“Destroyer”: De abismos y de ángeles caídos

Hay profundidades existenciales más grandes que los agujeros negros que se descubren y fotografían en el espacio, y la directora estadounidense Karyn Kusama logra mostrarnos la génesis emocional de uno de ellos, y mientras vemos a la protagonista de esta cinta (Nicole Kidman) convertirse en un olvido humano bajo un puente cualquiera, en una calle extraviada de Los Angeles, California, resuenan en nuestros oídos las satánicas palabras de John Milton en su “Paraíso perdido”: “El abismo no tiene límites ni vacío, porque Yo soy el Abismo…”. Acá, el análisis simbólico y dramático de un filme sensacional y reciente, en el estilo inconfundible del redactor argentino del Diario «Cine y Literatura».

Por Horacio Ramírez

Publicado el 19.4.2019

A partir de los cinco petabytes (10 a la décimoquinta potencia de bytes) de datos aportados por ocho observatorios dispersos por todo el mundo y que transformaron a la Tierra en un enorme aparato de detección orbitando alrededor del sol, se logró fotografiar por primera vez en la Historia Grande de la Ciencia, un “agujero negro”: una gigantesca anomalía gravitacional de 6.500 millones de veces la masa del sol, ubicado en la galaxia Messier 58, en Virgo, y que constituye una interesante paradoja: siendo que de un agujero negro nada escapa, ni siquiera la luz (de hecho, se traga un par de estrellas por día como promedio), y siendo que nada puede escapar de él porque el espacio se ha curvado sobre sí mismo -es un agujero del espacio y no un agujero en el espacio-, lo que vemos es, justamente lo que no se ve: la nada… esa “nada” es la fotografía que ha aparecido en todos los medios, dada la suma importancia científica que tiene este logro…

Ahora bien, cabe la pregunta: ¿puede haber agujeros más grandes y profundos que un agujero negro? Se puede intuir, a poco de pensar, que una tumba cavada en tierra puede ser un hoyo más grande y más grave aun que esta anomalía gravitatoria del espacio. Estamos hablando de apenas un par de metros de profundidad, pero si a esa tumba le sumamos la energía de la batalla entre un amor enfrentando a un dolor, esa hondura puede ser eterna y de alguna manera, absoluta… dejando muy atrás a nuestro agujero negro de la M58.

Sin embargo, podemos pensar en agujeros más negros y atrapantes y devastadores, todavía más que los de una tumba, y son esos abismos que se pueden abrir dentro del psiquismo de una persona. Si consideramos que un alma -espíritu, mente o como quiera llamárselo- es una variante de infinitud y eternidad que se abre en dimensiones que existen y valen en la economía del Cosmos, el abismo abierto en esa alma será un hecho a escala cósmica… un hoyo abierto en un alma abarcaría al Universo todo y nada podría haber más vasto y profundo que eso… y esta es la historia que nos cuenta esta película de Karyn Kusama, filmada en el 2018 bajo el calcinante sol del Oeste americano: Destroyer.

 

Las actrices Nicole Kidman y Tatiana Maslany en una escena de «Destroyer»

 

Todo empieza con una oscuridad vacía y negra que nos persigue con breves reflejos rojizos y anaranjados, aún antes de los créditos iniciales. Son párpados que vienen del sueño y que comienzan a abrirse para contarnos su historia. Son los ojos de una mujer. De pronto, la vemos en primerísimo plano, abriéndolos claros a la luz de un sol que nos encandila. Ojos de una mujer vencida por el alcohol y transida por el cansancio y el sufrimiento. Es Erin Bell (Nicole Kidman) que se despierta en su auto bajo un sucio y olvidado puente cuando el sol de un nuevo día le da en la cara. La luz, el cuerpo: todo es dolor.

En cuanto llega a la escena de un crimen dice saber la verdadera identidad del cadáver y de su ejecutor. Su aspecto y andar desalineados mueven el compartido rechazo entre sus compañeros, pero efectivamente, ella lo sabe: a partir de ese momento comienza el doble relato en la historia: el actual y otro de hace 17 años. Sin embargo, el espectador no tiene que luchar por distinguir ambas tramas y cómo se entrelazan. Ni Kusama ni los guionistas Phil Hay y Matt Manfredi (autores del guión de La invitación del 2015, también de Kusama) no confunden, como muchos otros directores y guionistas lo hacen, profundidad con enredo.

Y es así como asistimos sin distracciones a esta abierta atmósfera noir -con un infrecuente personaje central femenino- en la búsqueda de los antiguos miembros de una banda de ladrones y asesinos. Asistimos al inicio de la infiltración de la mano del agente Chris (Sebastian Stan); al nacimiento del romance entre ambos y de qué manera evoluciona el grupo rumbo al fatídico asalto al banco que desencadena la tragedia. El plan de los agentes era relativamente simple y culminaría con el arresto de los delincuentes pescados aun antes de que el robo se cometiera. Sin embargo, es ella la que lo tienta a continuar con el asalto hasta que éste se consume, quedarse con parte del botín y tras la huida, poder escapar de sus miserias pasadas desde la infancia… y aquí está su error con el que arrastra a Chris. ¿Será que es cierto que la posibilidad del abismo humano la abre Eva? Pero buscar causas en el pasado tiene que tener un límite. Como diría Sartre: “…alguna vez hay que dejar de echarle la culpa a nuestra niñez por todo lo malo que nos pasa…”.

