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«Custodia compartida», de Xavier Legrand: En el nombre del padre

La profundidad del relato es guiada por el director (en su primera obra, lo que augura un gran despliegue en el futuro) en cuentagotas audiovisuales, del mismo modo que transita desde una historia familiar a la pasional y de allí al horror, asistida por la fotografía de Natalie Durand, quien deriva de los planos equilibrados a la cámara en mano y la oscuridad. Una obra maestra sobe la violencia masculina, narrada en torno a episodios minúsculos, donde solo ha habido roces, sugerencias y atisbos, hasta la tragedia final.

Por Cristián Garay Vera

Publicado el 2.7.2018

La tragedia se agolpa a cuentagotas en este thriller. Si la paternidad fue algo narrado en tono de tragicomedia y en clave detectivesca en El hijo de Jean (Philip Lioret, Francia, 2016), aquí no hay misterios sino sospechas acerca de la naturaleza del hombre, Bernard Besson (Denis Menochet), que pide custodia compartida, una exigencia que parecería normal pero que esconde acoso y una odiosa paternidad.

Nada parece impedir que se acceda a su petición, tanto más que ha cambiado su residencia, promete estar cerca de su hijo menor Julien (Thomas Gloria), y no bebe. Descrito como buen hombre, se queja a través de su abogada, que se le niega la comunicación. La madre, Myriam (Léa Drucker), ha retirado una denuncia de acoso para pedir la custodia total pero pide incomunicación total. La hija, Josephine (Mathilde Auneveux), es mayor de edad y está completamente apartada de él. La frialdad de la jueza (Saadia Bentaieb) y de las abogadas, el silencio de las partes, parecería insertarse de lleno en el clásico cine “judicial” francés.

Sin embargo, la jueza dictamina en sentido contrario. Nuestro héroe obtiene la tuición compartida, pese a la extraña petición del hijo menor de no verlo porque le da temor. Los primeros intentos por reunirse están narrados de modo especialmente lento. La hija mayor ni siquiera se reúne con él, mientras el menor es obligado a salir desde su zona de confort. Se juntan en la casa de sus abuelos para salir. Él, tosco y más bien elemental, tiene escasa simpatía y tacto para tratar a su hijo.

Los momentos de interacción en la casa de los abuelos paternos –al fin y al cabo los grandes damnificados de esta separación- son normales, pero marcados por las preguntas del padre, quien parece estar más interesado en la situación de la ex mujer que en el niño. Tras varias escenas estamos claro que el niño es una mera excusa. No golPea, pero es abusador y manipulador.

Mientras la película transcurre lenta, vamos percibiendo que este hombre busca acceder a la ex esposa mediante su hijo, examina sus cosas, busca pistas, y finalmente da con otra dirección.

Entremedio, hay historias paralelas que no aportan mucho –el noviazgo de su hija- pero que muestran que la separación ha tenido más razones que las que se dejan ver. Curiosamente, nada se sabe de la vida del padre.

Finalmente, la tragedia se empieza a anunciar en la pelea entre el padre y los abuelos. Pese a su llanto y que diga que ha cambiado, ya se sabe que no lo ha hecho. Mientras acosa a su ex mujer en una fiesta y replica a un tercero que es “su esposa”, demuestra sus primeros gestos de agresión y es reprendido por la hermana de ésta. Y se presenta en la noche para derribar la puerta de su departamento, mientras dispara a la puerta una y otra vez. El horror abismal de esta situación está resuelto en la fotografía que se va a negro, mientras el audio deja como marcas los gritos, sonidos y las llamadas de celular que llevan a refugiarse a la madre y a su pequeño hijo dentro de una bañera con la puerta trancada. La llamada a la policía, y la resolución distan por otro lado del clásico filme estadounidense donde los buenos triunfan. Aquí, no, los buenos se salvan pero sufren, están golpeados y su vida no impide que la tragedia se enseñoreé. La pantalla en negro es el cierre perfecto de una tragedia, la cual quedará en la retina de todos, a oscuras, sin definiciones claras. No hay felicidad, ni redención, solo la sensación de terror. Y el rescoldo que lo peor del hombre está ahí.

La profundidad del relato es guiada por Legrand (en su primera obra, lo que augura un gran despliegue en el futuro) de modo gradual, del mismo modo que pasa de la historia familiar a la pasional y de allí al horror, asistida por la fotografía de Natalie Durand que deriva desde los planos equilibrados a la cámara en mano y la oscuridad. Una obra maestra sobre la violencia masculina, narrada desde episodios minúsculos, donde solo ha habido roces, sugerencias y atisbos, hasta la violencia final.

El largometraje se ofrece en la sala de cine arte El Biógrafo de Santiago.

 

Custodia compartida (Jusqu’à la garde, 2017). Dirige: Xavier Legrand. Guión: Xavier Legrand. Música: Nathalie Durand. Francia, 2017. Duración: 93 minutos. Elenco: Léa Drucker, Denis Menochet, Thomas Gioria, Mathilde Auneveux, Saadia Bentaïeb, Jean-Marie Winling, Martine Vandeville, Florence Janas, y Jenny Bellay.

 

Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.

 

 

 

Tráiler:

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