“Dry Martina”: El (re) encuentro con el deseo

Con altas dosis de humor negro, y un tono que destaca lo informal y lo espontáneo, el último largometraje de ficción del director nacional Che Sandoval -hasta hace poco en cartelera- se presenta como una pieza depurada en la filmografía de su autor, quizás no tan rupturista e innovadora en términos estéticos, pero manteniendo su esencia: la búsqueda errante de sus protagonistas, el carácter tragicómico de sus escenas y el sexo como elemento indispensable de la trama.

Por Jessenia Chamorro Salas

Publicado el 21.1.2019

La película Dry Martina, co-producción chileno argentina dirigida por Che Sandoval, lleva su nombre en honor a su protagonista, Martina (Antonella Costa), una mujer al borde de los 40 años cuya crisis existencial la lleva a cruzar la cordillera en busca de su verdadera esencia y la (re) construcción de lazos afectivos auténticos.

Dry Martina (2018) es también la versión femenina del clásico licor “Martini seco”, nombre interesante ya que la pieza gira en torno a este personaje frenético y alocado, intento de Che Sandoval de tener a una mujer al centro del relato, una mujer cuyo deseo sea el eje articulador de la historia, un deseo carente, insatisfecho, frustrado, un deseo que intenta encontrarse a sí mismo para recuperar su hondura y vitalidad. Martina es un sujeto deseante, independiente y sexualizado, características poco usuales tanto en el cine como en la literatura –incluso en el teatro– y que son realzadas en el filme sin tapujos ni inhibiciones, presentándolas como aspectos naturales de una mujer que no deben ser castigados, redimidos y coartados como hasta ahora la historia del cine y de las letras ha hecho con sus personajes femeninos deseantes y sexualizados, reducidos al estereotipo de “femme fatale”, y más de las veces, a ser asociadas a un trauma o la locura, clásica patologización de la mujer.

Martina es una ex cantante pop argentina que tras una ruptura amorosa perdió dos de las cosas que la hacían sentir feliz: la música y el sexo. Es decir, perdió el deseo y la efervescencia de sentir placer tanto con su voz como con su cuerpo. Además, su padre agoniza y finalmente muere, hecho que contribuye a la crisis que la movilizará. En el intertanto, Martina conoce a dos de los personajes que serán fundamentales en su travesía carto-corpográfica, una fanática que dice ser su media hermana (interpretada por una intrigante Geraldine Neary que juega con la inocencia y la perversión), y César (Pedro Campos), quien renueva en Martina el deseo y la moviliza a atravesar la cordillera y llegar a un Santiago retratado turísticamente, hecho extrañamente particular si se considera el fluido diálogo entre ambos países.

En cierto sentido, el leitmotiv del filme puede asemejarse al de la película protagonizada por Julia Roberts Comer, rezar, amar (2010) en donde su personaje atraviesa por una crisis personal que afecta sus deseos y afectos y la llevan a realizar un itinerario geoespiritual para reencontrarse con su verdadero yo. En Dry Martina la situación es similar, solo que su búsqueda está enmarcada en sexo, excesos y rock and roll, con una frescura y desfachatez que como espectadores nos hace empatizar con Martina, con su modo de ver el mundo, sus carencias y las fórmulas que emplea para compensarlas, y sobre todo, con su espíritu, uno que responde a la contingencia y al empoderamiento femenino que ha tomado parte este último par de años, en donde las reivindicaciones de género y la lucha por la libertad de las mujeres ha puesto en jaque estereotipos y visiones de mundo hasta entonces sesgadas.

Martina viaja rumbo a un redescubrimiento sexual, profesional y familiar, y en Santiago encontrará una segunda oportunidad amorosa y familiar. En una hipotética familia cuya relación con su supuesto padre (Patricio Contreras) resulta problemática y desafiante, Martina, esta “Electra del siglo XIX”, intentará emerger de su crisis reafirmando su identidad y encontrándose con su esencia y deseos más profundos.

Con altas dosis de humor negro, y un tono que destaca lo informal y espontáneo, Dry Martina se presenta como una pieza depurada del cine de Che Sandoval, quizá no tan rupturista e innovadora en términos estéticos, pero manteniendo su esencia, la búsqueda errante de sus protagonistas, el carácter tragicómico de sus escenas y el sexo como elemento indispensable. Todo lo cual hace de Dry Martina un filme refrescante y veraniego que habla sobre la fraternidad, el clásico motivo del padre, la autonomía femenina, y la importancia de conservar nuestras convicciones.

 

Jessenia Chamorro Salas es licenciada en lengua y literatura hispánica de la Universidad de Chile, profesora de lenguaje y comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, magíster en literatura latinoamericana de la Universidad de Santiago de Chile, y doctora (c) en literatura de la Universidad de Chile.

 

 

Geraldine Neary y Pedro Campos, en «Dry Martina» (2018), de Che Sandoval

 

 

 

 

 

Tráiler: