El amor por el dinero al que se refiere Alone, de manera romántica e hiperbólica, tiene que ver con la relación que los seres humanos establecen y practican con este extraño, resbaloso e inasible ente que regula nuestra existencia, entre la necesidad y los medios de satisfacerla.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 5.4.2024
«Mi padre no amaba el dinero, y éste le pagó con la misma moneda».
Esto escribió Alone, Hernán Díaz Arrieta, en su notable libro: Pretérito imperfecto, memorias literarias de imprescindible lectura.
Aludía a su progenitor, a propósito de la cuantiosa herencia recibida por él del abuelo Arrieta —propietario de buena parte de las actuales comunas de Ñuñoa y La Reina—, destacando el diverso y contrapuesto destino que ese patrimonio heredado tuvo para los tres tíos de Alone —hermanos de su padre—, y para su pater familia.
Los tíos hicieron rendir y fructificar aquel considerable peculio. Su padre, en cambio, lo fue dilapidando, lento pero seguro, a través de infortunados negocios y torpes derroches.
Entendamos que la fortuna es prima hermana de los emprendimientos humanos, aunque el capitalismo extremo que padecemos nos trate de convencer de la meritocracia, y nos machaque la monserga: «el trabajo honra y dignifica».
Pues bien, para infortunio propio y de los suyos, el padre de Alone echó a correr las monedas, como ruedas de una carroza de prodigalidades, entre malas decisiones, apuestas al albur, placeres dionisiacos y otros excesos poco edificantes.
La frase inicial de este escrito es perfecta —la de Hernán Díaz Arrieta, claro— por su agorera certeza. La relaciono con la trayectoria existencial de mi propio padre, un emigrante gallego, esforzado y trabajador, lleno de energía, que no amó al dinero y pagó las consecuencias de su desamor. (Huelgan detalles). También la aplico a mis largos andares, que tampoco importan, fuera de mis propios pasos.
Necesario para vivir con cierta tranquilidad
Ahora bien, el amor por el dinero al que se refiere Alone, de manera romántica e hiperbólica, tiene que ver con la relación que los seres humanos establecen y practican con este extraño, resbaloso e inasible ente que regula nuestra existencia, entre la necesidad y los medios de satisfacerla.
Cristo parece referirse a esto en la parábola de los talentos, enseñanza pragmática que los puritanos perfeccionaron (Max Weber), más allá de un sentido de justicia social, cuyo apremio de conciencia dejaron al arbitrio del individualismo, reemplazando la incertidumbre del mañana y toda piedad o misericordia, por esa entelequia llamada oportunidad.
Relación, pues, de mutuo respeto y cautela calculadora, con los previsores aliados del ahorro y la sobriedad, bases sustentadoras de la filosofía burguesa, hoy sobrepasada por las hidras de la ambición y la codicia, y ese corcel desbocado que llamamos consumismo.
Pero sí, el dinero es necesario para vivir con cierta tranquilidad, para conciliar el sueño y evitar en su reposo la pesadilla de los números rojos, la garra de las cuentas impagas, la amenaza del embargo y los grilletes de la insolvencia. En el mundo de la literatura abundan los ejemplos, pero si queremos apelar a uno paradigmático, remitámonos al menesteroso Miguel de Cervantes.
De la herencia de sus ancestros, Alone conservó su gran casa de avenida Beauchef, en cuyo refugio dijo adiós a este mundo, aunque pocos años antes de su «pasamento», el infortunio, en trazas de personaje ígneo, arrasó con su amada biblioteca.
Hernán Ortega, quien hace cuatro años llorara sobre las cenizas de su propia casa de Olmué, arrasada por las llamas, sintiendo más la pérdida de sus libros que la del cobijo hospitalario, nos contó esta anécdota, llena de ternura literaria: en las páginas de El Mercurio, morada de Alone durante tres décadas, apareció un aviso destacado en el que Hernán Díaz Arrieta pedía a sus lectores ciertos títulos de libros que pugnaba por recuperar, después del devastador siniestro, ofreciendo pagar por ellos el dinero de su valor de mercado.
Mencionó la primera edición de Memorialistas chilenos (Zig Zag). Esa misma tarde, mi amigo Hernán le llamó, para ofrecerle el ejemplar, sin aceptarle retribución monetaria. Le pidió, a cambio, una entrevista para Huelén, nuestra querida publicación de los 80. Fue la última concedida por el gran y controvertido crítico literario. Conservo ese ejemplar de la revista.
Hernán Ortega tampoco «amó el dinero». Somos varios en ese vasto grupo de ingratos o desafectos. Aunque al cabo de los días no estemos conformes con los resultados de esa indiferencia. Hay amantes que nunca nos perdonarán tal desprecio.
Quizá por eso nos advertía don Francisco de Quevedo: «Poderoso caballero es Don Dinero». Y lo seguirá siendo, ¿qué duda cabe?, ¿qué deuda lo proscribe?
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Edmundo Moure Rojas (1941) es un escritor, poeta y cronista, que asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano.
Además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.
Imagen destacada: Hernán Díaz Arrieta.