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«Diario flaite de un vampiro», de Joannes Lillo: Ese romanticismo de asumirse diferente

Esta ficción se adscribe a la estética y poética de las novelas juveniles que hasta hace un par de años eran furor entre los adolescentes encantados por las historias de amor, pasión, sexo y sangre. Pero lo interesante de este texto inaugural para su autor es que su obra se posiciona en ese lugar más arraigado en el mercado editorial solo para ironizar y subvertir la lógica de la saga crepuscularia. Así, y más que una trama fantástica, el texto de Lillo es una representación crítica de la sociedad santiaguina actual, decadente, sin esa falsedad hollywoodense.

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 1.1.2017

Cada vez que me presentan a un escritor trato de buscar alguno de sus libros intentando tal vez completar esa impresión inicial que me deja el cruzar unas cuantas palabras. Si bien es un tanto absurdo tratar de completar esa reminiscencia con su escritura, sí me parece un ejercicio interesante para ampliar y actualizar las lecturas personales. De todas maneras, en Diaro flaite de un vampiro (Catalonia, 2017), el protagonista tiene ciertos rasgos de su autor, Joannes Lillo (Santiago, 1989) y quizá eso responde a cierta tendencia en la literatura chilena actual por escribir desde el yo, ficcionalizando ciertos elementos, construyendo y urdiendo historias a partir de la realidad más inmediata.

Los antecedentes de este joven narrador son envidiables. Fue ganador del Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral en 2015 y también obtuvo un premio especial en el Concurso Roberto Bolaño en 2014. Además, en 2016 se hizo merecedor de la Beca de Creación Literaria del Fondo del Libro que el Ministerio de Cultura entrega todos los años. Por otra parte, es necesario destacar que Lillo ha sido integrante del taller literario Moda y Pueblo dirigido por el poeta Diego Ramírez, laboratorio de experimentación escritural del que han surgido interesantes propuestas como Waleska Solanas: Manifiesto Anti-Hombres de Jordán Veliz Vergara o Advertencias de uso para una máquina de coser de Eugenia Prado Bassi.

Diario flaite de un vampiro se adscribe a la estética y poética de las novelas juveniles que hasta hace un par de años eran furor entre los adolescentes encantados por las historias de amor, pasión, sexo y sangre. Pero lo interesante de esta primera novela es que se posiciona en ese lugar más arraigado en el mercado editorial solo para ironizar y subvertir la lógica de la saga crepuscularia. El protagonista no es Robert Pattinson exhibiendo sus oblicuos a lxs muchachitxs. Más que una novela fantástica, el texto de Lillo es una representación crítica de la sociedad santiaguina actual, decadente, sin esa falsedad hollywoodense: “El Chalo nunca se atrasa con el arriendo, y eso que no trabaja. ¿De dónde viene la money? Fácil, tenía que atreverme a preguntar nomás. Se trafica, se prostituye, vende su sangre, les da un chorrito por cinco lucas. Aunque el precio varía según el cliente y según la vena que quieran” (24). Es inevitable pensar esta representación vampiresca como una alegoría de la minoría queer chilena, discriminada, mirada con recelo, amenazante desde su diferencia: “Al matricularme no les he mencionado lo que en verdad soy, pero, según me cuentan, no serían atados. Es una de esas típicas universidades privadas donde aceptan a cualquier monstruo” (24).

El ser vampiro en la sociedad creada por Lillo es también un lugar de conflicto, los mismos cuestionamientos que un joven homosexual debe sortear al salir del closet son narrados por el protagonista al enfrentarse a su núcleo familiar:

“Al pedirle que se calmara me di cuenta de que mis colmillos habían abandonado sus casillas, rozándome el labio inferior. Entonces ella dijo su frase más célebre, la más usada, repetida y batida sobre mí, sobre sus hijos: «Lo sabía». Sentí una honda amargura al escucharla. ¿Qué era lo que sabía? ¿Sabía que me convertiría en un vampiro? Claro que no. Solo sabía hacerte enojar, darle al clavo en tus pies, hundirte la corona de espinas, echar leña al fuego de tu pecho. Le grité que se callara, y debo decir que eso, de mi parte, fue un acto bastante humano. Pedir que se calle para así explicarle la manera en que sucedieron las cosas, que entendiera, que todos entendieran, que no busqué ser vampiro… no del todo” (45).

Ser un monstruo es también difícil en la realidad construida por Lillo, a pesar de que su existencia no constituye en ningún caso un hecho fantástico. Los sujetos se ven obligados a utilizar ciertas estrategias para pasar desapercibidos en una sociedad que los considera extraños, raros, queers. La escritura aparece como un refugio para el protagonista, al igual que el taller literario que frecuenta, esa suerte de clan de los excluidos en donde la anormalidad no lo es tanto y en donde parecieran subvertirse, o anularse hasta cierto punto, las lógicas de la exclusión:

“Tengo la sospecha de que en el taller de escritura más de alguien es vampiro, pero saben esconderlo con un talento extraordinario. Uno que quizás se adquiere después de décadas. En verdad no estoy seguro, pero no los percibo para nada como humanos. Y me han tratado muy bien, pese a mis impertinencias animales. Ninguno de ellos se inmutó con mis escritos, los que en algunos espacios transcribían sin harapos mi actual condición no humana. También, flota siempre en el espacio, en la atmósfera, una familiaridad para todos tragable y agradable” (62-3).

En el universo creado por Lillo el clóset es también un espacio de resguardo y prudencia. El protagonista, sin embargo, está llamado a transitar un camino que no le será nada fácil. Enfrentará las mismas adversidades que cualquier otro adolescente se ve obligado a sortear al asumirse diferente: los amigos, la familia, la escuela. El entorno más inmediato es siempre el más amenazante, el cómo desenvolverse en la cotidianeidad es finalmente la columna que sostiene esta historia:

“Poco a poco me incorporo a este segundo año en la universidad. Ahí están los weones de mis compañeros y profesores. Me quedo en los vaciles, comparto, platico; aunque ellos siguen esquivándome. Les cuesta encasillarme, les cuesta llevarme a sus pequeñines y cerrados mundos. No van a poder. Tan llenos que están de tradiciones y fobias, a pesar de que nunca lo reconozcan. No pueden entender que estoy en otra fase; que, a diferencia de ellos, yo me saqué la joroba que da la humanidad” (67).

Destaco, finalmente, en cuanto a forma, la opción del autor por emular el lenguaje coloquial, cotidiano, adolescente, en donde las plataformas sociales virtuales exigen un nuevo tratamiento del lenguaje, una flexibilización del habla normativa. Sin embargo, hay ciertos detalles que descolocan un poco al hacer la transcripción a la escritura: “¿Aló? ¡Aló! Chalo, soy yo, hueón. Weón, ¡escúchame!, me decidí, quiero ser vampiro, así que ven altiro…” (19). En este caso, es confuso el motivo de optar por escribir una misma palabra de dos maneras distintas: hueón/weón. Ya que, si bien, ambas reproducen el habla coloquial, esa incoherencia podría pasar más por un descuido escritural que por un gesto intencional.

 

El escritor Joannes Lillo, en la derecha de esta fotografía, y exhibiendo su ópera prima

 

La novela publicada por Editorial Catalonia (2017)

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