En este año de la peste, sin habérmelo propuesto, el arte audiovisual sigue siendo mi único compañero, aunque de una manera diferente, pero no menos intensa: un centenar de películas en 100 días, en cama y en la pantalla de mi computador portátil, desfilan ante mis ojos tantas historias pendientes.
Por David Quintero Fuentes
Publicado el 1.8.2020
Hace años, durante una tarde de lluvia, en medio de una ciudad desconocida de un país lejano, cansado de caminar y harto ya de tanta soledad, ingreso a una sala de cine, un refugio para solitarios, una manera de olvidarse de la propia vida, de desaparecer un par de horas de la faz de la tierra, de estar sin estar, de sentirse menos raro, una huida pasajera.
Se sabe que el cine es una apuesta, cuando la función termina, uno no sale igual que antes. Esta vez afloran los recuerdos.
Primer recuerdo
Una sala repleta de adolescentes y adultos jóvenes gritando a voz en cuello por sus celulares y engullendo como bestias, ruidosamente, palomitas de maíz, mientras exhiben las sinopsis de los próximos estrenos. De pronto, sin mayor explicación, se hace un gran silencio en la sala, el alboroto se detiene: una imagen se adueña de la pantalla, el rostro de Sophia Loren, ¿sabrán ellos quién es ella? ¿habrán visto Dos mujeres? ¿o Una jornada particular? ¿o Matrimonio a la italiana? Lo dudo y, sin embargo, el silencio… y luego un gran murmullo. Sus grandes ojos aún conservan la magia y paralizan todo a su alrededor como en un sortilegio. Es el poder de las viejas estrellas de cine, las de antes, las de verdad.
Segundo recuerdo
En medio de una función de Un verano con Mónica de Ingmar Bergman, en la Cineteca Nacional, un espectador se levanta indignado de su asiento, camina por el pasillo a obscuras y, antes de abandonar la sala, da su última mirada a la gran pantalla, aprieta su puño y con la voz quebrada exclama: ¡este cabro no tiene dignidad! Incapaz de seguir contemplando la tragedia, el viejo se retira. ¿Qué recuerdos de su juventud se habrán desatado?
Tercer recuerdo
Unos parlamentos de El zoo de cristal de Tennessee Williams, con la actuación de Cristina Rota y de Luis Tosar, encarnando el personaje de Tom, en una sala de teatro de Madrid:
AMANDA: ¿Sabes lo que yo no creo? Que vayas al cine todas las noches. Ninguna persona que esté en sus cabales va al cine todas las noches.Ni sale del cine a las dos de la madrugada. Ni vuelve dando tropezones y hablando solo como un loco. Después duermes tres horas y te vas a tu empleo así. ¡Y así no estás en condiciones de trabajar!
TOM: Sí,es verdad. ¡No estoy en condiciones!
AMANDA: ¿Y con qué derecho arriesgas así tu empleo, y pones en peligro nuestra seguridad?
TOM: ¡Escucha bien, mamá! ¡Yo no estoy enamorado de la zapatería! ¡No estoy loco por la Fábrica de Calzado Continental! ¿Tú crees que tengo ganas de pasarme 55 años de mi vida metido entre esos tubos fluorescentes? ¿Sabes cuál es el primer pensamiento que tengo al despertarme? Pienso: ¡qué felices son los muertos! Pero me levanto. ¡Y voy! ¡Por 160 dólares al mes renuncio a todo lo que sueño con ser y hacer alguna vez! ¡Si sólo pensara en mí, ya me habría ido, como papá!
AMANDA: ¡No te vas a ir todavía!
TOM: ¡No me agarres!
AMANDA: Quiero saber a donde vas ahora.
TOM: Al cine voy.
AMANDA: ¡No creo en esa mentira!
TOM: ¿No? Bueno, muy bien. Por una vez en tu vida tenés razón. No voy al cine. No tenés idea de las cosas que hago de noche. Voy a los antros de la droga y la cocaína. Me hice de la banda de los asesinos a sueldo y ando con una ametralladora en un estuche de violín. ¡De día soy un honesto zapatero y de noche me convierto en el zar del hampa! Cuidado, mis enemigos proyectan dinamitar esta casa y vamos a volar todos por el aire. Y vos también porque vas a volar montada en una escoba hasta Blue Mountain. ¡Vieja bruja! (TIRA EL ABRIGO QUE CAE SOBRE LA MESA DEL ZOO DE LAURA).
Y ahora de vuelta al presente, a este eterno presente.
En este año de la peste, sin habérmelo propuesto, el cine sigue siendo mi único compañero, aunque de una manera diferente, pero no menos intensa: 100 películas en 100 días, en cama y en la pantalla de mi computador portátil, desfilan ante mis ojos tantas historias pendientes. Y es que en la vida prefiero ser un mero espectador. Añoro el momento en que este mal sueño se acabe, para ir corriendo a refugiarme a la sala de El Biógrafo, rodeado de viejos que van a ver alguna película francesa como pasatiempo, mientras esperan la muerte.
En honor a esas viejas glorias, van estos espléndidos versos de nuestro poeta Óscar Hahn:
Me veo envejecer en las estrellas
de cine: las contemplo cada noche
en la pantalla del televisor
Aparecen en vivo
aunque están a dos pasos de la muerte
Sus caras mustias
son el espejo de mi propia cara
Sus párpados caídos son mis párpados
Su piel rugosa ya es mi propia piel
Estos, hijo, ay dolor que ves ahora
ojos de soledad mustios semblantes
fueron un tiempo jóvenes famosos
Ese anciano de manos temblorosas
y pelo blanco un día fue Paul Newman
el seductor de los ojos azules
Y esa señora cuya piel estirada
le impide sonreir es Elizabeth Taylor
conquistadora como Cleopatra
De esta invencible gente
sólo quedan memorias funerales
Contempla, hijo, estas reliquias bellas
para ejemplo del mundo y sus estrellas.
***
David Quintero Fuentes es abogado y magíster en filosofía moral por la Universidad de Concepción. Además es máster en argumentación jurídica por la Universidad de Palermo, Italia. Actualmente imparte clases en las Escuelas de Derecho de la Universidad de Valparaíso, la Universidad Alberto Hurtado y la Universidad de Talca.
Imagen destacada: Harriet Andersson en Sommaren med Monika (1953).