En el relato «Kashtanka» (de 1887), el genial autor ruso forja la representación de una ingenuidad lanzada al mundo, con una bondad tan natural como pura, que se pasea entre las tendencias que dominan su percepción: el «pragmatismo» artístico que la convierten en un mero instrumento, y por el otro, el individualismo y el egoísmo del capitalismo que la transforman en un «cero».
Por Carlos Pavez Montt
Publicado el 2.10.2019
Kashtanka era una perrita que vivía con un carpintero. Éste, abocado a su trabajo, como todos, solía tomar alcohol y tratarla ni muy bien ni más o menos. El individualismo moderno se había carcomido su afecto, había quitado de sus sensaciones la empatía animal que supone mirar a los ojos a cualquier especie de dicho reino. En fin, el dueño que tenía Kashtanka la atesoraba como… no sé, como se considera a un tesoro que ya se ha hecho viejo.
Un día que salieron del hogar, tras el paso de una marcha militar que asustó al viejo carpintero, Kashtanka se perdió. O sea, perdió a su dueño, él la perdió, o por lo menos no se volvieron a encontrar hasta el final de la narración. El carpintero se desvaneció y la perrita quedó tirada, sola, con frío. Permaneció así hasta que la encontró una persona más humilde, un señor que la trataba harto mejor que su dueño más antiguo.
La inocencia se volvió tristeza cuando, de repente, se vio inserta de súbito en una circularidad desconocida. Es decir, tuvo que vivir casi por obligación o por supervivencia con el nuevo viejo. Esto le generaba dolor, tristeza, recuerdos. Al principio, de un modo más explícito, la figura del narrador nos revela sus emociones, sus sentimientos. Luego de un tiempo la perrita recobró la alegría, gracias a la nueva rutina y a sus nuevos compañeros.
Ahora bien, creo que es interesante ahondar en una diferencia elemental que aparece en el cuento. Los dos personajes que ostentan y que alimentan a la perra son muy distintos. Uno es una especie de vejez moderna, una entidad notablemente cansada, austera, lejana, que no le da mucha comida a Kashtanka y que es bueno para el alcohol. Está inserto, por lo que se puede apreciar en detalle, en la carpintería y sus negocios.
Negocios. Eso es lo que separa al primer dueño del segundo. Aquél se mueve en el contexto capitalista y moderno, éste se dedica a la entretención, o lo que era o es peor aún, al arte. Para mí el circo y las actividades de ese estilo sí conllevan un quehacer artístico, pero en fin, el tema es que esa diferencia puede entregarnos información importantísima para la interpretación. Es la contraposición, si se quiere, de dos campos o conocimientos distintos.
La rutina, que el segundo viejo practica hasta el cansancio, consta de la participación estelar de un gato desanimado, un ganso medio loco y un cerdito. Kashtanka debe dormir con los dos primeros, generando, al principio, una enemistad que es calmada por su nuevo dueño. Los animales se preparan para el espectáculo hasta que el ganso muere. Una noche, creo que por la pisada de un caballo, deja de respirar, lo que le entrega a Kashtanka su parte en el show.
La perrita, pese a no saber qué estaba haciendo, entra al escenario junto al gato y su dueño. El espectáculo tiene lugar a pesar de la poca práctica del número. Pero Kashtanka escucha unos gritos que vienen desde el fondo: sus dueños antiguos. La perrita corre entusiasmada hacia donde estaba el viejo carpintero y su hijo. Un niño que la maltrataba y que, ojalá, porque nunca se mencionó, aprendió de la pérdida de su mascota.
Al final Kashtanka se queda con los antiguos. Éstos no muestran ningún cambio significativo en su actitud, pero ella está feliz de verlos. Ahora, si se permite una interpretación abstracta y, por ende, libre de la narración, se puede postular una posible cercanía con una discusión filosófica, histórica, literaria y humanista, por decirlo de algún modo generalizado, con el fenómeno que generó el positivismo y la Modernidad en el siglo XIX y XX.
La perrita podría representar una inocencia lanzada al mundo, una entidad o un sujeto que, con una bondad tan natural como ingenua, se pasea entre las tendencias que dominan su percepción. Por un lado, el utilitarismo artístico del circense la arrastra a que, a pesar del afecto y todo lo pragmático que posee, se convierta en un mero instrumento. Por el otro, el individualismo y el egoísmo del capitalismo la transforma en un cero.
Dicho esto, la narración coloca a su protagonista en una especie de limbo, en un hilo que está conectando dos tendencias que, si bien no son contrarias, son diferentes y equivalentes al mismo tiempo. La desvalorización del espíritu es el factor que las une, aunque una prefiera la utilidad de algo o del otro y la otra la mera ausencia sentimental o apreciativa de dicho protagonista o elemento literario.
La pregunta que debe hacerse es, para mí, el porqué Kashtanka debe elegir o, más bien, ser lanzada de un lado hacia el otro. ¿Por qué debemos fluir entre el agua y el aceite, como un pedazo de tierra que no tiene más preferencia que una decisión? La desvalorización del espíritu conlleva a eso, lamentablemente, a una desgana o un tedio que nos impide nadar hacia cualquier camino que difiera de lo poco que podemos percibir de nuestro universo.
Carlos Pavez Montt (1997) es, en la actualidad, un estudiante de licenciatura en literatura hispánica de la Universidad de Chile. Sus intereses están relacionados con ella, utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción; por la reflexión que, el arte en general, provoca en los individuos.
Imagen destacada: El escritor ruso Antón Chéjov (1860 – 1904).