Este artículo devela la trama financiera que esconde la propagación de la pandemia mundial del coronavirus, a través de las naciones del planeta: las luchas comerciales y militares por la preeminencia en la geopolítica mundial, sostenidas entre la China comunista y el imperio estadounidense, y donde el engranaje de la industria farmacéutica —que prueba sus antídotos en los países periféricos—, mueve un volumen de dinero que se encuentra muy por encima a los flujos generados por los carteles dedicados al narcotráfico.
Por Rodrigo Barra Villalón
Publicado el 31.3.2020
Hasta el siglo XIX, no era raro obtener el titulo de médico luego de recibir gran parte de la instrucción por correo. Entendible, cuando las distancias eran mucho mayores y las comunicaciones dificultosas. Tampoco existía homogeneidad en los programas y antiguamente un médico debía contar con sólidos conocimientos de fitoterapia, botánica o nutrición. La ya prestigiosa Asociación Americana de Medicina (AMA) decidió que aquella heterogeneidad y libertad académica debía acabar por el bien público y con tal propósito creó su Council on Medical Education, sin embargo, sus miembros no llegaron a acuerdo respecto de los estándares obligatorios para ser médico.
William Avery Rockefeller, un timador y vendedor ambulante, no fue precisamente un modelo de fidelidad conyugal ni un ejemplo para sus seis hijos. La venta de toda suerte de objetos en las reservas de indios no iba tan bien, pero el negocio le fue mucho más rentable a «Devil Bill» cuando se dedicó a la venta de aceite de serpiente y productos farmacéuticos, que el Dr. William Levingston (su nuevo apodo) anunciaban como la panacea para cualquier dolencia luego de escapar de un juicio por violación.
A comienzos del siglo XX, los ya millonarios Andrew Carnegie y John D. Rockefeller (uno de los seis hijos de Devil Bill con Eliza) comenzaron a invertir en el negocio farmacéutico. Estableciendo en 1901 el Instituto para la Investigación Médica, dirigido entre otros, por Simon Flexner. En 1908, Henry Pritchett, presidente de la fundación Carnegie, junto con Abraham Flexner —hermano de Simon— tuvieron una decisiva reunión con la AMA para discutir sobre la estandarización académica de la profesión médica, en donde la Asociación aceptó ser aconsejada por la visión de la Fundación. En 1910, Flexner publicó un reporte en el que abordaba los problemas de la medicina de aquel tiempo ofreciendo soluciones indiscutibles y en donde se trataba de proteger a los ciudadanos de médicos con una instrucción inadecuada. Una de las irrefutables soluciones de Flexner y la Carnegie, fue obligar a los futuros médicos a poner un énfasis mucho mayor en el estudio de los fármacos.
La puesta en marcha de muchas de las medidas del reporte Flexner se tradujeron en el cierre, en menos de 30 años, de la mitad de las escuelas médicas de EE.UU. por no ajustarse, entre otras, a esa devoción hacia la farmacología. Si querías entonces continuar con una escuela de medicina, debías enseñar farmacología y renunciar a las horas de estudio de nutrición y fitoterapia (que hoy la Wikipedia cataloga de tóxica y peligrosa) —vaya, compruébelo—. Así, todas las escuelas que mantuvieron su interés por la nutrición, la homeopatía y otras disciplinas semejantes acabaron en la quiebra o como “terapias alternativas”.
Entonces la industria farmacéutica no es una industria que haya crecido de forma natural, si no que fue creada artificialmente por inversionistas para lucrar con las enfermedades. El grupo Rockefeller en esa época controlaba el 90 % del negocio petrolero de Estados Unidos y en muchos otros países y con la ayuda de sus billones de dólares decidió convertir la salud en un nuevo mercado. Sólo que el beneficio o rendimiento de esa inversión dependía de las patentes comerciales sobre medicamentos inventados. Así que la medicina se transformó en un negocio manejado sólo por las farmacéuticas y en sólo unas décadas la medicina pasó a estar controlada por estos grupos de interés a través de la impudicia que ejercían en las escuelas y facultades de Medicina; en los medios de comunicación; y por supuesto, en el ruedo político.
