Toda esta reflexión surgió luego de leer el nuevo libro de Roberto Contreras Olivares, titulado «Emile Dubois y su juez. Poemas», que trata sobre un condenado a muerte, juzgado como asesino. Quien hoy, después de más de 100 años, es paradójicamente venerado en Valparaíso, porque dicen que concede favores.
Por Víctor Ilich
Publicado el 2.8.2019
Si educar es peligroso y no hacerlo es peor, ¿para quién podría ser amenazante una buena educación? Si educar es formar y malcriar es deformar, ¿todos somos susceptibles de mejorar o empeorar? Si se educa para dar mayor libertad y la ignorancia potencia la esclavitud, ¿libertad para qué o esclavos de quién?
Y si la igualdad se alza como la bandera de lucha de muchos, algunos se preguntan sin ingenuidad y coherentemente con lo anterior: ¿igualdad en qué?, ¿igualdad para qué?, ¿igualdad respecto de quién? Otros implícitamente responden igualdad para comprarse un televisor, para tener acceso a la internet, para acceder a un mejor automóvil, viajes al extranjero o para ingresar a los mejores colegios, y como dicen hoy: a una educación de calidad. Finalmente, se advierte, igualdad para acceder al poder, es decir, para gobernar, dirigir, tomar decisiones o, dicho de otra forma, para pertenecer a alguna élite. Hay muchas: deportivas, artísticas, de escritores, intelectuales, políticos, empresarios, militares, jueces y un largo etcétera.
Dicen que en las sociedades organizadas, incluso en aquellas más rudimentarias, el líder es miembro de una élite: la de los líderes. Hoy también dirían que los influencers conforman otra élite, ya que tienen sus propios seguidores. Y aún Pablo Escobar, también en su época, para algunos, dejó un modelo a seguir: la narcocultura es una manifestación de aquello. De allí que resulte relevante quién nos dirige, porque la pregunta evidente que surge es hacia dónde nos dirige: hacia una mayor libertad o una mayor opresión.
Y si Chile dice ser el asilo contra la opresión, no es de extrañar o a nadie debiera sorprender que la rebelión que se manifestó en el Instituto Nacional pueda responder quizás a este estándar: ser asilo o, como dijeron sus fundadores, ser el primer foco de luz de la nación.
Es cierto, algunos no se conforman con un foco, prefieren una hoguera. Y si dicen que los hijos son reflejo de sus padres, tampoco debiera extrañarnos que tanta disconformidad en los jóvenes se manifieste, si para otros, ya adultos, Chile limita al centro de la injusticia.
Tanta injusticia como para advertir que, a ratos, es la intolerancia la que condena, siendo finalmente la indiferencia la que da el tiro de gracia.
En pocos días el Instituto Nacional cumplirá 206 años desde que fue inaugurado un 10 de agosto de 1813. Se jactaba de dar a la patria ciudadanos que la defendían y la dirigían, y vuelve la inquietud o la incertidumbre, hacia dónde, y defenderla de qué, de quienes.
Quienes creen en el mérito o la meritocracia, conformarán otra élite: la élite del mérito; excluyendo así a la ignorancia y la mediocridad, y si no queremos quedar fuera, al parecer, hay que esforzarse, y algún creyente diría que si el justo con dificultad se salva, dónde irá a terminar el injusto o arrogante, porque para educarse hay que ser humildes.
También algunos advirtieron que la actual ministra de educación, Marcela Cubillos, asumió un día 10 agosto. ¡Qué coincidencia emblemática!; otros, que el ex Presidente Jorge Alessandri fue proclive al planeamiento integral de la educación, que en 1964 generó gran debate y la ya conocida y compleja mención entre potenciar la educación pública o privada.
Es así como para otros resultó tan sorprendente que un familiar de Alessandri haya advertido con el cierre del establecimiento educacional en el cual estudió el presidente aludido, si no se restablece el orden en las aulas. No faltará quien piense en esto como un dato interesante, anecdótico o incluso que limita con lo paradójico. Así es la historia y la naturaleza humana, un abismo que anhela orden y calma, porque lo caótico, aseguran los médicos, desgasta y mata.
Cerrar el Instituto Nacional sería triste para unos cuántos, unos pocos, ya que una gran mayoría no conoce ni dimensiona el impacto de aquello. No faltarán quienes piensen que cerrar dicho colegio es tan incendiario como una molotov o tan violento como pretender hundir a la Esmeralda, cerrar la Universidad de Chile o quitarle todas las estrellas a Colo-Colo.
Pero si dicen que el reino de los cielos es de los violentos y los violentos lo arrebatan, nos enfrentamos a una frase fuera de contexto o a un pretexto para ganar una batalla. Y es sabido que una batalla es solo una de tantas en medio de una guerra, como piensan los que luchan.
Toda esta reflexión surgió luego de leer el nuevo libro de Roberto Contreras Olivares, titulado Emile Dubois y su juez. Poemas, que trata sobre un condenado a muerte, juzgado como asesino. Quien hoy, después de más de 100 años, es paradójicamente venerado en Valparaíso, porque dicen que concede favores. Otra paradoja como la que tuvo que asumir el presidente Jorge Alessandri cuando se enfrentó a la petición de indulto del Chacal de Nahueltoro, otro condenado a muerte, quien dicen que alegó que no había recibido educación de “naiden”, y “naiden” siempre son muchas personas o, al menos, los primeros y más responsables en procurarla: los padres.
En fin, no soy experto en educación, solo sé que gran parte de la enseñanza básica estudié en un colegio privado y que el único mérito para haber estudiado becado en una universidad privada fue haber sido egresado del Instituto Nacional. Fue un privilegio. Y si es necesario que un emblema muera, para que nazca algo mejor, quizás resucite como una leyenda, quién sabe. Después de todo hasta los burros y los animales salvajes tienen derecho a ser peligrosos en honor a la verdad: y la verdad es un foco imposible de apagar. ¡Viva Chile y viva siempre en el corazón el Instituto Nacional! Porque ser el primer foco, no significa ser el único.
Víctor Ilich (Santiago de Chile, 1978). Egresado del Instituto Nacional «General José Miguel Carrera» y de la escuela de derecho de la Universidad Finis Terrae (Chile), en la cual estudió becado. Es abogado y juez titular de un juzgado de garantía en la Región de O’Higgins.
Es autor de más de una docena de obras literarias, tanto reflexivas como poéticas, entre ellas se pueden destacar La letra mata, Disparates, Cada día tiene su afán y El silencio de los jueces.
Durante el año 2018 dirigió el taller literario “Ni tan exacto ni tan literal”, impartido a otros jueces penales y como fruto de ese trabajo se editó el libro Duda, un conjunto de relatos breves escritos desde la perspectiva de la duda, que buscan la reflexión en el ámbito judicial.
Actualmente, es columnista en el Diario El Heraldo de Linares, de la Séptima Región del Maule.
Crédito de la imagen destacada: Ricardo Galaz.