«El Cristo de Elqui», en el Municipal de Santiago: Las trampas criollas de la Fe

Provista en su argumento con un notorio discurso político e ideológico anticlerical, la obra de Miguel Farías tuvo sus puntos altos en la concurrencia vocal del barítono chileno Patricio Sabaté y de la mezzo nacional Evelyn Ramírez, y en el manejo del estilo y de los tiempos que ejerció sobre la partitura, la dirección de Pedro-Pablo Prudencio. Aún así, y pese al entusiasmo de contar con un estreno lírico local después de diez años, el presente montaje carece de la complejidad musical y de la calidad dramática que debe exigírsele a un título operático que se presenta en el principal escenario del país.

Por Jorge Sabaj Véliz

Publicado el 13.6.2018

La función de estreno del segundo título de la temporada de ópera 2018 del Teatro Municipal de Santiago fue El Cristo de Elqui, del compositor chileno Miguel Farías  y su montaje se escenificó el último sábado 9 de junio.

La dirección musical estuvo a cargo del director residente de la Orquesta Filarmónica de Santiago, Pedro Pablo Prudencio, la concepción y puesta en escena de Jorge Lavelli, escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda, vestuario de Graciela Galán  y la iluminación de Roberto Traferri y de Jorge Lavelli.

Sobre la escenografía tuvo el mérito de, usando elementos mínimos, situar las distintas escenas en lugares fácilmente identificables como una sala de reuniones eclesial, un burdel o prostíbulo, un cementerio en medio del desierto, y la plaza pública. Cada cuadro tuvo su sello como la fotografía del desierto en el funeral, la representación de un tren mediante un carromato con luces, y la plaza pública con una gradería.

El vestuario nos situó un Chile del siglo pasado, con las vestimentas color ocre del pueblo que remitían a los tonos del desierto, los impolutos vestuarios del Cardenal y los obispos, los neutros verde agua de la policía y el negro del sacerdote se apartaban del destartalado y mínimo vestuario del Profeta, así como también del colorido, kitsch y sobrecargado vestuario de las prostitutas.

La puesta en escena buscó cómo llenar el escenario con desplazamientos de la masa del pueblo y de las meretrices. La desnudez de elementos tendía a tragarse a los personajes solitarios como el Profeta. Utilizó una simple cuerda para aprisionar a las prostitutas que acudían al funeral de su regenta, la Reina Isabel. La escena del acto sexual del Profeta y Magdalena estuvo llena de simbolismo y descarnada desnudez al colgar al amante desprovisto de sus ropas. Destacó también el acto del canto de la Reina Isabel sola con una guitarra.

El libreto del sociólogo Alberto Mayol tendió a estereotipar los caracteres de la Iglesia y de los policías como la autoridad abusiva, ultra conservadora y ominosa versus la total desnudez y desamparo del Cristo de Elqui y las prostitutas que solo tenían su vapuleada belleza, su poesía y su religiosidad popular.

En cuanto a la partitura de Miguel Farías es enriquecedor para la escena nacional dar oportunidades a compositores chilenos de poner en escena sus creaciones dentro de una temporada lírica. La obra tenía un lenguaje que hacía uso de distintos recursos e instrumentos poco convencionales que le otorgaban un color y carácter especial a la obra. Destacó el lirismo en la canción “ranchera” de la Reina Isabel, el abundante uso de glisandos en los parlamentos, lo que le otorgaba un tono ridículo y grandilocuente. También el abundante uso de los cromatismos y de la percusión (con alusiones a la percusión de Shostakovich).

La dirección musical de Pedro Pablo Prudencio se mostró particularmente precisa en cuanto a los tempos y dinámicas. Supo aprovechar al máximo los recursos musicales de la obra y dirigió correctamente a los cantantes permitiéndoles desarrollar sus parlamentos y escenas sin sobre exigirlos.

 

En cuanto al elenco:

En lo vocal destacaron las voces femeninas de Evelyn Ramírez, Yaritza Véliz y Paola Rodríguez. Evelyn Ramírez recreó una alegre y seductora Reina Isabel quien cantó a requerimiento del Cristo de Elqui en el segundo acto luciendo su bello timbre vocal de mezzo con un volumen y musicalidad que le permitieron desenvolverse en propiedad y sin mayores zozobras en el rol.

Yaritza Véliz interpretó a una Magdalena destacando su sensualidad y presencia escénica, su voz acentuó las necesidades amorosas en su escena con el Cristo de Elqui. Paola Rodriguez, se desempeñó actoralmente con propiedad y supo sacar provecho a sus participaciones vocales como en la escena del funeral de la Reina Isabel cuando manifestó su dolor al cantar.

Del nutrido elenco masculino destacaron en mayor medida el tenor Gonzalo Araya en su acertadísima interpretación vocal (aprovechó todos los recursos de la música como el uso de los glisandos) y actoral del Cardenal dándole toques cómicos y despreciables como cuando envía al Cristo al Sanatorio Mental.

El Cristo de Elqui de Patricio Sabaté, en tanto, se centró en su aspecto de vagabundo desamparado. Parecía no saber cuál era su lugar, dejándose guiar por su destino. Nunca asumió propiamente su rol de líder espiritual del pueblo, tampoco de amante carnal de Magdalena, ni de “sacrificado” que es enviado a un sanatorio para locos. Vocalmente no tuvo problemas para cantar una obra escrita especialmente pensada en sus recursos vocales, haciendo especial gala de sus fáciles agudos en las escenas de mayor dramatismo. Entre los secundarios podemos mencionar la siempre cómica y carismática presencia de Sergio Gallardo como un ruin e hipócrita sacerdote y la colorida y poderosa caracterización del tenor Pedro Espinoza como el cliente sinvergüenza y vicioso que pretende aprovecharse de las prostitutas.

 

Paola Rodriguez (en la foto) se desempeñó actoralmente con propiedad y sacó provecho a sus participaciones vocales como en la escena del funeral de la Reina Isabel

 

 

El libreto de Alberto Mayol tendió a estereotipar la figura del Cristo de Elqui y de las prostitutas que lo acompañaban, quienes de acuerdo al guionista solo tenían su castigada belleza, su poesía y religiosidad popular

 

 

Tráiler:

 

 

Crédito de las imágenes destacadas: Marcela González Guillén, del Municipal de Santiago, Ópera Nacional de Chile