Entre 1920 y 1930 se descubrieron la mayor parte de las vitaminas y nutrientes esenciales necesarios para el metabolismo básico. Para el mundo científico estaba claro que, sin esas moléculas esenciales, las células no funcionarían adecuadamente y serían el origen de enfermedades. Los estrategas de la industria farmacéutica se percataron de ello y se embarcaron en una campaña mundial para impedir que esa información vital estuviera a disposición de todos. Pero silenciar esa información fue sólo el primer paso y con posterioridad adoptaron otras medidas estratégicas para fortalecer el plan de negocios farmacéutico orientado a propósitos como desacreditar la información sobre terapias naturales «arcaicas» para proteger a la industria farmacéutica basada en fármacos patentables de muchas terapias naturales (y por lo tanto no patentables) que son esenciales para el mantenimiento de la salud humana. Sencillamente, una enfermedad prevenida o erradicada no permite obtener ganancias. La impudencia de la industria farmacéutica en la profesión médica influyó cada vez más a través de la participación en institutos, fundaciones o universidades de medicina privadas en Estados Unidos, incluidas las llamadas universidades de la «Ivy League» como Harvard, Yale o la misma Clínica Mayo; la industria farmacéutica simplemente compró la opinión médica en todo el mundo y a científicos, políticos, empresarios.
Por nombrar un ejemplo: Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa de Estados Unidos (2001 – 2006) durante la administración de George W. Bush, antes fue consejero delegado de varias multinacionales farmacéuticas y recibió varios premios por sus servicios en esa industria antes de que lo designaran para ese cargo. Cabe señalar que, en noviembre del 2006, una veintena de asociaciones de derechos humanos representadas por el abogado alemán Wolfgang Kaleck demandaron a Rumsfeld y otros cargos estadounidenses en el Tribunal Supremo alemán o Bundesgerichtshof de Karlsruhe, por crímenes de guerra cometidos en Abu Ghraib y la Base Naval de la Bahía de Guantánamo. El Foro Social de Sevilla presentó también, en febrero de 2007 una denuncia en el Juzgado de Guardia de Sevilla contra el ex secretario de Defensa estadounidense, pretendiendo que fuese juzgado por crímenes contra la humanidad en la guerra de Irak. De probarse algo, no hay duda de que Rumsfeld y todos los ejecutivos de la industria farmacéutica, incluido el grupo de inversión Rockefeller, se verían salpicados y al menos serían considerados responsables por muchos de la muerte de millones de personas a causa de enfermedades que se podrían haber prevenido si no hubiera sido por sus decisiones totalmente intencionadas. Ellos lo saben: o aplastan a la humanidad en una guerra de implicación mundial tipo «Gran Hermano» o un día la humanidad los aplastará a ellos. No hay punto medio. Ese es el trasfondo de la guerra. Por eso se enfrentan a todo el planeta.
El poder global de la industria farmacéutica
La Organización Mundial de la Salud (OMS) se creó hace más de 50 años con la intención de mejorar la salud en todo el mundo. Y uno de sus principales objetivos iniciales fue la difusión de información sobre nutrición. Junto con la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la OMS publicó informes anuales durante una década, en los que adjuntaba reportes concretos sobre nutrición. Pero después de ese período la industria farmacéutica tomó el control absoluto de la OMS y desde ese momento se convirtió en lo opuesto a lo que era. En 1963, sólo 15 años después de la fundación la OMS para servir a los habitantes del mundo se había convertido en un instrumento del cártel farmacéutico mundial.
