Icono del sitio Cine y Literatura

“El Horacio”, de Heiner Müller: La espada doblemente ensangrentada del Poder

Bajo la dirección de Néstor Cantillana, y el trabajo dramatúrgico de Mauricio Barría, y en compañía de un elenco y equipo de primer nivel, el montaje exhibido en el Teatro Camilo Henríquez, además de reivindicar una realización escénica potente y cuestionadora, actualiza sus sentidos sirviendo de plataforma para problematizar la crisis sociopolítica que actualmente vive Chile.

Por Jessenia Chamorro Salas

Publicado el 11.11.2019

«El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”.
Bertolt Brecht

“La sangre ha sido derramada a la tierra por una espada doblemente ensangrentada”. Es uno de los fragmentos que emanan de El Horacio, pieza del destacado dramaturgo y escritor alemán Heiner Müller, estrenada recientemente en el Teatro Camilo Henríquez, con funciones especiales que debieron suspenderse y reagendarse debido a la contingencia nacional vivida en nuestro país desde mediados del mes de octubre.

Bajo la dirección de Néstor Cantillana, y el trabajo dramatúrgico de Mauricio Barría, en compañía de un elenco y equipo de primer nivel, El Horacio además de reivindicar una realización escénica potente y cuestionadora, actualiza sus sentidos sirviendo de plataforma para problematizar la crisis sociopolítica que vive actualmente Chile.

Se ha dicho en innumerables ocasiones que el teatro cumple una función política, aquella fue la premisa que siguieron autores como Bertolt Brecht, Antolin Artaud, y Heiner Müller, entre muchos otros, quienes, desde la perspectiva del teórico del teatro postdramático, Hans-Thies Lehmann, promueven en los espectadores el ejercicio de cuestionar y repensar críticamente su contexto y realidad. Cabe considerar, además, que la obra de Müller se caracteriza por su carácter rupturista e innovador en términos dramatúrgico –teatrales, así como también, que para él el teatro no representa la crisis de una sociedad, sino que ES crisis en sí mismo: “El teatro es crisis. Esa es en realidad la definición del teatro (debería serlo). Sólo puede funcionar como crisis y en crisis; de lo contrario, no tiene ninguna relación con la sociedad fuera del teatro” [1]. Y en tanto crisis, el teatro dialoga intrínsecamente con su contexto y se concibe como un acto político.

Teniendo en consideración aquello, el montaje El Horacio actualiza sus significaciones debido a la carga semántica de su propuesta dramática y el contexto en el cual nos encontramos. Se trata de un texto con una potencia voraz que pretende abrir los ojos a los espectadores respecto de las lógicas que subyacen al poder, y cómo el Horacio, figura que encarna el poder (metonimia del Estado) ha vencido en nombre de Roma, a la vez que ha asesinado a su hermana, sin necesidad –se enfatiza aquello–.

Un texto cáustico y un montaje rockero que incitan el despertar de un público que ya ha abierto los ojos pese a los múltiples y terribles actos que los dispositivos del Estado han ejecutado con el fin de que la sociedad chilena no vea –literalmente– lo que está ocurriendo; evidencia de aquello son las más de 200 mutilaciones oculares ocurridas a manifestantes durante este periodo. El Horacio dialoga con la actualidad, con el contexto nacional, pero también, con el internacional, recordemos, por ejemplo, que recientemente se cumplieron 30 años de la caída del Muro de Berlín en 1989, por lo cual no es azaroso, que sea precisamente una pieza del alemán Heiner Müller la que cuestione el poder, la política, la dualidad del ser humano, y los daños colaterales que generan las acciones cometidas, en plena Guerra Fría (1968).

