La esencia del pensamiento populista es la primacía de la democracia sobre la filosofía, de la acción encima de la teoría, y de la fuerza indeterminada arriba del programa. Por ello, tanto la versión conservadora como revolucionaria del fenómeno presentan el diagnóstico político en tanto una degradación de lo universal frente a lo particular, de las élites contra el pueblo, de la razón (o de los razonadores) contra los idiotas, y el énfasis es el reclamo y triunfa donde las instituciones son débiles. Así, mientras el populismo de derechas coloca el enemigo a batir hacia el exterior, el de izquierdas lo coloca al interior.
Por Cristián Garay Vera
Publicado el 9.11.2018
Este volumen de revista Verbo recoge las actas de la LIII Reunión de Amigos de la Ciudad Católica realizada en la Universidad de Nebrija de Madrid el pasado 7 de mayo de 2016. Los autores, españoles, argentinos, chilenos, franceses, italianos y estadounidenses, desarrollaron el tema de Pueblo y Populismo como una mirada necesaria ante la emergencia en diversas partes del mundo de regímenes y movimientos de este tipo que en todo caso, como dice Juan Fernando Segovia, los hispanoamericanos conocemos más. Los autores son el Dr. Miguel Ayuso, José Antonio Ullate, Dalmacio Negro, John Rao, Bernard Dumont, Javier Barraycoa, Juan Fernando Segovia, Julio Alvear, José Miguel Gambra y Danilo Castellano.
También habría que decir que disienten de las miradas reductivas de la óptica marxista y sus neos, así como de la interpretación liberal, planteando como hace John Rao en “Los Estados Unidos de América, el “pueblo” y el populismo” que los orígenes de esta doctrina están en la Modernidad y se anteceden a la concepción protestante de una lucha entre los “individuos depravados y determinados» (página 810) en una lucha sin fin entre los puros y los corruptos según unas categorías que recuerdan poderosamente a Voegelin como otro autor hace notar.
Esta conexión entre la pureza y la corrupción recae en la centralidad del lenguaje, reiterada tanto por Miguel Ayuso (“El pueblo y sus evoluciones” como por el artículo final debido a Danilo Castellano “Pueblo, populismo y política”), la denuncia, como uniformidad y acción movilizadora al mismo tiempo, es evocada por Miguel Ayuso en cuando se hace ver que la imposición de un lenguaje es la forma de imponer una conducta e ideas, aspecto que no es contrario a otras formas o experiencias democráticas modernas, sino solo que se dan por norma, impidiendo las sutilezas y pluralidades de la vida social y política como rescata el mismo Ayuso. Por lo mismo recuerda como dice Francisco Canals: “Y se dan también en él frecuentemente rigideces, por las que se toman en estricta significación univoca términos que en otros tiempos estaban llenos con un sentido de rica analogía, que posibilitaban un empleo coherente a la vez que amplio y flexible en su referencia a la múltiple y armónica realidad social. Y en esta situación de rigidez y de equivocidad, los términos se convierten en armas de la dialéctica revolucionaria”. (“Patrias, Naciones y Estados en nuestro proceso histórico”, Verbo, 155-156, 1977, Pp. 733 y ss.).
Habría en ello tres explicaciones, una relativa al desgaste del sistema de partidos, pero otra de más larga evolución y que se remonta a la reforma protestante y la Revolución Francesa, ambas partes del liberalismo, que en su concepto mecanicista –no comunitario- desemboca en la crisis global del individualismo. La tercera hace mención a por qué es un fenómeno redivivo hoy: porque como dice Ayuso desde los ’90 “La modernidad débil, al sustituir a la fuerte, arrumba incluso la “nostalgia” del bien que todavía era dado hallar en ésta”.
Las raíces mediatas de este tránsito están singularizadas por Ayuso en el popularismo que en Europa se propuso legislar para el pueblo y concebir como única justicia la redistributiva, si bien contuvo el comunismo alimentó el consumismo, y vació la política de toda noción de bien para ser simplemente lo que se cree y se elige. El populismo viene en sucesión a este, aquí lo importante es la creencia y a la proposición de un programa de acción: “que no se presenta de manera positiva sino vagamente” (Ayuso, idem, p. 729). Lo importante es el “obrar”.