Fue esa Organización quien supervisó las vacunas requeridas para que el personal militar italiano se hiciera parte de las misiones de la ONU que retornaron a principios de 2019 con graves enfermedades autoinmunes y oncológicas; el parlamento dispuso la labor de investigación de ello a la organización independiente CORVELVA que realizó un estudio sobre la vacuna contra la difteria, tétanos, tosferina, hepatitis B, poliomelitis y haemophilus tipo b fabricada por GlaxoSmithKline, evacuando un informe en agosto 2019 en el que declaraban haber encontrando hasta 65 sustancias que no se declaraban en el prospecto. CORVELVA promueve la libre elección de vacunas, lucha por la compensación de daños en usuarios como resultado de las prácticas de vacunación y aboga por la investigación científica independiente relacionada con la efectividad, calidad y estudio de posibles reacciones adversas. Es desde 1993 la “Coordinadora Regional del Véneto para la Libertad de Vacunación”, con sede en Venecia, Italia.
A mediados de febrero de 2020, Mattia de 38 años y deportista, ingresaba en el hospital de Codogno, en el norte de Italia, con una grave neumonía. Su caso fue descubierto gracias a la intuición de la doctora Annalisa Malara, quien al ver que el paciente, joven y sano, no mejoraba y cada vez estaba peor, pidió autorización para realizar la prueba del coronavirus, que hasta entonces sólo se había hecho con los evacuados de Wuhan (China) o con dos turistas chinos que se sintieron mal en Roma. Fue el primer caso de coronavirus en el país, el llamado «paciente uno», sin nexo con China y quién destapó que el contagio estaba ya extendido. Enseguida se empezaron a hacer pruebas y aparecieron los primeros casos de contagio en las regiones de Lombardía y Véneto, un total de dieciséis, y se produjo la primera víctima mortal en Italia: un hombre de 78 años también de Véneto. El 22 de febrero, los contagios ascendían ya a sesenta en Lombardia, Véneto, Emilia Romaña y Piamonte. El virus se extendía por el norte y se creó la «zona roja» para impedir entrar o salir de once municipios. Ahora toda Italia sufre limitaciones de movimiento y se han cerrado todas las actividades comerciales, excepto de supermercados, farmacias y otros establecimientos considerados esenciales. El país está quebrado.
El general iraní Qasem Soleimani fue muerto por un ataque de dron del ejercito de los Estados Unidos el 3 de enero de 2020 en el Aeropuerto Internacional de Bagdad ordenado por Donald Trump, sin notificación o consulta al Congreso. Irán es un país que ha sido perseguido desde la guerra del Golfo. Si no el único del mundo con una deuda externa irrisoria y que posee energía nuclear propia tanto para fines bélicos como pacíficos que al resto del mundo se le arrebató con los temas de desarme, desechando así la posibilidad de desarrollo de energía barata y eficiente; en gran parte del mundo se enajenaron empresas de electricidad pasando a manos de privados o usándolas para cancelar deuda externa de países en que ahora sus ciudadanos pagan energía carísima. Todo lo anterior independiente de que Irán puede nadar en petróleo, y se autoabastece de energía. Causa fundamental de la guerra en medio oriente es neutralizarlo pues tiene una posición geopolítica estratégica que ya Alejandro Magno la quiso y marcó el fin del Imperio Persa en la Batalla de Gaugamela. En resumen, es un país que puede tomar decisiones fuera de los bloques y para defenderse del monstruo se asocia a otro monstruo, y fue el General Soleimani quien llevó adelante tratativas de alianza militar y bélica con China.
China ha desplazado a la economía norteamericana desde la fabricación de fósforos, a teléfonos celulares, autos y naves espaciales; el copamiento de los mercados mundiales por parte de China es indiscutible e innecesario ahondar en el tema. Solo cabe traer a colación que hace poco tiempo dio un paso temerario cuando lanzó el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB) con 57 países fundadores y excluyendo a EE.UU. y a Japón. Al día de hoy cuenta con 87 miembros de los algo menos de 200 países en el mundo en lo que fue, a todas luces, una declaración de guerra económica tan manifiesta como solapada.
