En el monumental «Castelao na luz e na sombra», de Valentín Paz-Andrade —un ensayo bio-bibliográfico, publicado originalmente por Ediciós do Castro (1982), y corregido y aumentado en 1986, con motivo de cumplirse el centenario existencial del artista que lo inspira—, se develan con sus claroscuros, las múltiples facetas creativas de la principal figura de la cultura celta e ibérica, durante el siglo XX.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 31.3.2020
“Mucho se habla del Arte universal; mas todo Arte tiene su patria, todo Arte es fruto de alguna tierra”.
Castelao, en Arte e galeguismo (1919)
Alfonso Castelao nació en Rianxo, el 30 de enero de 1886, y tuvo su pasamento (tránsito a la otra orilla) el 7 de enero de 1950, en el exilio de Buenos Aires, como político de primera línea y diputado de las Cortes de la Segunda República Española.
¿Cómo un reencuentro?, te preguntarás, amiga lectora, amigo lector. Es el milagro siempre latente en los libros. Estaba en mi biblioteca, aguardando el tiempo para una lectura más intensa, de Castelao na Luz e na Sombra, del escritor, investigador y ensayista Valentín Paz Andrade, nacido en 1898, en Pontevedra, doce años menor que Castelao, con quien compartió afanes y luchas en pro del Estatuto Autonómico de Galicia y de la dignificación de la lengua y la cultura gallegas, aprobado un mes antes del golpe de Estado de Francisco Franco, cuerpo legal que no se hizo efectivo por la guerra incivil y la feroz dictadura que le siguió durante treinta y ocho años.
En 1934, cuando con ocasión del bienio negro fueron desterrados —el 23 de noviembre— Alfonso Castelao a Badajoz y Alexandre Bóveda a Cádiz, Paz Andrade asumió —con muchas reticencias— la Secretaría Política del Partido Galeguista. Eran tiempos difíciles por esa causa que habían abrazado los más ilustres exponentes de la intelectualidad y de las artes en la patria (matria) de Rosalía.
Castelao pide a Paz Andrade que asuma la dirección ejecutiva del partido, y éste le responde, en carta a Castelao del 3 de diciembre de 1934:
“Ti sabes ben que eu non podo nin quixen endexamais furtarme a ningún esforzo pol-a Causa. Menos podería facel-o si ti es quen o recrama, en un intre como o de agora. Mais compre enfocar as cousas abxetivamente, pola cara da eficacia. E xusgo que nin ao Partido lle convén o que propós, nin eu me atopo en situación de encarar esa responsabilidade.”
“Tú sabes bien que yo no puedo ni quise jamás evadirme a ningún esfuerzo por la Causa. Menos podría hacerlo si eres tú quien lo reclama, y en un momento como el actual. Pero es conveniente enfocar las cosas objetivamente, en pro de la eficacia. Y juzgo que ni al Partido le conviene lo que propones, ni yo me encuentro en situación de encarar esa responsabilidad.”
Durante el período reaccionario llamado «Bienio Negro», todas las medidas que habían sido tomadas contra el poder de la Iglesia y los propietarios de bienes raíces, para liberar a los campesinos, pequeños agricultores, artesanos y comerciantes del yugo foral en manos de curas y caciques, fueron abolidas. La ley de reforma agraria fue desestimada en la mayor parte de las comarcas y regiones agrícolas. Las tierras ocupadas y en proceso de expropiación fueron evacuadas, de manera sangrienta, y restituidas a los antiguos propietarios. Como bien apunta un cronista de la época: “1934 fue el año de la gran ofensiva de los terratenientes, para bajar los salarios y despedir a los jornaleros sindicados. Su fórmula insolente fue: ¿Tenéis hambre? ¡Comeos la República!”.
A comienzos de octubre de 1934, los mineros asturianos iniciaron en Oviedo una huelga general y se atrincheraron en las minas. La reacción del gobierno de Lerroux no se hizo esperar; los corajudos trabajadores se defendieron con un arma letal, la dinamita. Francisco Franco, entonces un oficial casi anónimo, armó un poderoso contingente, encabezado por la Legión, cuerpo regular y sanguinario que combatía a los árabes insurrectos de las últimas posesiones imperiales españolas del África sahariana. Los mineros fueron atacados con artillería. Más de tres mil muertos, en su inmensa mayoría mineros, fue el resultado de la implacable represión. El “ensayo” de Franco iba a servirle, dos años más tarde, para iniciar la cruenta guerra represiva que dejó en España un millón de muertos. Quizá esa vil tradición de las fuerzas armadas hispanas en contra de su propio pueblo la heredaríamos nosotros los chilenos.