La esencia del pensamiento populista es la primacía de la democracia sobre la filosofía, la acción sobre la teoría, la acción indeterminada sobre el programa. La voluntad como norma de la política. Por ello la versión conservadora sobre el populismo la presenta como una degradación de lo universal frente a lo particular, de las élites contra el pueblo, de la razón (o razonadores) contra los idiotas como lo usa Chantal Delsol, Populisme. Les demeurés de l´histoire (Perpiñan, Editions du Rcoher, 2015). Pero la noción crítica del populismo se transforma en un ejercicio maniqueo y reducido a la “experiencia europea moderna. Toda crítica de la democracia formalista, universalista, ilustrada (la crítica de los valores en boga) se convierte consiguientemente en ‘populismo’, concepto que acaba siendo desfigurado y difuminado” (Ayuso, p. 732).
Para el profesor Javier Barraycoa, “El populismo en la Europa contemporánea”, Verbo: “… se podrían definir los populismos como una defensa de la sociedad frente a la tiranía de la mayoría y su pensamiento único controlado por las elites sociales. Por mucha retórica que se les añada, los populismos tienden a generar discursos más contra el poder y abogando por su limitación y control que no tanto una obsesión por el ejercicio del poder” (p. 833). Aunque el autor trata de Europa, es imposible no pensar en Estados Unidos, donde con todos los defectos posibles, es evidente que Trump y amplios sectores del Partido Republicano combaten el lenguaje común articulado por el Partido Demócrata, Hollywood, y los mass media. Donde el populismo se rebela contra un lenguaje normalizado que lleva a acciones políticas muy determinadas.
Hay quienes, todavía más piensan el populismo en términos de continuidad: “… intentando argumentar que los populismos europeos son adaptaciones estratégicas de los viejos fascismos para sobrevivir tras la derrota de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, detectamos demasiados saltos que imposibilitan afirmar una continuidad homogénea del fascismo o el nazismo oculta bajo “tácticas” de los movimientos populistas. Sospechosamente, estos autores no consideran que los populismos hispanoamericanos sean una continuación del totalitarismos comunista, aunque mantienen vinculaciones simbólicas, de discurso y relacionales más intensas que los populismos europeos”(Barraycoa, p. 833).
Es decir que el populismo se bate a uno y otro lado del espectro político, dando medida clara del agotamiento del modelo de política y economía reinante. El fenómeno se expande en estos últimos años pero como dice Juan Fernando Segovia especialmente desde los ’80… “en un importante numero de países se ha vivido lo que Taguieff ha calificado como la “ola populista”. Esto es, la aparición, con mayor o menor suerte electoral, de formaciones que se caracterizan por: a) un discurso y posicionamiento hasta entonces inusitado frente a la inmigración (en terminología dominante se está produciendo una ruptura de la ideología dominante o, en sentido vulgarizado, la corrección política) ; y b) un intento de distanciarse tanto en las propuestas, formas organizativas y dialéctica empleada, de los partidos tradicionales, o más propiamente institucionalizados” (p. 843).
Javier Barraycoa en “El populismo en la Europa Contemporánea” recalca esta suerte de ansiedad por los cambios: por algo Donald MacRae autor de Populismo como ideología, describe el discurso populista como: “… un apocalípsis inmediato, inminente, mediado por el carisma de líderes y legisladores heroicos”. No se aspira a cambios brutales ni violentos “pero tampoco a cubrir largas etapas de la historia (como las diseñadas por el marxismo) para conseguir sus sueños. El tempo es muy diferente al de las grandes ideologías que pretenden encuadrarse en una estructura temporal histórica con etapas racionalmente definidas. Esta exigencia de urgencia política atenta las más de las veces contra el arte de la política y la prudencia como su virtud propia. Su argumento es la simultaneidad entre las reclamaciones y las oscilaciones” (p. 843).
El ilustrador artículo de Juan Fernando Segovia, “El populismo en Hispanoamérica. ‘Todos somos populistas’”, demuestra que el populismo no es el enemigo de la democracia sino su representación más plebeya, y hace ese hincapié porque cierta literatura lo contrapone con la democracia. “Los límites ideales de la democracia son puramente formales en el sentido de teóricos; los limites populistas a la democracia son mas bien reales. Los populismos realmente existentes no proponen -como sostienen algunos- una democracia lisa y llanamente directa, masiva; de igual manera que las democracias idealmente concebidas destilan en la práctica sus deformaciones representativas” (p. 856).