La conexión que logra El Horacio con el público es conmovedora. Quizá no había momento más preciso para presentar este montaje, que este. Ya que las lecturas que pueden realizarse a través del prisma de la pieza han sido enriquecidas por un acontecer que parece reavivar sus sentidos y reflexiones. El juicio del pueblo es la voz que se escucha finalmente en El Horacio, y quien dio muerte con su espada, doblemente ensangrentada, al enemigo, para beneficio de Roma; y a su hermana, sangre de su sangre sin necesidad alguna, es reconocido y juzgado por igual. Corona de laureles para el vencedor. La muerte para el asesino. El cual es: “uno mismo e indivisible”, señala el coro de relatores, como si se tratara del dios Jano, o de un Dr. Jeckyll/Mr. Hyde, encarnaciones de la dualidad. El pueblo, en Asamblea, al más puro estilo de Fuenteovejuna del español Lope de Vega, decide que El Horacio, ser-humano controvertido por su actuar, sea honrado, castigado y recordado por ambas acciones cometidas, y que su cuerpo sea despedazado por los animales, para que no quede huella: “del hombre que derramó sangre sobre la tierra con una espada doblemente ensangrentada”.

Las decisiones escénicas de la pieza han sido sumamente asertivas, pues a través de un montaje de estilo rockero, que incorpora una banda en vivo en la que participan los actores, vestimenta e iluminación ad hoc, se enfatiza la violencia que se relata y la crítica al poder coercitivo. Un montaje rudo, potente, conciso, sin dilataciones innecesarias ni digresiones dramático-narrativas. Una pieza que como aguja apunta de modo milimétrico a problemáticas que no son exclusivas de su contexto de producción, ni menos del período romano relatado que sirve de metáfora, ni tampoco del momento que actualmente vivimos, ya que si son transversales, y han ocurrido sucesivamente a través de la historia, en Roma, Alemania, y Chile, entre muchos otros en donde el Estado ha levantado armas contra su propia sangre, y en donde el pueblo, ha decidido su propio destino y ha juzgado a sus gobernantes.

La propuesta dramática fragmentaria de Müller, es escenificada por Cantillana a través de un relato coral, en donde múltiples figuras van contando la historia de El Horacio, que es la historia de él, de ellos, y de nosotros. Portando la voz cual aguja que va enhebrando un relato al unísono, el relato de una historia que parece atemporal, y que es de todos.

Sin duda alguna, la relevancia de esta pieza radica en su montaje rockero, en la prolija disposición escénica, pero sobre todo, en la capacidad que posee de dialogar con la contingencia, debido a que las problemáticas que propone parecen estar más vigentes que nunca, incitando como un vendaval al público, cuyos ojos ya han sido abiertos, los ojos de un Chile que pese a todo, ya despertó y deberá decidir como en El Horacio, coronar y castigar al asesino que ha alzado la espada doblemente ensangrentada.

 

Citas:

[1] Hornigk, Frank I Linzer, Martin I Raddatz, Frank I Storch, Wolfgang I Teschke, Holger (eds.), Kalkfell ­Für Heiner Müller – Arbeitsbuch, Berlin 1996: Theater der Zeit. Traducción: M. Soledad Lagos-Kassai, Dra.

 

Jessenia Chamorro Salas es licenciada en lengua y literatura hispánica de la Universidad de Chile, profesora de lenguaje y comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, magíster en literatura latinoamericana de la Universidad de Santiago de Chile, y doctora (c) en literatura de la Universidad de Chile. Igualmente es redactora estable del Diario Cine y Literatura.

 

Fotomontaje inspirado en imágenes de la obra «El Horacio»

 

Ficha técnica:

Elenco: Igor Cantillana/ Pablo Schwarz/ Heidrun Breier/ Macarena Teke /Alvaro Espinoza/Eduardo Herrera/ Gonzalo Muñoz.

Dirección: Néstor Cantillana.

Dramaturgista: Mauricio Barría.

Diseño integral: Belen Abarza/ Daniel Bagnara.

Música: Pablo Aranda.

Músicos: Gabriel Muñoz Breier/ Cristián Correa.

Producción: Inés Bascuñan.

Sala: Teatro Camilo Henríquez, calle Amunátegui Nº 31, Santiago, Región Metropolitana.

 

Crédito de las imágenes utilizadas: Teatro Camilo Henríquez.

 

Salir de la versión móvil