En noviembre o diciembre de 2019 se registran los primeros casos de coronavirus en China, probablemente debido al salto del SARS-CoV-2 de un animal a un humano en un mercado de Wuhan, ciudad capital de la provincia de Hubei. Justo allí se encuentra el Instituto de Virología de Wuhan. Y en febrero de 2020, ya con la crisis desatada, el New York Times informó que un equipo dirigido por Shi Zhengli en el Instituto fue el primero en identificar, analizar y nombrar la secuencia genética del nuevo coronavirus (2019-nCoV) y subirla a bases de datos públicas para que científicos de todo el mundo tuvieran acceso. Ese mismo mes, el Instituto solicitó una patente en China para el uso de remdesivir, un medicamento experimental propiedad de Gilead Sciences, que según el Instituto inhibió el virus in vitro, en una medida que también planteó inquietudes con respecto a los derechos internacionales de propiedad intelectual. En un comunicado, el Instituto dijo que no ejercería sus derechos de patente chinos: «si las empresas extranjeras relevantes tienen la intención de contribuir a la prevención y el control de la epidemia de China». Se rumoreó que el Instituto era la fuente del brote de coronavirus como consecuencia de la investigación en armas biológicas, pero fue desmentida como teoría conspirativa por el mismísimo Washington Post en un artículo titulado: «Los expertos refutan la teoría de la vinculación del coronavirus de China con la investigación de armas». El Post citó a expertos estadounidenses que explicaron por qué el Instituto no era adecuado para la investigación de armas biológicas, que la mayoría de los países habían abandonado las armas biológicas como infructuosas, y que no había evidencia de que el virus hubiera sido modificado genéticamente.
Menos conocido es el hecho de que el 18 de octubre de 2019 el presidente chino, Xi Jinping, inauguró oficialmente los Juegos Mundiales Militares. En un estadio en el que se encontraban cerca de 60.000 espectadores, la ceremonia de inauguración empezó con el desfile de 109 delegaciones en medio de grandes ovaciones. En los nueve días siguientes, un número récord de 9.308 soldados, incluyendo a 67 campeones mundiales y olímpicos compitieron en 27 deportes por 329 medallas bajo el lema de los juegos de ese año: «Compartir la amistad, construir la paz». ¿Dónde? En el Centro Deportivo de Wuhan. Y por ello de las acusaciones cruzadas.
El mismo día que se inauguraban los Juegos Militares, en Chile, estudiantes saltaban los torniquetes del Metro y por la noche ardían las estaciones. En el hotel The Pierre, de Manhattan se realizaba un simulacro de pandemia llamado «Evento 201» que fue un ejercicio de simulación que tuvo lugar también el 18 de octubre de 2019. Los participantes (banqueros, empresarios de alto nivel y responsables de varios organismos financieros) se reunieron para explorar ideas sobre cómo mitigar los devastadores impactos económicos y sociales mundiales que resultarían de «un brote intercontinental grave y altamente transmisible». El ejercicio se construyó alrededor de un virus ficticio, escogiendo un coronavirus natural (no muy diferente al SARS o MERS) que, según el ejercicio, habría surgido de los cerdos y sintetizó las campañas oficiales conocidas hoy contra el COVID-19 y empleadas por varios gobiernos, casi a modo premonitorio.