 

Sebastian Stan (Chris) y Nicole Kidman en «Destroyer»

 

El robo se lleva adelante pero termina mal y tras el desastre, ella se hunde progresivamente en un pozo anímico que la lleva a la bebida y a descuidar definitivamente su imagen. Un pozo que se va haciendo sin fondo y que la induce a degradarse cada vez más. En este punto, hay que destacar la labor del equipo de make up del filme que constituyó parte determinante de todo el discurso fílmico: hacer que la siempre bellísima Nicole Kidman se viera decididamente fea y desagradable era toda una proeza y un gran desafío profesional, obra de los maquilladores Cary Ayres, Bill Corso y Barbara Lorenz, a quienes hay que nombrar.

La cuestión es que nuestra protagonista, deshecha por los años de remordimiento, se va despidiendo a su manera de todos los lazos con la vida. Y es de esa manera -en esa despedida- como también asistimos a esa fina membrana social que es el mundo de oscuridad que soporta a la sociedad luminosa, que en Destroyer brilla, pero por su ausencia. Menos que un submundo de drogas (alcohol y tabaco enlistados entre ellas) es todo un mundo de tenebra asfixiante y dolorosa, de vidas desperdiciadas, pero con una densidad existencial propia, con su matriz de leyes de vulgaridad obscena y peligrosa que duele, aunque el derrotado ría…

Porque aunque el ángel haya caído, ríe y bebe para terminar con falsa dignidad su vuelo en picada, acabando en callejones, psiquiátricos o morgues. Asistimos, como observaría un físico, al “horizonte de sucesos”, a esa piel social que es el vertedero absoluto donde se vacía de su culpa y error la sociedad que brilla; el límite de un agujero negro en el espacio donde la realidad y sus parámetros ya no importan. A los ángeles caídos de Los Ángeles, el cielo se les ha hecho un abismo, y caen sin remedio…

 

Nicole Kidman (Erin) en un fotograma de «Destroyer»

 

Y en el caso de Erin es esa piel del submundo la que se le ha roto bajo los pies y ya no hay alas -ni propias ni ajenas- que la sostengan. Ha comenzado a caer más allá de esa realidad para ir perdiéndose entre balas y golpes a lo largo del relato fílmico. Porque si bien Destroyer es en los papeles un thriller policial, tiene una base que media entre el thriller psicológico y un dossier sociológico, que exhibe el abismo personal de una de sus criaturas.

En el momento en que Erin inclina lentamente la cabeza para tomar puntería -intentando frustrar un robo- se la muestra como una profesional pero también como una maquinaria desalmada puesta en movimiento por alambres secos y sin vida. Delgada, nerviosa y sucia, su boca es un rictus amargo que habla con las últimas municiones a su hija Shelby (la actriz Jade Pettyjohn), tratando de evitar que caiga en la trampa de esa piel de error y horror que se esconde en la noche perpetua que late bajo el ardiente sol de California.

Destroyer (en este caso, traducible como Destructora) ha sido subtitulada en habla hispana con un fallido: “…una mujer herida”, pero ella no está herida: Erin es ella misma una herida y, como cualquier herida abierta, deja escapar el dolor y deja, al mismo tiempo, que entre a ella la luz… pero con la luz que entra, entra también la verdad: la verdad que la libera… sólo que, al liberarla y por eso mismo, la dejará caer y perderse en su gran abismo personal. Erin es una herida que ya no tiene piel de donde asirse… que ya no tiene manos amigas, ni direcciones adónde ir, ni sentido vital alguno. Es un pozo sin fondo. Se siente fracasada en su intento de huir de sí misma. Fracasada en el amor y fracasada como madre… Es un ser humano que se le ha perdido al Universo, y en su inevitable evanescencia lo condena a una derrota sin salida. Erin sufre la agonía existencial de un mundo exterior que la desprecia diciéndole que es una nada, y una certeza interior que la atormenta diciéndole -como a todos nosotros- que lo es todo…

Hay agujeros más grandes que los agujeros negros que se descubren y fotografían en el espacio, y Kusama logra mostrarnos la génesis de uno de ellos… y mientras la vemos convertirse en un olvido bajo un puente cualquiera en una calle cualquiera de Los Ángeles, resuenan en nuestros oídos las satánicas palabras de John Milton en su Paraíso perdido: “El abismo no tiene límites ni vacío, porque Yo soy el Abismo…”.

 

También puedes leer:

Destroyer, de Karym Kusama: Nicole Kidman atrapada en la culpa.

La invitación, de Karyn Kusama: La presencia festiva (y eterna) de la muerte.

 

La actriz Nicole Kidman en una escena de «Destroyer»

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba  sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

 

Imagen destacada: La actriz Nicole Kidman en un fotograma de Destroyer (2018), de la realizadora estadounidense Karyn Kusama.