Todo este proceso de discusión democrática —en pañales todavía, a causa de la crisis sanitaria—, no debe esperar rendir examen preparatorio, pues el acto del plebiscito, como espacio obligado de un intercambio de ideas, producirá un aprendizaje comunitario, y más allá de los resultados de la nueva ley fundamental, el acto de escucharnos será un proceso terapéutico para Chile.
Por Patricio Hales Dib
Publicado el 22.7.2020
No solo para tomar el té con cierta amistad. ¡Qué, por lo demás, en el Chile de las descalificaciones no nos vendría mal! Y aunque, el concepto de fraternidad de club, suene anticuado, comprobamos que hoy mismo cientos de grupos pequeños se organizan en nuestro país para debatir sobre el futuro político. No pretenden ser Partidos, consolidan una comunidad de ideas, pensamiento crítico, esbozan propuestas y aunque con confianzas muy variables hacia el proceso Constituyente que vendrá, están alerta. Y a pesar del virus. O quizás, con mayor razón debido al virus. Les interesa el debate de la posibilidad de una Nueva Constitución. La mayoría está al margen de los partidos políticos. Porque si bien esta proliferación grupal mantiene vivo el debate, el país avanza poco en el diálogo.
Por eso me esperanza que uno de estos tantos grupos, preocupados por la Constituyente, se autobautizó como el Club del Diálogo Constituyente en acción con los partidos políticos nuevos y viejos para apoyar sus candidatos a la Convención y la renovación de sus prácticas. Evoca chilenamente al Club de la Reforma con don Antonio Varas para cambiar la Constitución y el pensamiento universal de los “clubes” británicos desde fines del XVIII, los de la revolución francesa que incluía el club de Las Republicanas Revolucionarias, Las Amazonas, hasta casi el siglo XX con los Clubes de los cristianos sociales para cambiar el imperio austrohúngaro. Clubes organizados por las ideas, sin obligación de ser protopartido político. La gracia era la fraternidad para elaborar pensamiento y organizar la acción. Esa disposición que nos hace falta para debatir, construyendo el sentido de comunidad que, aún no define Chile respecto de sí mismo.
Felizmente por sobre los atractivos eventos de las empresas que, con ingenio, inventan comunicación en el confinamiento, estos cientos de grupos, ausentes del estrellato y aunque evocando las catacumbas contra la persecución imperial de la pandemia, suman miles de personas, denominándose redes, comunidades, cabildos, conversatorios, foros, encuentros y club. Algunos con arrogancia profética y sectarismo; otros, enamorados del enojo con una ingenuidad antipartidos políticos que autolimita su influencia para lograr poder democrático. Pero su gran valor es que todos son casi como una pre–constituyente; aún dispersa, atomizada y que por eso mismo requiere, más que orgullo grupal, un compromiso común con el proceso hacia el diálogo, en un solo gran espacio y tiempo para Chile: la Convención Constituyente.
Que uno de los cientos de grupos de debate nacional se haya autodenominado Club del Diálogo Constituyente, implica algo de esa, hoy despreciada, emoción fraternal en el debate de las ideas y convocando al indispensable compromiso de escucharnos para el momento de hacer la Nueva Constitución. Solo así que tendremos una ley fundamental común, una Constitución; la que, en mi opinión, deberá ser para garantizar un Estado Protector, Solidario que asegure que todos, siendo distintos, seremos todos iguales en algo, en todo aquello que asegure una vida digna.
Ojalá los Partidos Políticos se nutran de estos grupos independientes, diversos, dialogantes. Y que la experiencia de los clubes europeos del siglo XIX sirva para aprender que el ser humano es un desafío en si mismo puesto que los mismos que proclamaron la Fraternidad se fueron turnando para llevar a la guillotina a sus compañeros. Los partidos y grupos independientes deben convivir en mutualismo. Qué quienes no son partidos no cultiven el antipartidismo y que los partidos no se acerquen a estos solo por el oportunismo de las circunstancias del descrédito de la institucionalidad política. ¡Qué el espíritu de club, más allá de tomar el té en amistad, impregne la política del diálogo necesario!
Todo este proceso Constituyente, en pañales, no debe esperar rendir examen preparatorio pues el acto constituyente como espacio obligado del diálogo, producirá aprendizaje y así, más allá de los resultados de la Nueva Constitución, el acto de escucharnos será un proceso terapeútico para Chile.
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Patricio Hales Dib (1946) es un arquitecto titulado en la Universidad de Chile y un político nacional militante del Partido por la Democracia (PPD), colectividad en la cual se ha desempeñado en los cargos de secretario general, miembro de la comisión política, de la directiva nacional y de su consejo general. Desde 1998 hasta 2014 ejerció como diputado de la República por las comunas de Recoleta e Independencia en la Región Metropolitana. También fue embajador de Chile en Francia durante el segundo gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet Jeria.
Crédito de la imagen destacada: Ponte Vecchio, por Patricio Hales.