El evento fue organizado por el Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud en asociación con el Foro Económico Mundial y la Fundación Bill y Melinda Gates. Solo se podía acudir por invitación, con la asistencia de medios como Bloomberg. No se permitieron grabaciones de video y de audio, sino que después del evento, se entregaron algunos prehechos en alta calidad para su difusión en medios seleccionados; normalmente prensa especializada dirigida a público determinado. Entre los participantes estuvieron Ryan Morhard, asesor en materia de salud y economía del Foro Económico Mundial; Chris Elias, presidente de la División de Desarrollo Global de la Fundación Bill y Melinda Gates; Tim Evans, ex director de salud del Banco Mundial; Avril Haines, ex subdirector de la CIA, Sofía Borges, en representación de Naciones Unidas; Stanley Bergman, presidente de la Junta y CEO de Henry Schein (un distribuidor mundial de suministros médicos y dentales, incluidas vacunas, productos farmacéuticos, servicios financieros y equipos); Paul Stoffels, director científico de Johnson & Johnson; Matthew Harrington, director de operaciones globales de Edelman (una de las firmas de consultoría de marketing y relaciones públicas más grandes del mundo); Martin Knuchel, Jefe de gestión de crisis, emergencias y continuidad de negocios de Lufthansa; Eduardo Martínez, presidente de la Fundación UPS; Hasti Taghi, vicepresidente y asesor ejecutivo de la cadena norteamericana NBC o Lavan Thiru, representante jefe de la autoridad monetaria de Singapur.
Todo lo anterior son hechos; indesmentibles, comprobables… ¿Que viene entonces?
La vacunación dirigida: el comercio del pánico
Difícil predecir, pues no existen los magos y el Tarot no da el ancho y alto; pero llaman la atención ciertas cosas; como que los dos focos principales de coronavirus sean por una parte en China e Irán y por otra en el norte de Italia, justamente en el Véneto. Es penoso especular que mañana aparecerá una vacuna y todo el mundo correrá a inoculársela, cure o no. Tan penoso como recordar el informe sobre la estabilidad financiera mundial (GFSR) presentado en el FMI en abril de 2012 y donde se pone de relieve las implicaciones financieras potencialmente muy graves del riesgo de longevidad, o las palabras de Bill Gates respecto de que las guerras futuras no serían con armas sino con microbios.
Es sabido que grandes farmacéuticas financian campañas de presidentes y políticos que luego promueven leyes de vacunación obligatoria, Macri en Argentina lo hizo con la gripe y antes Cristina Fernández con el VPH. Sanofi Pasteur financió la campaña de Macron en Francia. Y se prohibió en muchos países fabricar vacunas porque se importan desde la India, más baratas. Hoy la corporación Rockefeller es dueña de las farmacéuticas mas grandes, que prueban sus fármacos en los países periféricos —en sus palabras—. En volumen del dinero que mueven, esa industria está muy por encima del mercado de los carteles del narcotráfico, pero legal.
¡Cómo sería de bueno!, que esto fuera natural y no que se buscara un estado de pánico para luego acudir con la supuesta solución que es la vacuna; y que el mismo que genera el problema también tiene la salida. Pero es difícil no referirse a la periodista científica austriaca Jane Burgermeister que en abril de 2009 presentó una denuncia penal ante el FBI por bioterrorismo en contra de la OMS, de la ONU, del gobierno estadounidense y varias otras organizaciones públicas de salud como la FDA, así como laboratorios farmacéuticos, bajo la acusación de crear falsas pandemias gripales para luego administrar vacunas peligrosas en forma masiva. El foco de su primera denuncia penal fue un episodio ocurrido en febrero de 2009, cuando la filial austriaca de Baxter distribuyó 72 kilos de material contaminado con vacunas vivas del virus de la gripe aviar a dieciséis laboratorios; contra lo indicado, un investigador en colusión con la periodista inoculó a mil hurones, que murieron. De la noche a la mañana esa pandemia desapareció y poco nos acordamos de ella.
Es verdad que la periodista de un tiempo a esta parte a desvariado y sus publicaciones son cada vez más extrañas, pero en su etapa cuerda planteó algunas cosas que no es malo tener al menos a la vista, por último, por curiosidad o cultura general. Decía que el fin último de las vacunas administrada a la población por las élites busca destruir la capacidad de sentir emociones; como el miedo o la ira, que las necesitamos, porque cuando nos enfrentamos al peligro, amenazas o injusticias necesitamos disponer de esa energía para movilizarnos y encontrar la solución adecuada. Tener emociones, incluso negativas, es parte del ser humano, es parte de vivir una vida rica y plena, y es parte de llevar una vida segura porque nos advierte de los peligros. Sin esas emociones, si son suprimidas, nos convertimos en ovejas dóciles. Las élites, los gobiernos, las transnacionales y por supuesto las grandes farmacéuticas pueden hacer lo que les plazca con la gente que tenga las defensas en ese estado. Y por ello plantean pandemias artificiales y campañas de vacunación masivas.