Desde muy temprano, a partir de los veinte años, Alfonso Castelao puso el talento magistral de su lápiz de dibujante al servicio de las inquietudes sociales, como arma diestra y oportuna contra el caciquismo, la curia opresora y los poderes económicos y financieros que esclavizaban al campesino, al pescador, al marinero y al obrero de Galicia; Galiza, como escribía él, recogiendo el más antiguo nombre da Terra Nai que consigna la tradición histórica en los documentos fundacionales de la patria gallega. Se sucederían sus trazos, grabados y cuadros, que iban a integrar los famosos álbumes; entre ellos, “Atila en Galiza”, cuyas desgarradoras imágenes se centran en los crímenes perpetrados por los mal llamados “nacionales” en contra del pueblo desarmado, en aldeas y ciudades.
Dentro de las seiscientas quince páginas de Castelao na Luz e na Sombra, se recoge una acertada selección de caricaturas insertas a lo largo de la narración de este notable ensayo biobibliográfico, publicado por Ediciós do Castro, en 1986, con motivo del centenario del nacimiento de Alfonso Castelao. Es un humor desnudo, a ratos lacerante, sin piedad ni tregua ante los sufrimientos de una «Patria asoballada». Más elocuente que cualquier literatura, aunque Castelao también se convertirá en un fino y hondo narrador realista.
Hablo aquí de reencuentro, porque en nuestra casa materna conocimos parte de la obra de este «grande entre los grandes» de Galicia, por boca de nuestro padre gallego, admirador encendido del hijo de Rianxo. Uno de sus libros de cabecera, que trajo desde Buenos Aires, era Sempre en Galiza, editado en la capital del Plata en 1944, bajo el sello de Edición As Burgas, durante el exilio del artista.
Un diario ideológico y testimonial que padre Cándido nos daba a conocer, a través de la impecable lectura de mamá Fresia, en las sobremesas de fin de semana. Castelao hace gala de un fino humor, a veces impregnado de befa y sarcasmo, como látigo que zahiere, al igual que la espada de su lápiz en los retratos y estampas populares.
Recuerdo hoy, en este reencuentro que me regala la cuarentena abominable, dando razón al dicho: “No hay mal que por bien no venga”, el párrafo de inicio del capítulo VI, página 168, que está marcado por un lápiz de grafito algo desvaído (lo traduzco desde el gallego original):
“En las Cortes Constituyentes dijo don Miguel de Unamuno que estábamos haciendo una Constitución de papel. Yo era uno de los diputados que más disfrutaban de oírlo hablar en los ‘pasillos’; pero aquel día dialogamos. Le conté una anécdota que voy a repetir ahora, pidiéndoos licencia para presentarla desnuda: —Estábamos en un mitin de propaganda, en las últimas elecciones, y un viejo patriarca se empeñó en hablar, y habló así: —‘Ahora vamos a hacer una Constitución que no va a ser como las otras, porque esta la vamos a escribir en papel de lija, para que nadie se pueda limpiar el culo con ella’… Don Miguel lanzó una estruendosa carcajada y después de meditar la idea del viejo petrucio, me hizo una proposición: —Esa es la voz auténtica del pueblo y usted debe repetirla ahí dentro…”.
Qué bien nos viene el consejo de la lija ahora que esperamos en Chile articular una nueva Constitución, después de estas dos pandemias: la del Covid-19, made in China, y la peste politiquera, de cuño nacional, que venimos padeciendo hace treinta años.
Volvamos al extraordinario libro de Paz Andrade, a cuyos méritos de ensayista hay que agregar su sapiencia de lingüista y filólogo. Provisto de sólidos conocimientos y de un oído privilegiado para captar voces, matices y significados —en este caso, de la lengua gallega en la que está escrito este libro y la mayoría de los suyos—, nos regala algunas expresiones recogidas del ámbito popular, entendiendo que el idioma gallego posee su mayor fuerza significante en la oralidad, pues solo a partir de Cantares gallegos (1863), de Rosalía de Castro, la lengua recupera la categoría literaria, perdida durante cuatro siglos de oscurantismo, gracias a los Reyes Católicos y luego al centralismo mesetario de la Corte madrileña.
