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Debate: «Los papeles de Aspern»: La imagen frívola

Pese a que el relato dramático resulta cautivante, así como la propuesta audiovisual que sugiere el director Julien Landais, existen elementos básicos del lenguaje cinematográfico que son ciertamente descuidados en esta obra. Uno de ellos es la iluminación: no es necesario contar con un gran presupuesto para controlar este aspecto, pues grandes filmes de orígenes discretos lo han manejado mejor y dotado de una textura de mayor calidad a sus proyectos artísticos.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 17.7.2019

Una buena novela llevada al cine no implica necesariamente una buena película. Los papeles de Aspern (2018), del director debutante Julien Landais es prueba de ello. Hay buenas intenciones y un deseo de estilo claro, pero el largometraje se queda corto y adolece de varios fallos que entorpecen el resultado final. No es un filme detestable ni mucho menos evitable, pero carece de verdadero interés, salvo por ciertos aspectos de su diseño de producción que es, probablemente, su máxima virtud, aunque decir esto no es mucho.

La presente cinta se basa en la novela homónima de Henry James. En ella, se narra cómo un editor (Jonathan Rhys Meyers) busca afanosamente hacerse con las cartas que el poeta Jeffrey Aspern le dejó a Juliana Bordereau (Vanessa Redgrave) antes de morir. La mujer, ahora una anciana misteriosa y de carácter fuerte, las oculta de todo el mundo y solo el editor sabe que las tiene. Los personajes, evidentemente notables en su origen, resultan toscos en su traducción a la gran pantalla y aunque la historia puede generar cierto interés en el espectador, se ven ahogados por interpretaciones que a ratos no convencen, lo cual se debe, más que nada, a una dirección no muy eficiente de Landais.

Pese a que el relato es interesante, así como la propuesta visual que sugiere el director, hay elementos básicos del lenguaje audiovisual que son ciertamente descuidados. Uno de ellos es la iluminación. No es necesario contar con un gran presupuesto para controlar este aspecto, pues grandes películas de orígenes discretos lo han manejado mejor y dotado de una textura de más calidad a sus proyectos.

Pero en la presente obra, el problema no es que falte presupuesto, sino que emplea sus herramientas fílmicas con frivolidad. Eso se ve, por ejemplo, en la falta de coherencia entre luz natural y luz artificial de algunas escenas, dando como resultado imágenes poco claras y bastante opacas que no permiten ver cómodamente la acción. La enorme mansión de la señora Bordereau consigue un aspecto ominoso, pero casi por accidente, haciendo que se vea demasiado artificiosa a ratos.

Esto de algún modo se enfatiza también con planos que no tienen una textura cinematográfica clara o un propósito definido. La película, en ese sentido, está más cercana a una producción televisiva y desaprovecha los espacios narrativos que tiene a su favor. Estos son registrados con evidente deseo de hacerlos destacar, pero resultan pobres en su articulación con los personajes. Hay, sin embargo, destellos de creatividad en la cámara de Landais y eso, en buena parte, se debe a la actuación de Joely Richardson, quien interpreta a Tina, la sobrina de la señora Bordereau. Frente a la cámara, la actriz se desenvuelve con naturalidad y con enorme consciencia del plano y del espacio donde se desarrolla la escena.

Hay otros aspectos positivos en las decisiones artísticas de Landais y no todo es catastrófico. Ejemplo de ello es el diseño de producción, quizá algo ahogado por la iluminación, pero que, en conjunto con el departamento de vestuario, hacen de Los papeles de Aspern una película algo más grata de ver. Esto probablemente se debe a los orígenes de Landais, artista que comenzó dirigiendo y produciendo cortometrajes relacionados al mundo de la belleza. Una revisión de ellos muestra una preocupación en la configuración plástica de la imagen y en la estilización de los personajes, pero tampoco mucho más. El resto, peca de cierta frivolidad, y quizá esa es la máxima falta de esta ópera prima.

Una atención más profunda al significado del plano, a los movimientos de cámara y a su conexión con la narrativa, podrían hacer de Julien Landais un director al valdría la pena estar atentos, pero, por mientras, solo cabe seguir esperando.

 

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Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción.

Asimismo es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Jonathan Rhys-Meyers en «Los papeles de Aspern» (2018)

 

 

 

 

Felipe Stark Bittencourt

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Una escena de Los papeles de Aspern (2018), del realizador francés Julien Landais.

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