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[Crónica] Un poeta en África: Sobre el tiempo y Occidente

La lógica es simple: el consumismo te ofrece un mar de posibilidades, y en ese océano de intrincados laberintos no hay nada, solo aridez, individualismo y frustración, geografías en las cuales reinan incólumes los sentimientos represivos y alienantes, pero yo soy libre, pues tengo a mi lado el amor generoso de Alejandra, mi fascinante esposa.

Por Francisco Marín-Naritelli

Publicado el 19.2.2023

«Nada será encontrado/ El pozo de las cosas perdidas no se llena jamás».
Vicente Huidobro

No es posible explicar exactamente cómo se vive aquí. No hay posibilidad de un cuadro total, una lectura de por sí sociológica y matemática. Mis crónicas son algo así como un tercero en disputa, una aproximación que es, en último caso, antojadiza y personal. Hay una frase en francés que resume lo que quiero plantear: doucement. Es decir ir lento, pausado.

En Occidente nos hemos acostumbrados a la rapidez. Autómatas en la artimaña de la contemporaneidad. Y no nos damos cuenta del carácter sistémico de dicho proceso. Ya lo han advertido innumerables escritores y filósofos.
Cortázar, en su poema, «Ándele», dice:

No nos alcanza el tiempo,
o nosotros a él,
nos quedamos atrás por correr demasiado,
ya no nos basta el día
para vivir apenas media hora.

Hartmut Rosa denomina como «aceleración social» aquella característica de la modernidad que consiste en un cambio en la concepción y administración del tiempo, y que puede resumirse en la siguiente frase: «tengo que estar ocupado, y debo estar feliz de estar ocupado».

Pero ¿cuál es el tiempo para el descanso? ¿Para el ocio? ¿Para la vida? La vieja sospecha que cernía Flaubert en Madame Bovary respecto a la protagonista nos vuelve y nos pega, una y otra vez, en la cara.

Algo así como: «si tienes tiempo es peligroso», «el ocio es peligroso» y, por ende, «pensar mucho es peligroso». «No hay que dejar que una mujer piense mucho», es equiparable, hoy en día, a todo aquel o aquella que exista.

Que exista aquí y ahora. Porque, efectivamente, pensar es peligroso. Y para pensar necesitas tiempo, y el tiempo es un tesoro, algo por lo cual hay que luchar.

 

Para edulcorar la existencia capitalista

Ya lo advertían Marx y Weber respecto a la producción capitalista y «la pendiente resbaladiza» como fenómeno explicativo: «si paras o descansas, pierdes, porque no hay punto de equilibrio. Quedarse detenido es quedarse atrás».

Entonces, ¿cuál es el efecto en la identidad? Burda pregunta, quizás. ¿Qué creen ustedes? ¿Cuántas pastillas son necesarias para calmar la ansiedad que nos produce la exigencia del sistema? ¿La depresión? ¿Necesitamos cifras?

Byung-Chul Han habla de autoexplotación, que es, para nuestro análisis, indisociable del concepto de tiempo, porque vivimos: «con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede».

La lógica es simple: el consumismo te ofrece un mar de posibilidades, y en ese mar de posibilidades, no hay nada, solo aridez, individualismo y frustración. Nada tienes. Nada obtienes. Solo represión y alineación. Porque si lo tienes o lo obtienes solo dura lo que dura, un suspiro breve, evanescencia, pero la idea que cunde en tu cabeza es igual a realización, eficiencia, responsabilidad.

Te venden cuántas cosas. Incluso, siguiendo a la poeta y psiquiatra chilena Mirka Arriagada, la resiliencia es nociva, un invento para edulcorar la existencia capitalista. Como decir: «hay que acostumbrase a ser un chancho rumbo al matadero, y te tiene que gustar, claro que sí».

Pero ¿a cuál costo?: Burnout. «Un trabajador quemado», diría el autor surcoreano.

Todo cuesta. Claro que cuesta, pero te obligan a tirarte al río para ahogarte solo para justificar el sacrificio. ¿Vale realmente la pena?

Pienso que no, que es una joda, una estupidez. Solo tenemos un cuerpo y algo llamado vida. Y eso sí que importa.

 

Una tarea revolucionaria

Vuelvo a África y a Ziguinchor.

La gente te habla, busca ayudarte aunque no sepa. Te sonríen. Andan en otra frecuencia, quizá porque detienen su tiempo cinco veces al día. Da igual que sea por religión, una finta a las obligaciones o pura paz mental, el efecto concreto es el time out, necesario cuando arrecian las borrascas.

Es extraño andar lento, porque dicha dinámica también te irradia y la vida se vuelve un elástico que se estira y se estira, y quizá se rompa, pero pensar que se va a romper solo es un prejuicio occidental. Quizá no se rompa y no importa. Quizá se rompa y qué más da.

He escrito estos versos:

Aún no hemos perdido la amargura.
Nadie nos vio deslizándonos en placeres cotidianos,
caminando como entre nubes por calles de tierra,
sedientos de mar y fiestas interminables.

Ya fue la refriega pero la seguimos defendiendo,
porque la fe de Occidente consiste en expoliar el cuerpo
para desfondar el alma.

Al final de cuentas, la lucha por el tiempo es realmente una tarea revolucionaria.

 

 

 

***

Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), periodista y magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) es profesor en la Universidad Andrés Bello y un prolífico escritor nacional, cuyas últimas publicaciones son el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018), el volumen experimental de El perfecto transitivo (Filacteria, 2019) y Aguante! (Filacteria, 2021).

Igualmente fue el director titular y responsable del Diario Cine y Literatura, entre agosto de 2017 y mayo de 2020.

 

Francisco Marín-Naritelli

 

 

Imagen destacada: Río Casamance, Ziguinchor.

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