en la piedra, relatos orales que los incas traspasaron a otros pueblos andinos, hablan de esa extraña especie de los Orejones, cuyo misterio ofrece el autor a los personajes de la novela, desafiándoles a desentrañarlo y, a la vez, alzando sobre ellos la maldición de un posible descubrimiento que podría resultar nefasto para el género humano.
Los orejones pertenecen al imaginario popular del Norte atacameño, están enraizados en la tradición fantástica de la zona, constituyendo una auténtica leyenda que constituye, por sí misma, una realidad ficticia y anímica irrefutable.
Será Jacinto, un sencillo y despierto muchacho, quien conduzca esta especie de hilo de Ariadna hacia los laberintos de estos seres hipersensibles que guardan inquietantes secretos y revelaciones sobrehumanas, bajo la superficie de los páramos salvajes y de los calcinados arenales.
El tópico escogido aquí por el autor, con sagacidad y maestría, es quizá la metáfora de la infinita desolación terrestre que guarda en su seno descomunales tesoros. Esto provoca en los habitantes del pueblo de Cachiyuco —en todos los pobladores de territorios minerales— la desmesura de los deseos, a veces trasuntados en esperanza, ambición o codicia; es un aspecto sociológico de lo que se llama la «fiebre del oro», cuya derivación extrema es la desmesura que lleva al desquiciamiento.
A ratos, la narración nos evoca otro pueblo mítico de la literatura latinoamericana; sí, me refiero a Comala, el lugar donde los muertos conviven y comparten una existencia paralela con los vivos, donde el hijo busca a su padre o al fantasma o al espectro de ese Pedro Páramo, el progenitor remoto, arbitrario y ausente, como lo hace este muchacho nortino llamado Jacinto.
Los personajes están muy bien logrados; resultan verosímiles, incluso en las instancias y sucesos de traza fantástica. Otro acierto de Víctor Daviú, que conoce las gentes y lugares de los que habla, como si fuera uno de ellos, como si acostumbrara pasear por las polvorientas calles de Cachiyuco, como si pudiéramos encontrarle bebiendo un aromático ponche con las pintarrajeadas meretrices de La Maliche.
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Edmundo Moure Rojas (1941) es un escritor, poeta y cronista, que asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano.
Además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas autobiográficas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.
Imagen destacada: Víctor Daviú.