[Crónica] Tenemos que hablar de Fiódor Ilich Alexei

Lo he intentado, pero no puedo olvidar la torpe audacia de lo que hiciste el lunes 9 de diciembre de 2024, y de alguna forma pienso que ese acontecimiento nos unirá por siempre y marcará nuestros respectivos devenires desde ahora hasta la eternidad.

Por Micaela Souto

Publicado el 8.2.2025

En medio de una noche de desesperación, cuando muy probablemente la tuberculosis no lo dejaba dormir, Franz Kafka escribió en uno de sus cuadernos: «A partir de un determinado punto ya no hay retroceso posible. Hay que alcanzar ese punto».

Con todo, el aforismo es tan lúcido en su bella radicalidad y en las resonancias de las imágenes sensoriales que provocan en su lector de turno, que el autor estadounidense Paul Bowles lo utilizó como epígrafe en su hermosa novela El cielo protector (1949).

En el filme inspirado en esta última, y debido al realizador italiano Bernardo Bertolucci, una fascinante Debra Winger, nos advierte en excitada carne propia, esa máxima y sentencia de que un viajero para nada es un turista.

Y aquel lunes 9 de diciembre de 2024, Fiódor Ilich, alias «El Ruso» o «El Dekano», traspasó esa frontera estética, cuando no lícita, a la cual se refería el atormentado abogado praguense, de influencia primordial en el canon literario del siglo XX.

Si bien en un comienzo, Fiódor se encontraba ciego y ofuscado, su intervención para frustrar mi postulación doctoral, tenía raíces en un caso judicial en el que su ignorancia me adjudicaba una importancia estratégica e intrusiva: que uno de sus subalternos, tuviese que declarar ante la Policía de Investigaciones, en el contexto de una indagatoria penal iniciada por robar ideas ajenas.

Eso fue suficiente para que se reactivaran los irracionales resentimientos que guarda en contra de mi persona, y que nuestras diferencias políticas e ideológicas (disfrazadas por él de «académicas» o hasta de conductuales), las resolviera el muy matón, con una acción criminal y dolosa, que mirada con precisión, es plausible de constituir la existencia de la temida figura penal de una asociación ilícita, o maquinación de la cual no tuve la menor oportunidad de defenderme. Hasta que lo supe «todo».

Porque así se desenvuelve Fiódor, a sobreseguro, en la oscuridad de su apocamiento, y premunido de una cobardía moral esencial, propia del modus operandi de una brigada de la DINA o de la CNI.

Una cohorte de esas que te van a buscar a tu domicilio en un auto sin patente, con efectivos que no tienen otra identificación que su crueldad y su patoterismo, para llevarte obligado —siempre de noche— a un lugar anónimo con los ojos vendados, y donde las garantías de un Estado de derecho, solo se reseñan en la letra muerta de un palimpsesto delictual.

Ya desde el miércoles 4 de diciembre de 2024, según he podido recabar, y ante su temor del éxito de mi postulación doctoral, Fiódor Ilich comenzó a coordinar esa red de la infamia y de la mentira, enunciadora de un discurso falso y criminal, de hechos inexistentes y espurios, que incluyen en su testimonio a microtraficantes de drogas (ya sabemos quiénes están detrás de aquellos soldados) y a comadronas del comercio sexual, para imputarme comportamientos irreproducibles, con el fin de menoscabar mis legítimas expectativas profesionales.

Los principales coordinadores de la red, quienes le proveyeron de ese material facineroso a El Ruso, fueron el ya mencionado Caballero de las Empanás y el Nacho V., a quien le gusta hacerse llamar el «presidente» de la comunidad.

Pero lo principal de este texto es destacar la inmoralidad de Fiódor Ilich, su irresponsabilidad para ejercer un poder prestado (como buen arribista que de pronto tiene alguna mínima facultad de decisión por sobre los demás), y su capacidad de arrastrar a otras personas y a una institución prestigiosa, en su espiral perverso y malhechor.

 

El terror está en el condominio

Antes de pretender hablar de Chile, como de Kevin profiere la escritora Lionel Shriver en su premiada novela de 2005, debemos hacer hincapié en las miserias propias, en un ejercicio mínimo de honesta sinceridad intelectual y cultural, si cabe.

Si de la siguiente forma se desenvuelve la «gente educada» de este país, ¿qué podemos esperar del resto de la ciudadanía?

Un estallido social es poco.

O como sugiere el escritor Gonzalo Contreras, en una entrevista que debo terminar de descasetear: «Una noche sin luz y ya no nos queda ciudad al otro día»:

—Me piqué porque llamaron al Memo a declarar. Fue un golpe bajo, te sobrepasaste con eso —dice Fiódor.