Entre las que aquí espigo, está la palabra plebicidio, esto es: “el asesinato del pueblo, de la plebe”, que Paz Andrade emplea para referirse a los luctuosos sucesos del 22 de abril de 1909 (año augural del Castelao artista y de la primera Exposición Regional Gallega, donde el rianxeiro obtuvo medalla de oro con un tríptico de certeros trazos), cuando la guardia civil reprimió violentamente una manifestación de labriegos “agraristas” [1] en el atrio de la iglesia monacal de Oseira, que protestaban por los continuos abusos de los clérigos en el manejo del sistema foral, institución de expolio económico heredada por la Iglesia Católica y algunos caciques aldeanos, desde la caída del feudalismo, que permitía rentar la tierra agrícola en condiciones de odiosa servidumbre para los campesinos. El resultado de este plebicidio fue de siete hombres asesinados y una veintena de heridos graves. Este hecho iba a repetirse, poco tiempo después, en las parroquias de Nebra, Sofrán y Sobredo… Las tragedias sociales y colectivas darían pábulo a la creatividad fogosa e incesante de Alfonso Castelao.
El habla popular de Galicia, con su inigualable prosodia, tan fructífera para la poesía y la canción popular nos ofrece hallazgos que solo el poeta —“el que ve donde otros no ven”— rescata para que despertemos ante su valor estético y patrimonial. Así, el autor nos narra el regreso del joven Castelao a su Rianxo natal: “Tampouco cambiara demais o vivir do povo. Seguía manténdose aínda das antergas fontes: a leira, a feira e a mareira…”. («Tampoco había cambiado el modo de vida del pueblo. Seguían manteniéndose aún las antiguas fuentes de trabajo: la tierra de labranza, la feria y la faena del mar»).
La traducción al castellano es difícil, porque el gallego conserva esos conceptos sintetizados en una sola palabra, para los cuales la lengua de Cervantes no posee análogos, salvo ‘feria’, aunque en el sistema de relaciones parroquiales de Galicia la feria tiene un sentido de rito social y de encuentro de la paisanía que va mucho más allá de simples eventos económicos. Como sabemos, el padre de Alfonso R. Castelao, don Mariano Rodríguez, emigrante a la Argentina, con intermitencias temporales —como nos cuenta Paz Andrade—, se empeñó en que su hijo primogénito —que le acompañó durante su adolescencia en la inmensa pampa, colaborando en las faenas de aquella pulpería donde el hijo de Rianxo hizo sus primeras armas estéticas—, estudiase medicina en la Universidad de Santiago de Compostela. Daniel Alfonso aceptó la proposición y el reto, pero nunca ejercería la medicina, salvo en una de las tantas pestes que asolaron a Galicia en el primer tercio del siglo XX.
Su sentencia al respecto es otra muestra de humor gallego: “Me hice médico por amor a mi padre; nunca ejercí, por amor a la humanidad”.
Valentín Paz Andrade nos devela en este libro monumental, “entre luces y sombras”, la pertinacia del artista por entregar su vida y sus esfuerzos al arte que amaba por sobre todas las cosas. Asimismo, su vocación paralela: la actividad política, entendida como permanente servicio a los demás, desde un prisma de justicia social que jamás abandonaría. Junto a ello, su amor por Galiza, por su gente campesina y marinera, por su historia y su cultura, poniendo el acento en la recuperación de su lengua madre, vía irremplazable de afianzamiento de su identidad como nación.
Alfonso Castelao es uno de los iconos fundamentales de Galicia. Por desgracia, su legado no vive ni palpita hoy en la sociedad gallega ni en sus organizaciones políticas y sociales. Es el drama de muchas figuras esenciales consagradas por la Historia: permanecer como un patrimonio clasificado en la vitrina de los museos.
Valentín Paz Andrade, no obstante, lo rescata en este libro que disfruto en los albores del otoño austral, como un sueño que compensa la pesadilla de la pandemia.
Citas:
[1] Los objetivos del agrarismo consistían fundamentalmente en la lucha contra el sistema foral y contra el caciquismo, además de promover la renovación técnica del agro.
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Edmundo Rafael Moure Rojas nació en Santiago de Chile, en febrero de 1941. Hijo de padre gallego y de madre chilena, conoció a temprana edad el sabor de los libros, y se familiarizó con la poesía española y la literatura celta en la lengua campesina y marinera de Galicia, en la cual su abuela Elena le narraba viejas historias de la aldea remota. Fue presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, y director cultural de Lar Gallego en 1994.
Contador de profesión y escritor de oficio y de vida fue también el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), Casa de Estudios superiores donde ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Chile y seis en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes (Editorial Etnika, 2017).
Asimismo, es redactor estable del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Alfonso Daniel Manuel Rodríguez Castelao (1886 – 1950).