Esta novela de 1997 debida al escritor argentino resulta útil en el ejercicio de la apreciación pura y simple en torno a un artista de su magnitud, plausible candidato a obtener el Premio Nobel de Literatura en un futuro cercano, pese al nefasto precedente que sentó la distinción de Bob Dylan en 2016, acaso una de las tantas manifestaciones del «zeitgeist» (espíritu, sentir del tiempo) relativista de Occidente.
Por Francisco Morales Rojas
Publicado el 21.10.2019
El pringlense César Aira (1949), con más de un centenar de obras publicadas desde su ópera prima, Moreira (1975), fácilmente puede ser catalogado como un escritor prolífico (o tal vez: un escritor sumamente prolífico), por más que el autor de La guerra de los gimnasios (1992), Las curas milagrosas del Dr. Aira (1998) o El pequeño monje budista (2005) repudie tal apelativo, afirmando sobre la cuestión en un periódico gallego: «Dicen que soy muy prolífico. ¿Muy prolífico? Debo de ser el escritor que menos escribe en Argentina». Aseveración mordaz donde las haya, tan propia al mismo tiempo de quien Aira se considera un tributario: el ineludible Jorge Luis Borges, padre de los escritores argentinos como en cierta ocasión le denominó Ricardo Piglia.
Complejo es situar El congreso de literatura (1997), y más aun, la propia obra aireana, en tal o cual corriente literaria. Aunque cuestión al margen es la utilidad de tal ejercicio para la apreciación pura y simple de un escritor de su magnitud, plausible candidato a obtener el Premio Nobel de Literatura, pese al nefasto precedente que sentó la distinción de Bob Dylan en 2016, acaso una de tantas manifestaciones del zeitgeist (espíritu, sentir del tiempo) relativista de Occidente, de profundas ramificaciones culturales y psicosociales; la literatura y sus actores adjetivos, ciertamente, no escapan a este fenómeno.
A contrario sensu, una merecida obtención del Nobel por parte de Aira resarciría la enorme deuda que la Academia Sueca mantiene con los estamentos argentinos y —¿por qué no?— latinoamericanos de las letras, luego de los casos de Darío, Borges, Cortázar, Parra y Fuentes, este último un prototipo del «Genio» para el escritor y científico César, narrador protagonista de El congreso de literatura, cuyo afán por extraer al mexicano una célula durante el desarrollo de un congreso de literatura en la ciudad de Mérida, no era otro que lograr su clonación y alistar un ejército de übermenschen prestos a conquistar el mundo.
Es dable hallar en la novela elementos propios del realismo mágico (el «Hilo de Macuto», maravilla de las Américas útil para izar desde el fondo oceánico un tesoro de piratas, nos sitúa en un caribe hermanado con aquel donde fabulan Miguel Ángel Asturias y Gabriel García Márquez), una mixtura entre ciencia ficción y fantasía (género último del que Aira en múltiples ocasiones ha declarado extraer imágenes y procedimientos; véase por ejemplo el desenlace apocalíptico de la novela: una batalla contra gusanos de «trescientos metros de largo por veinte de diámetro», malogrados experimentos científicos del narrador), además de la autobiografía ficcional, desperdigándose por toda la historia hechos y datos verídicos del autor (nombre, ocupación, itinerarios).
Aira nos refiere, hacia el inverosímil final, sobre la escritura automática, herramienta metaficcional que en particular sirve de justificante —o morigerante— al frenesí escénico: «Y de las cimas de las montañas bajaban lentamente unos colosales gusanos azules… Advierto que decirlo así puede hacer pensar en la escritura automática, pero no hay otro remedio que decirlo». Aira ha señalado sobre dicho mecanismo escritural: «Yo siempre creí practicar la improvisación más descarada e irresponsable, cercana a la escritura automática. Pero siempre mantuve una saludable desconfianza hacia ese “fondo salvaje” del pensamiento, del que al fin de cuentas no pueden salir más que los trillados lugares comunes que nos dictan las determinaciones sociales, históricas y familiares que nos han formado».
La destreza narrativa y creativa de Aira es manifiesta, no hace falta apuntarlo. A pesar de un procedimiento archiconocido por sus lectores (esto es, el introducirnos en una situación trivial que muta radicalmente hacia hechos fantásticos o improbables, del que quizá El congreso de literatura sea su paradigma), la obra nos acerca a una literatura de claros y múltiples niveles de abstracción —seña distintiva del argentino, promotor ¿consciente? de variadas especulaciones académicas—, singular, vigorosa, que contraviene festivamente la sentencia de Macedonio Fernández en Museo de la Novela de la Eterna: «Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho […]».
Francisco Morales Rojas nació en Santiago en 1992. Egresado de Derecho (por la Universidad Central de Chile), ha participado en talleres literarios en la Corporación Cultural Balmaceda Arte Joven y en la Sociedad de Escritores de Chile (Sech), gremio en el cual actualmente dirige la Comisión de Talleres e institución a la que representa ante la Política Nacional de la Lectura y el Libro 2015 – 2020 (PNLL) en su Comisión de Creación. Ha dirigido talleres de narrativa en colegios de Maipú y Santiago. Matanzas (Narrativa Punto Aparte, 2019) es su primera novela.
Crédito de la imagen destacada: César Aira, por Daniel Mordzinski.