—Yo no tengo nada que ver con ese tema —le respondo.

—No te creo.

—Perdón, ¿pero en qué se relaciona aquello con este otro asunto? ¿Acaso eres un empleado encubierto de la productora Metáfora y no has transparentado tus conflictos de intereses al respecto?

—No, no trabajo directamente para ellos, pero lo del Memo lo tomé como un asunto personal, pues afecta mis planes de hegemonía política y cultural. No sabes cuánto: después de él vengo yo. Su ingreso como docente a la facultad fue una apuesta mía. Cuestionarlo a él, es ponerme en tela de juicio a mí.

—Oye, Fiódor, por si no lo sabías y aunque no lo parezca, en Chile existe la igualdad ante la ley, y si hay dudas en relación a las actuaciones públicas del Memo, o de frentón se le imputa un delito, este deberá responder en la plaza judicial que corresponde por ellos, y podrá hacer sus descargos a efectos de poder demostrar su inocencia, como cualquier ciudadano. Se trata de una garantía constitucional del sistema político.

—Amor con amor se paga. Con la fechoría que te hicimos te quise demostrar que no te dejaré pasar una, y que estoy bien atento a tus pasos y a tus movimientos. El medio es el mensaje, perrín. Y ya estás en conocimiento.

—¿Y eso justifica que tires de la alfombra y hagas partícipe a otras personas de tu rapto de insensata irracionalidad?

—¿A qué te refieres?

—Por ejemplo, a los miembros del comité doctoral que creyeron en ti, solo en virtud del cargo que ocupas. Los romanos utilizaban la palabra auctoritas con el propósito de referirse a la autoridad socialmente reconocida, y aquello estuvo en juego durante esa abyecta tarde del lunes 9 de diciembre de 2024, Fiódor, lo cual aumenta el dolo y el perjuicio generado por la situación.

—Ya, los engañé y les mentí, no medí las consecuencias.

—¿Y qué me dices de la Fe Pública, Fiódor?

—¿No crees que exageras?

—Para nada, te burlaste de la honorabilidad de sus trabajos, de su labor profesional, de sus respectivos prestigios, y ni siquiera pensaste en tu jefe, a quien también le mentiste.

—¿Cómo así?

—A ver, Fiódor, pese a tu rol vital en esta denigrante confabulación, legalmente solo eres una figura pasiva, en el contexto institucional y oficial, en el cual se desenvolvió todo esto.

—El que la hace, sabe, poh. Por algo he llegado lejos. Así se maneja Chile.

—Y qué feo, para reafirmar la veracidad de tus palabras ocupaste a tu mino, ni siquiera les hiciste saber que el sujeto de lentes era tu pololo. Te pasaste con tu sentido de la objetividad.

—Fui preparado, poh. Nuestra interpretación resultó excelente.

—En efecto, se la jugó la hija de los Ramírez, entre otras. Me hiciste quedar como un infatigable, Ruso, oh.

—Así es, le puso un condimento hot y alucinante la cabra chica para terminar de arruinarte. Me llevo bien con la mamá, y somos una comunidad. Hay que ayudarse, poh. Todos juntos somos la pobla brava de Provi.

—¿Y qué onda, Fiódor, eso de meter al hampa criminal en este cuento? ¿Te harás responsable si algo malo me pasa a mí o a mi familia?

—¿Por qué lo dices?

—Bueno, a los jefes del Jimmy y del Flako, no les va a gustar que salga publicado a qué se dedican en verdad estos jetones.

—No le pongai color, si el Caballero de las Empanás se consiguió a los muchachos para ponerle bueno y contundencia a nuestro relato. Era pa’ ese día, no más.

—O sea, uno se pone afuera del local ese, y cacha al toque lo que pasa en la calle Manolo M., quien compra, cómo se vende, y el que la consume. Parece que el Caballero de las Empanás se transforma y es en esencia el Caballero de la Noche.

—Ja, ja, ja. Ya son casi 30 variedades las que ofrece el hombre, un fiel y comprometido aliado mío.

—¿Y qué esperas finalmente de esta situación, Fiódor Ilich?

—Que aprendai la lección, poh, nadie se mete con la gente de mi industria, y a mi Memo lo protegeré hasta la muerte.

 

Seguimos.

 

 

 

***

«Tenemos que hablar de Kevin», de Lionel Shriver (Editorial Anagrama, 2005)

 

 

Imagen destacada: Tilda Swinton, en el filme We Need to Talk About Kevin (2011), de Lynne Ramsay.