Entré a México en febrero de este año, en plena pandemia y simplemente me dejé llevar y sorprender por esta tierra generosa de singularidades, y ha sido una experiencia transmutadora, llena de posibilidades existenciales y trascendentales.
Por Melissa Morales Bonich
Publicado el 4.10.2021
Los mexicanos son conscientes de lo que estas tierras albergan, y aunque pueda parecer un tanto pintoresco o rimbombante, la sola denominación de “pueblo mágico” a una localidad te habla de un rescate consciente de ese lugar para transformarlo en destino obligado y una zona donde cosas extraordinarias suceden.
Y la verdad es que así ha sido.
Entré a este país en febrero de este año, en plena pandemia. Y en La Ciudad de México me quedé unos días pero mi destino final era reunirme con mis hermanas en San Cristóbal de las Casas, pueblo mágico de Chiapas.
Al llegar comprobé que la denominación no escapaba de la realidad y ni siquiera puedo explicar muy bien la razón.
Es que los adoquines irregulares de sus calles, las luces de los faroles que iluminan la estancia, las preciosas casas con sus acogedores patios interiores, las iglesias que se alzan en los distintos puntos cardinales que lo rodean, las nubes desplazándose tan cerca, las montañas envolventes, el clima cambiante, soleado por la mañana y lluvioso por la tarde, el olor a café, los indígenas que se te acercan para venderte alguna artesanía mientras intentas descifrar su mirada y su lenguaje, la entretenida vida nocturna, los panoramas espirituales, las extraordinarias puestas de sol desde las azoteas.
Todo aquello no lo vi venir, más bien lo fui descubriendo con el paso de los días, que se fueron transformando en semanas, meses; hasta ir perdiendo la idea de retorno próximo, la sensación de estar de vacaciones y el pasaje de vuelta.
Y es que muchas personas le hablaron a mi hermana de aquél lugar.
Cuando me propuso venir a México y recorrer Chiapas y Oaxaca, ninguno de los dos lugares tuvo un significado especial para mí: no conocía nada de aquél país y todo se me presentaba como una novedad.
No googlié los lugares, ni busqué fotos de referencia en Instagram, ni pedí recomendaciones en Facebook. Simplemente me dejé llevar y sorprender por esta tierra generosa de singularidades y ha sido una experiencia transmutadora.
Es que en el Santiago de los últimos años me enfrenté a una ciudad que sirvió de escenario para una crisis tanto personal como social, que se iba agrandando a medida que la vida profesional se hacía una realidad a la que debía responder con éxitos y proyectos de vida para nada atrayentes.
Y mientras un país completo clamaba por terminar con corrupciones e injusticias, “estallando” en una potente catarsis colectiva que la pandemia agudizó de una dolorosa manera.
No era raro, por tanto, que al entrar a un país como México, en que la historia y las perspectivas son otras, me sintiera más libre, más ligera, como fuera de foco, como un ave que descubre sus posibilidades desde una secreta rama camuflada por los verdes paisajes de Chiapas.
Así, fui transmutando la poderosa ansiedad inhabilitante por una curiosidad nueva que se ha instalado en mi vida a medida que habito este pueblo mágico lleno de posibilidades que aportan los distintos viajeros que, como yo, se animan a recorrer esta misteriosa ruta selvática.
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Melissa Morales Bonich es una abogada de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, nacida en Santiago de Chile y que actualmente vive en México.
Crédito de la imagen destacada: Melissa Morales Bonich.