A través de la lectura del libro de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1958) asistimos al término de una época histórica, social y financiera: el tiempo de la monarquía de los Borbones de las Dos Sicilias, que daba paso —previa guerra— a la unificación italiana, durante la segunda mitad del siglo XIX.
Por Sergio Inestrosa
Publicado el 18.3.2020
La novela El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa es otra del obras recomendadas por Mario Vargas Llosa; como lo he hecho antes, estoy tratando de leer las nueve novelas sugeridas por el Premio Nobel. Esta es la cuarta de ellas. Estoy a la espera de que me llegue Trópico de cáncer, de Henry Miller.
El título de este crédito dramático viene dado por el escudo de armas de la familia Salina en Sicilia, en cuyo emblema hay un gatopardo.
La novela está dividida en ocho partes y no es una historia larga, apenas 260 páginas de una extraordinaria prosa poética. A través de la lectura asistimos al cambio de una época. En estos tiempos de virus y de miedo, la novela menciona el milagro de Santa Rosalía que acabó con la peste en Palermo.
Afirman los expertos que la novela fue escrita entre 1954 y 1957 y que fue rechazada por al menos dos casas editoriales, por razones más bien políticas, y solo fue publicada en 1958, justo un año después de la muerte del autor.
La obra literaria y su argumento retratan la decadencia de la casta aristocrática siciliana, de la monarquía peninsular y de la Iglesia Católica Romana, aunque esta última siempre se las arregla para re-acomodarse en el nuevo ambiente político.
El texto también hace gala de una fina ironía, por ejemplo cuando se narra el momento de la cena en la casa del príncipe Fabrizio, se dice que a la larga mesa la cubría un finísimo mantel remendado; y esta otra, un poco extraña en la boca de un noble: “Contempló las chamuscadas laderas del monte Pellegrini, descarnadas y eternas como la miseria”. O cuando refiriéndose al amor afirma: «Claro, el amor. Un año de ardor y llamas, y luego treinta de cenizas”.
La novela, además, es muy luminosa, en sus páginas se refleja mucho la luz solar que baña a diario a Sicilia y que me hace recordar la luz que baña todos los días las aguas del mar Jónico. Como ejemplo la descripción, que dice: “El sol, que sin embargo en aquella mañana del 13 de mayo distaba mucho de haber alcanzado su máxima vehemencia, era evidentemente el auténtico soberano de Sicilia”.
En efecto, la agudeza política de la novela ha popularizado la idea (tan conocida entre nosotros) y expresada en sus páginas por el joven Tancredi, cuando una mañana vista a su tío, justo antes de irse a la montaña a luchar: “Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”. O cuando don Fabrizio dice: “el pecado que los sicilianos jamás perdonamos es el de obrar”.
También, el relato abunda en descripciones minuciosas de salones, bibliotecas, capillas, cocinas, jardines que nos ayuda a comprender que el autor es conocedor de primera mano, pues él fue miembro de esa clase social a punto de desaparecer; pero en lugar de lamentarse por su desdicha Lampedusa hace una interpretación precisa y mordaz de los intereses personales y de clase y aunque sus recuerdos sobre las cenas, el vino, los bailes, los servicios religiosos y la cacería son sensuales no descubrimos en la novela nostalgia del pasado.
El relato que se cuenta comienza en 1860 con el desembarco de Garibaldi y sus camisas rojas en la isla de Sicilia, lo que provocó la derrota de la monarquía Borbón en el sur y después la unificación de Italia. El golpe definitivo y mortal a la aristocracia llegó con la reforma agraria; los aristócratas perdieron su base material de ingresos y su poder real sobre las vidas sicilianas.
En ese momento, Lampedusa, a través de su personaje principal, el principe don Fabrizio, entiende que es el final de la supremacía de su clase, la época de la aristocracia se acerca a su fin y con ello arribarán las nuevas clases sociales emergentes (la burocracia administrativa y los comerciantes aburguesados) quienes se aprovecharán de la unificación de Italia para enriquecerse y lograr el control político.
Es notable el hecho de que el sobrino de don Fabrizio, el joven Tancredi, se una a la lucha de los camisas rojas de Garibaldi, a pesar de ser un aristócrata. El mismo don Fabrizio entiende que lo hizo porque fue lo suficientemente listo y ambicioso, además de oportunista (en la novela se le considera un aristócrata liberal) para darse cuenta que es necesario adaptarse a la nueva vida política.
A don Fabrizio lo tranquiliza la idea de que al menos su sobrino no será reducido a la insignificancia política y social de los demás aristócratas y por ello mismo lo ayuda a casarse con Angélica, la hija del alcalde de Donnafugata, don Calogero Sedára, a quien conocerá ese mismo verano cuando visite su palacio.
Estando en Donnafugata don Fabrizio descubre que las elecciones que llevaron al poder al alcalde han sido fraudulentas (152 votos a favor y ninguno en contra) y que este nuevo burgués de origen humilde se ha aprovechado de la situación para hacerse rico (un nuevo rico a quien se le mira el cobre) y ganar poder, junto a su bella hija, Angélica, que termina casándose con Tancredi.
En este ambiente, a don Fabrizio se le ofrece ser senador de la república, pero él rechaza la oferta, pues se siente demasiado arraigado a las estructuras del pasado: “Soy un representante de la vieja clase… Pertenezco a una generación infeliz».
Después, la acción de la novela nos lleva hasta 1862 cuando la familia Salina va a un baile en Palermo y allí entre lo que queda de la aristocracia y los nuevos ricos don Fabrizio se da cuenta que la boda de Tancredi y Angélica representa el fin de un mundo regido por la aristocracia y el inicio de una nueva época dominada por intereses inmediatos. A partir de este momento la vida de don Fabrizio va decaer y muere en un hotel en Palermo, cuando regresa de Nápoles, en 1883.
Por último, la novela brinca a 1910 cuando Concetta, la hija de don Fabrizio recibe la visita de Angélica, Tancredi ya ha muerto. Angélica ofrece sus buenos oficios para que el obispo no desmonte su colección de reliquias falsas, cosa que termina sucediendo.
El último día de la novela, Concetta decide que se tire por la ventana el cuerpo momificado del perro de su padre y de esta forma el perro termina siendo un símbolo del pasado. La novela termina con esta frase: “Luego todo se apaciguó en un montoncito de polvo lívido”.
No es extraño que la novela haya obtenido en 1959 el Premio Strega y en 1963 fuera llevada a la pantalla grande nada menos que por cineasta Luchino Visconti. La obra es en verdad extraordinaria y muy entretenida: le aseguro a quien la lea, que la va a disfrutar de principio a fin.
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Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957) es escritor y profesor de español y de asuntos latinoamericanos en el Endicott College, Beverly, de Massachusetts, Estados Unidos, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Claudia Cardinale y Alain Delon en el filme Il gattopardo (1963), de Luchino Visconti.