El filme del director galo Jean-François Richet -protagonizado por el famoso actor Vincent Cassel- acaba de estrenarse en Chile, y se exhibe en forma exclusiva por la sala El Biógrafo de Santiago: aquí, una revisión a sus principales elementos artísticos y audiovisuales, bajo un escrutinio que recurre a un foco multidisciplinario con el fin de evaluar a este filme de época.
Por Felipe Stark Bittencourt
Publicado el 21.9.2019
Las secuencias iniciales de El emperador de París (L’Empereur de Paris, 2018) son bastante elocuentes: una rata se acerca a comer un bocado que encuentra en el suelo. Lo devora con avidez, pero antes de que pueda terminar recibe un feroz golpe de un hombre tosco y cruel. «¿Alguien la quiere?», pregunta. Nadie le alcanza a contestar, porque acto seguido llega a la prisión François Vidocq (Vincent Cassel), el primer director de la Sûreté Nationale.
Vidocq, en los ojos del director Jean-François Richet, es esa rata, pero con la salvedad de que al golpe se levanta y contraataca. Su rudeza y pasado criminal le permiten conocer ese submundo delictivo en donde la ley es a punta de respeto y de golpes y, por lo tanto, se comporta como tal. Pero Vidocq también es un buen hombre y quiere conseguir su amnistía, por lo que está dispuesto a ayudar a las autoridades a encerrar en la cárcel a cada ladrón y asesino que corretea por los callejones de la ciudad.
El emperador de París es una película que construye esa imagen urbana a través de una violencia cruel e incómoda, en donde la ciudad respira suciedad e injusticia. Y eso lo vemos con los ojos de Vidocq y sus aliados, un puñado de hombres que han sido tratados de la misma forma que él. La dirección de Richet lo apuntala con enorme desplante, cuidando los detalles de esa atmósfera asfixiante y ejecutando cada escena de acción con esmero, pero con cierta irregularidad.
Pues aunque la producción es sobresaliente y el París de Napoleón es un entretejido de delincuencia y corrupción en las altas y bajas esferas, Richet se tropieza con algunos de los clichés del género criminal en el que inserta su película. De algún modo, la forma de presentar su relato no rebosa de novedad ni tampoco de suficiente individualidad. Al mismo tiempo, el argumento discurre a trompicones, alargando innecesariamente algunas escenas y tomándose demasiado tiempo para ir al meollo del asunto.
Esa posición cómoda, sin embargo, le permite un despliegue efectivo de la acción, la cual se ve beneficiada por las excelentes interpretaciones del elenco y un buen trabajo de cámara que comunica sin mayores ambages la interioridad de sus personajes. El Vidcoq de Vincent Cassel es uno con el cual es fácil empatizar y que en la dirección de Richet no resulta unidimensional; el punto de vista que ofrece es coherente con las calles de París y la corrupción de la élite. Entendemos al personaje y lo queremos seguir en sus oscuras salidas.
No obstante, la división de esos dos mundos, el de la miseria y el de la riqueza no parecería quedar bien resuelta desde el trabajo de fotografía, el cual es soberbio, sin duda, pero a ratos incómodo. El espacio cinematográfico, iluminado en su mayoría con luz natural, desparece en algunas escenas y, lejos de parecer una decisión estética adecuada, dificulta el visionado y molesta. No solo porque ese París decimonónico que consigue la producción es excelente y merece ser visto, sino porque en momentos de gran tensión, cuando la cámara debería mostrar la acción en pantalla, pareciera que la luz se va y que algo queda incompleto. La suciedad y vileza no son incompatibles con la penumbra; por el contrario, en esta película se echa en falta.
Con todo, El emperador de París se deja ver en su mayor parte y sobresale cuando Richet se mueve en el terreno que le es más adecuado: el de la violencia, porque lejos de mostrarla de un modo unívoco, permite que el espectador descubra en ella una complejidad mayor, una en la que la misma historia nunca ofrece una sola cara.
Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción. También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: El actor Vincent Cassel en L’Empereur de Paris (2018), del realizador galo Jean-François Richet.