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[Crónica] Nagorno Karabaj: Enfrentamientos sin salida en el Cáucaso Sur

El gobierno de Armenia, bajo la amenaza, a su vez, de ser atacado, busca deslindar responsabilidades y no apoyar a Artsaj en esa caída que podría implicar su propia caída: parte de su población, en tanto, frente a sus muertos, desesperada reclama «el derecho a la guerra».

Por Ana Arzoumanian

Publicado el 21.9.2023

El 21 de septiembre fue el día de la independencia de Armenia. Se conmemora la Tercera República de Armenia independizada de la Unión Soviética en el año 1991. La población se reunió en varios puntos de la ciudad. Por la mañana, el lugar elegido por muchos fue el cementerio Yerablur, camposanto donde se encuentran enterrados los soldados de las guerras por Artsaj.

Otro de los lugares de rememoración fue en el centro de Ereván, alrededor del monumento a Karekín Nzdeh, héroe de la revolución de Armenia. Allí, el Movimiento de Soberanía Armenia declaraba: «nos han saqueado el derecho de ir a la guerra».

Esa jornada que se preparaba para ser de festejos se vio totalmente ensombrecida por los bombardeos que tuvieron lugar dos días antes en Artsaj, por el país vecino Azerbaiyán.

Artsaj, nombre armenio de Karabagh o Nagorno Karabagh, el enclave de población armenia que se ubica fuera de los límites de la República de Armenia y está inserto dentro del espacio de Azerbaiyán, atravesó dos guerras. En el año 1988 hasta el año 1994 con la constitución del dominio armenio en la región y la proclamación de un gobierno autónomo de base armenia.

Luego, durante el año 2016, un enfrentamiento, que duró cuatro días, se llevó la vida de soldados y civiles. En medio de la presión entre los dos países por tener bajo su control la zona estalló una nueva guerra en el año 2020. Consecuencia de una invasión masiva y escoltada por Turquía, Azerbaiyán retiene el territorio.

 

Territorios, personas y sentidos

Un bloqueo de alimentos y de ayuda humanitaria que duró nueve meses llevó a la población de Artsaj a vivir este último tiempo en condiciones miserables. Sobre esta situación, con el argumento de detener acciones armadas, el ejército azerí bombardea la región bajo el título de acciones antiterroristas.

Así, lo que para los armenios es una nueva acción bélica, para su oponente es una lucha antiterrorista. A la población diezmada, se sumó una cantidad de muertos y heridos. El cese de fuego tuvo como condición un encuentro que se llevó a cabo el mismo día 21 de septiembre, antecedido de un deber de rendición del gobierno que administraba Artsaj con entrega de sus armas.

Azerbaiyán reclama la reintegración legal de Artsaj a su territorio. La incertidumbre de lo que ocurrirá con la población es total. Putin, a través de su portavoz, ha anunciado la reinstalación de dos mil civiles en tiendas rusas y ha asegurado que el conflicto no es una guerra porque considera el territorio, de jure, azerí.

El gobierno de Armenia solicita a los agentes de seguridad de los EE. UU. el amparo físico de la población. La región es el foco de la lucha, además, en esa tensión que existe entre Rusia y Occidente.

¿Qué se pierde en una guerra?

Territorios y personas y sentidos. Hay una fotografía emblemática de la primera guerra de Nagorno Karabagh: un soldado con su arma está sentado junto a una abuela a quien abraza. En una conflagración también se pierde el amor propio, se pierde la filiación, se pierde una salida posible a esa extrema pasividad que constituye el lugar de la víctima.

La liberación de Artsaj recuperaba, en los armenios, una genealogía. No es casual que el monumento que representa al territorio sean dos figuras de montañas llamadas: abuelita y abuelito.

¿Qué se pierde en una guerra? Quizás, también, los muertos. El gobierno de Armenia, bajo la amenaza, a su vez, de ser atacado, busca deslindar responsabilidades y no apoyar a Artsaj en esa caída que podría implicar su propia caída. Parte de la población armenia, frente a sus muertos, desesperada reclama: «el derecho a la guerra».

 

 

 

 

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Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.

De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos, la novela La mujer de ellos, los relatos de La granada, Mía, Juana I, y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.

Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.

Rodó en Armenia y en Argentina el documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010).

Es integrante, además, de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.

El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.

 

Ana Arzoumanian

 

 

Imagen destacada: Bombardeo a la Catedral del Santo Salvador, también conocida como Ghazanchetsots, símbolo de la ciudad de Shushí en la República de Artsaj.

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