La cinta tiene un afán por reproducir una época, una generación, una jerga, que no busca sino darle verosimilitud y visibilidad a una juventud en crisis. Este es su principal activo. Porque, a decir verdad, el largometraje protagonizado por Armin Felmer brilla más por su contexto y contingencia que por el trabajo narrativo y el desarrollo de los personajes.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 27.3.2018
“El error es un arma que acaba siempre por dispararse contra el que la emplea”.
Concepción Arenal Ponte
Lucas y Elías son dos hermanos adolescentes, aunque bastante disímiles. El primero es introvertido y está profundamente desorientado, mientras que el segundo es locuaz, carismático, irreverente e irrespetuoso y con un sentido del recato y el respeto por las normas sociales bien por los suelos. Pertenecientes a una clase social acomodada, viven junto a su madre y la pareja de esta en una casona del barrio alto. Entre carrete y carrete, bajo el influjo de las drogas sintéticas, van delineando sus vidas, sin ningún objetivo claro a la vista. Esta es la historia de “Dead Candi” (2018), largometraje de egreso de la carrera de Cine de la Universidad del Desarrollo, dirigido por Eugenio Arteaga.
La película se mueve entre claroscuros, cambios abruptos y colores intensos que reflejan la asfixia de unos personajes en constante atolladero, en medio de una ciudad que les parece extraña y hasta violenta cuando no están bajo el efecto psicodélico de las drogas o el alcohol. Falta de comunicación. Una madre inmadura y negligente. Un hermano a ratos despreciable. Una amiga que no se da a entender de la mejor forma. Lucas está a punta de estallar, y estalla.
Hay realidad, por cierto. La realidad de una clase social, sí, pero realidad al fin y al cabo. Hay actualidad, claro está. Hay una actualidad reconocible en esa clase social. No por nada la película está basada en un hecho real donde un joven apuñaló a otro en una fiesta. Hay un afán, en este sentido, por reproducir una época, una generación, una jerga, que no busca sino darle verosimilitud y visibilidad a una juventud en crisis. Este es su principal activo. Porque, a decir verdad, el largometraje protagonizado por Armin Felmer brilla más por su contexto y contingencia que por el trabajo narrativo y el desarrollo de los personajes.
En definitiva, “Dead Candi” es un muestrario, para nada alentador, de lo que ocurre en muchas familiar disfuncionales, donde no es posible encontrar algún sentido de pertenencia. Y no solo eso. Nos habla de aquella sociedad contemporánea que muchas veces engendra sujetos sin estima propia ni capacidad de tolerancia a la frustración, donde el único camino, pareciera, es la distracción fácil y la evasión total. Así la vida no parece tan dura, se soslayan las presiones de una existencia que trascurre en aparente levedad, pero que trae inevitablemente oscuras consecuencias.
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