Dada la extensa lista de explicaciones o aproximaciones que presentan tanto Barraycoa como Segovia debo precisar que el populismo, en el hecho, ha sido abordado casi siempre historiográficamente, ya que la descripción de la experiencia populista es más clara que la asimilación del contenido del populismo que es indefinible, por tanto frente al tema la construcción de etiquetas en vez de remitirse al realismo político parece un tanto inconducente, en el cual los factores causales van cambiando conforme cambia la naturaleza del populismo, desde el clásico hasta el de hoy. Segovia anota que hay: 1) etiquetas políticas: fascismo, bonapartismo, totalitarismo, autoritarismo, nacionalismo, cesarismo; 2) sobre modos de liderazgo: democrático, populista, autoritario, carismático; y 3) de formalización de usos lingüísticos: movilización, masa, clientelismo.
Lo paradojal es que de todas maneras el populismo resulta inasible para la ciencia política oficial, despojada de toda metafísica, y por la creencia en una teleología democrática como apriorismo de toda interpretación. Hoy en día el populismo ha pasado de ser defecto a virtud, de modo que se le presenta como “democracia utópica” (Segovia, p. 878) y se le termina presentando como una semilla de esperanza: “como cualidad o mérito, hasta convertirse en el criterio reductivo de toda política” (idem).
Julio Alvear que hace una disección del populismo en “El populismo desde Hispanoamérica: una lectura diferente” recalca el mismo punto anterior desde otra forma. Recalca en la incapacidad analítica del marxismo y del neomarxismo como del liberalismo. En la primera se piensa el populismo desde una formula de engaño oligárquico que desvía de la revolución. Donde lo que prima es la formula de clases y la política de redistribución. Pero hace mención que el aumento del bienestar en Hispanoamérica demuestra que lo que hay es una clase media populista identificada con el “consumo y el ascenso económico” lo que explica la emergencia del neopopulismo neoliberal (p. 888). Tampoco tiene una explicación coherente a Chávez, Correa, Kichner y Morales “más vinculado al caudillismo de personalidades locales que a la planificación ideológica y el internacionalismo revolucionario” (p. 889).
Por otro lado, “La aproximación liberal cae en el defecto opuesto. El considerar el populismo como un epifenómeno siempre marginal, anormal, ajeno al papel que le corresponde al pueblo en el marco de la democracia representativa. El problema aquí no es el populismo, sino el asumir sin cuestionamientos la teoría democrática liberal” (p. 889). Por ello propone optar por la definición histórica es decir que “el populismo emerge como réplica, respuesta o alternativa a la crisis institucional de la democracia de partidos” (p. 894).
Reflexionando sobre Podemos y otros movimientos, José Miguel Gambra en “El populismo en España” recalca que se pretende que hay una excepcionalidad de genio para descubrir lo que mantenía oculta a la elite corrupta, y cuya visibilización es la denuncia que a la vez moviliza y permite la acción política. La denuncia implica la integridad del denunciante y le permite asumir el liderazgo y dividir el mundo entre ellos y nosotros en la mejor estirpe gnóstica (p. 992).
Aunque el populismo no parece un fenómeno nuevo, y se liga indudablemente a la Modernidad al desligar al pueblo de la comunidad política y producir una identificación con una de las varias formas de la democracia (y no ser contradictoria con ella), es evidente que también ha mutado en sus manifestaciones, hoy en día el populismo se da en el manejo del opinar, entendido no como comunicación sino como forma de dominación alterna plenamente moderna y democrática, desde la vigilancia de las redes sociales hasta el dominio en algaradas callejeras, plenamente desinstitucionalizadas. Como subraya Juan Fernando Segovia, el populismo triunfa donde las instituciones son débiles. Donde el populismo de derechas coloca como el enemigo a batir lo exterior, el de izquierdas lo coloca al interior. Ambos están convencidos de la justicia de sus reclamaciones para combatir a las “élites” en nombre del pueblo. El énfasis es el reclamo, porque el reclamo conduce las exigencias, que toman el rumbo que sus dirigentes estiman.
En suma, el populismo se convierte en tiranía de la opinión y de aquella para conquistar y mantener el poder. Su denuncia inicial, su rompimiento con los moldes tiene que ver con la crisis de la representatividad y de la concepción de la política, que busca orientación en el sinsentido de la política de partidos. Para salir del populismo como dice Danilo Castellano hay que volver a reflexionar sobre la naturaleza de la política como ordenación al bien común antes que como mera técnica de acceso al poder.
“Pueblo y Populismo: los desafíos políticos contemporáneos” (Dossier), Verbo. Revista bimestral de formación cívica y de acción cultural según el derecho natural y cristiano, año LV, No 549-550, noviembre-diciembre 2016, páginas 707-936.
Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.
Crédito de las imágenes destacadas: Revista Verbo.