Este es un punto de inflexión. Hay que hacer frente a esto con conocimiento. Puede que salven vidas, y también puede que no están diseñadas para generar salud o felicidad. ¿Quién nos lo asegura? Falta transparencia, datos, y que la información proveniente de organismos confiables e independientes sea pública, accesible y de calidad. Que no se compren en la India sin saber, nadie, que viene dentro. Porque no olvidemos que en este país se comprobó que una dictadura era compatible con el libre mercado, la llevaron adelante los Chicago Boys… a propósito: alguna vez te preguntaste, viviendo en Chile. ¿Quién fundó la Universidad de Chicago? En 1890, fue John D. Rockefeller, ¿te suena? Entiende, esto se trata de la vida y el futuro de cada persona sobre este planeta y sobre la propia humanidad como personas dignas y libres.
Mientras tanto…
Según reportó el portal California Medios, ante la incertidumbre de mercado, Pekín decidió comprar alrededor del 30 % de acciones de empresas que se encontraban en manos de capitales de Occidente. Debido a la situación del COVID-19 en Wuhan, el renminbi, la moneda china, comenzó a devaluarse, pero el Banco Central de la nación asiática no tomó ninguna medida para detener su colapso. También hubo muchos rumores de que China no contaba con mascarillas ni recursos suficientes para combatir el coronavirus, que, aunados a la decisión de Xi Jinping de bloquear las fronteras y mantener un cerco a Wuhan, produjeron una fuerte caída en los precios de las acciones (44 %) de empresas en las áreas de tecnología y química. Fue el momento oportuno esperado por Xi Jinping, para concretar su estrategia, e hizo el gran movimiento cuando el precio cayó por debajo del límite permitido, ordenó comprar todas las acciones a la vez. El gigante asiático no solo ganó 2.000 millones de dólares, sino que logró convertirse en el accionista mayoritario de las empresas, por encima de los europeos y norteamericanos. De este modo, se convirtió en propietario de industrias de las que dependen la Unión Europea y Estados Unidos; a partir de este momento será el Partido Comunista chino quién fijará el precio de los bienes. ¿Cómo están deteniendo la pandemia ellos? Simple: eliminando a los contagiados. Las reglas de allá no son las de acá, salvo las del libre mercado, y veinte mil muertos para una población de 1.500 millones de habitantes no es nada.
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Rodrigo Barra Villalón nació en Magallanes en 1965. Profesional de la Universidad de Chile en el área de la salud, ejerció durante algunos años para luego dedicarse a la actividad empresarial en un ámbito del que recién se comenzaba a hablar: Internet. La literatura siempre fue una pasión, pero se mantuvo inactiva por razones de fuerza mayor. Hasta que en 2018, alejado ya de temas comerciales, tomó la decisión de convertirla en un imperativo.
En ese año sometió su escritura al escrutinio de diversos editores, talleres y cursos; publicando su primer libro de cuentos y de crónicas políticas del período de la dictadura (1973-1991), Algo habrán hecho, en diciembre de esa temporada (Zuramerica, 2018), el cual obtuvo una positiva reacción por parte de la crítica especializada y del público lector. Luego vendría Fabulario (Zuramerica, 2019), una colección de 37 narraciones de ficción alegóricas y se encuentra trabajando en su primera novela, Un delicioso jardín. Es socio activo de Letras de Chile.
Crédito de la imagen destacada: Grupo Prisa.