La pacificación de la Novena Región —cacareada tesis de los gobiernos reaccionarios y de otros desteñidos— no es más que una mentira, destinada a ser enseñada en los colegios, pues la realidad es que la zona comienza a arder, empeñada en quitarse el yugo que la ha oprimido por siglos.
Por Walter Garib Chomalí
Publicado el 10.8.2020
Nada de inocente la visita del ministro de Interior Víctor Pérez a la Araucanía, apenas asumió el cargo. Impuesto por la UDI y auspiciado por Evópoli (Necrópolis) manifestó al concluir su visita de instrucción: «Grupos con capacidad militar, grupos con financiamiento, con capacidad operativa y logística que están muy decididos a que no exista paz y tranquilidad». También afirmó: “Con toda claridad que en Chile no hay detenidos políticos. Presos políticos, entendemos, que por sus ideas están detenidos”.
El sábado 1 de agosto, surgió la respuesta de quienes necesitaban el estímulo y la autorización del gobierno, para actuar como Grupos Paramilitares. Amparados por la autoridad —¿acaso es un misterio— asaltaron las dependencias de la Municipalidad de Curacautín y procedieron a desalojar, mediante la extrema violencia, a comuneros mapuches que apoyaban las demandas de sus presos políticos y que se encuentran en huelga de hambre.
Después, resultaron incendiadas las municipalidades de Ercilla y Traiguén, mientras las de Victoria y Curacautín, sufrieron daños de consideración. El Mercurio informa que los encargados del desalojo, eran ciudadanos, aburridos de la conducta de los mapuches. Busco en el diccionario el significado de ciudadanos: “Natural o vecino de una ciudad. Hombre bueno”. De ser así, aquella turba dirigida por esbirros, incluía a la gente buena de la región, cuya santidad y amor al prójimo, es reconocido hasta por los ateos.
Como se ve, los instructivos se cumplieron a cabalidad y el ministro del Interior debe reconocer, que su gestión empieza a ser del gusto de los empresarios de la zona. Víctor Pérez, dentro de su obligado servilismo, responde a sus jefes, igual como lo hizo durante la dictadura cívico militar. ¿Dialogar? No debe ser expresión admitida en el lenguaje oficial. El gobierno, sí dialoga con los empresarios y acoge sus demandas, son sus patrones, pues han financiado las campañas electorales del actual gobierno y de otros, y exigen ser retribuidos. Si la violencia surge del gobierno, su intensidad es infinita, al escudarse en las leyes espurias, vestidas de legalidad.
La Araucanía a poco andar se va a convertir en un foco de permanente tensión y muerte, sobre la tierra de un pueblo que por siglos, ha luchado por sobrevivir. La pacificación de la Araucanía, cacareada tesis de los gobiernos reaccionarios y de otros desteñidos, no es más que una mentira, destinada a ser enseñada en los colegios. La región empieza a arder, empeñada en quitarse el yugo que la ha oprimido por siglos.
El historiador argentino–chileno Luis Vitale (1927-2010) que vivió en Chile y escribió sobre el pueblo mapuche y otras etnias de América, calculaba en alrededor de 4 millones de mapuches, incluidos miembros de diferentes pueblos originarios, que viven en nuestro país. Desde la llegada de los invasores a estas latitudes, ha existido un perverso empeño por borrar la existencia de los pueblos originarios. Se les debe arrinconar, destruir su cultura hasta hacerlos desaparecer, y entonces, apoderarse de sus tierras.
Al menos yo, siento fidelidad por las mapuches que sirvieron en nuestra casa y nos hablaban de su pueblo. A doña Mercedes Contreras, a su hijo Sergio de quien fui amigo en Requínoa, cuando éramos niños. Salíamos a elevar volantines y nos gustaba ir a ver el arribo del tren. A menudo evoco a María Neculmán, que trabajaba en nuestra casa de Santiago. La pasaba a buscar su hermano Víctor, que trabajaba en una panadería.
Aún la recuerdo, cuando el domingo salía vestida de mapuche y junto a Víctor, iban a reunirse en la Quinta Normal, con la gente de su pueblo. Una suerte de encontrarse semana a semana, para hablar mapudungún, fortalecer la cultura, el sentido de unidad de la familia y añorar la tierra usurpada. Borrar de la memoria a quienes nos entregaron sabiduría, amor a la tierra es negar nuestro pasado. Ahí se localizan las imágenes que me permiten escribir estas crónicas. Eterna gratitud a un pueblo valiente.
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Walter Garib Chomalí (Requínoa, 1933) es un periodista y escritor chileno que entre otros galardones ha obtenido el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 1989 por su novela De cómo fue el destierro de Lázaro Carvajal, y el premio de novela Nicómedes Guzmán en 1971.
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