«El caballero de la rosa», de Richard Strauss: Los tiempos mejores llegan al Municipal de Santiago

Después de un feliz inicio de temporada lírica con la puesta en escena de una aplaudida versión de «La fuerza del destino» de Verdi en el mes de abril, el segundo estreno del año nos confirmó la existencia de una nueva pauta artística y de calidad vigente para las programaciones del coliseo de la calle Agustinas: sólo con decir que la producción con elenco internacional que debutó este miércoles 12 de junio en el principal escenario de la capital de Chile hizo recordar en la memorabilia operática al notable montaje de «Ariadna en Naxos», obra del mismo compositor europeo, pero exhibida durante el año 2011.

Por Luis Felipe Sauvalle

Publicado el 13.6.2019

Durante la presente década ha habido una serie de representaciones de esta ópera en distintas casas teatrales del mundo en donde sus respectivas producciones han intentado renovar su argumento, de acuerdo a los agitados tiempos que vivimos: hace un par de años se presentó en la Real Casa de Ópera de Londres una versión “actualizada”, que sacaba al argumento de su contexto original para instalarlo en el siglo XX. También el feminismo y otras corrientes temáticas e ideológicas han incursionado en esta “comedia para la música” de tres actos escrita por Richard Strauss (1864 – 1949).

Sin embargo, el espectador que acuda al Teatro Municipal de Santiago observará cuando se descorre el telón una escenografía que busca honrar a la ópera permaneciendo fiel a su concepción original (un acierto creativo que se agradece). Así, en este primer acto el espectador es invitado como un voyeur al lecho conyugal de la mariscala (interpretada por la soprano irlandesa Celine Byrne), quien está encamada, pero no con su marido –ocupado cazando linces y osos en los bosques de Croacia– sino con su joven amante Octavian, alias Quin Quin (aquí travestido por la talentosa mezzo francesa Sophie Koch).

A punto de ser sorprendida en adulterio, la mariscala improvisa un pequeño salón donde recibe a sus cortesanos nada menos que en su habitación, por el cual pasan desde su amante, el joven Octavian, hasta su primo el casanova Barón de Ochs (interpretado por el descollante barítono alemán Jürguen Linn), quien empobrecido ha de contraer matrimonio con la hija de una familia de mercaderes, nuevos ricos que deben mostrarse agradecidos con que ya él tiene: “suficiente sangre azul para los dos”.

De esta manera el barón, convertido en todo un caballero de la rosa –carga con una rosa de plata símbolo tanto de la conveniencia como del amor– aparece con toda su vulgaridad ante la rica Sophie (la soprano kosovar Elbenita Kajazi), “recién salida del convento”. Pronto, el boato queda atrás: una nota recibida por el barón lo conmina a encontrarse con una doncella en una taberna. Es aquí donde ocurrirá la pugna de fuerzas, que sin embargo, al ser comedia, quedará edulcorada –la sangre derramada no será más que de una herida superficial–, y los elementos propios de la tragedia quedan supeditados a la actitud de aceptación por parte de la mariscala para con el paso del tiempo y con el encuentro de su destino.

Gran parte de la puesta en escena descansa en el carisma de elementos individuales del elenco: por ejemplo, la picardía del Barón de Ochs,  quien con su voz de bajo barítono no se cansa de transmitir su arribismo social, o asimismo ciertos momentos de interacción entre la Mariscala y Octavian resultan acentuados por tonalidades que en la tradición operática del siglo XIX estaban alejadas pero que –como el director musical Maximiano Valdés (quien entregó una versión correctamente apegada al canon de la partitura) se encargó recientemente de recalcar– la tradición modernista los acercó en el piano. También mencionar el trío del final, que traduce lo que sería la resolución de un nudo dramático a un bello, delicado y seductor lenguaje musical.

Los subtítulos de la producción merecen mención aparte, puesto que El caballero de la rosa recoge gran parte de la tradición freudiana que flotaba en la ciudad de Viena durante 1929, año de su composición, y puesto que los diálogos fueron traducidos desde el alemán (idioma del libreto original) al castellano vernáculo chileno, un lenguaje coloquial que a veces sacaba sonrisas del público y otras veces descolocaba a los asistentes (a quién no le extrañaría encontrar la palabra “polola” en la corte imperial de los Habsburgo, sin ir más lejos).

Se agradece también el humor del personaje italiano, el coreano David Junhoon Kim, quien canta al desamor de una manera tan melosa que los mismos personajes lo hacen callar. Las risotadas del público deben entenderse como un tributo al interprete, quien representa ese guiño tan necesario al género, de por sí melodramático, que hace recordar lo importante que es reírse de uno mismo.

Un cuasi-triángulo amoroso, de talante bastante imbricado, que no obstante da pie para interacciones notables entre los distintos artistas en escena, una tensión dramática que por momentos decrece para dar paso al humor, y en otros se intensifica –cuando en la tradición del Mercader de Venecia– un personaje se disfraza de quién no es con el propósito de desenmascarar a un villano.

Una ópera que se nutrió de distintas fuentes, y que incursionó en variados géneros dramáticos y musicales, y cuyas potencialidades tanto el elenco internacional (con grandes valores actorales e interpretativos) como la Orquesta Filarmónica (no olvidemos que son tres horas de música, lo que le imprime un cariz de potencia incesante) supieron condensar, en un título que nos hizo recordar la brillante puesta en escena de otro título del maestro austriaco en el coliseo de la calle Agustinas: Ariadna en Naxos, también en el mes de junio, pero de 2011.

Y pensar que hace justo un año, a causa de una mal entendida y voluntarista política de inclusión de autores nacionales en la temporada regular de ópera, debimos soportar ese verdadero engendro lírico, obra del sin duda sobrevalorado compositor local Miguel Farías: El cristo del Elqui.

Las funciones de El caballero de la rosa en el Municipal de Santiago, Ópera Nacional de Chile continuarán hasta el próximo miércoles 19 de junio.

 

Luis Felipe Sauvalle Torres (Santiago, 1987) es un escritor chileno que obtuvo el Premio Roberto Bolaño -entregado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, y que reconoce las obras inéditas de jóvenes entre los 13 y los 25 años- en forma consecutiva durante las temporadas 2010, 2011 y 2012, en un resonante logro creativo que le valió el renombre y la admiración mítica de variados cenáculos del circuito literario local.

Asimismo, ha participado en la Feria del Libro de Santiago de Chile, como en la de Buenos Aires y ha vivido gran parte de su vida adulta en China y en Europa del Este.

Licenciado en historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en estudios rusos por la Universidad de Tartu (Estonia) es el autor de las novelas Dynamuss (Ediciones Chancacazo, Santiago, 2012), El atolladero (Ediciones Chancacazo, Santiago, 2014), y de la inédita Intermezzo (Cine y Literatura, 2019), además de creador del volumen de cuentos Lloren, troyanos (Catarsis, Santiago, 2015).

También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

El dúo compuesto por la Princesa Werdenberg (Celine Byrne) y Octavian (Sophie Koch) brilló en cada una de sus intervenciones durante el estreno del miércoles

 

 

Una imagen que recoge la régie (Alejandro Chacón), la escenografía (de Sergio Loro) y el vestuario (de Adán Martínez), de «El caballero de la rosa» por el Municipal de Santiago 2019

 

 

Un recuerdo de las «políticas culturales» que casi destruyen a la tradicional temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago

 

 

Luis Felipe Sauvalle

 

 

Tráiler 1:

 

 

Tráiler 2:

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Municipal de Santiago, Ópera Nacional de Chile.