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«El pensamiento del poema», de Mario Montalbetti: El poema y los vectores

En este Día Mundial de la Poesía ofrecemos el ensayo que un joven editor chileno y aventajado cultor de la disciplina, discurre en torno al libro que, lanzado por Ediciones Cinosargo y el sello Marginalia —sólo horas antes del estallido social del viernes 18 de octubre de 2019, en Santiago—, ha motivado un profundo debate al interior de la cartografía creativa de la literatura hispanoamericana.

Por Nicolás López-Pérez

Publicado el 21.3.2020

Mi primera aproximación a este libro vino con la conferencia de Mario Montalbetti (Callao, 1953) titulada “La mesa de Ishigami y la idea del poema”, dictada un par de días antes del estallido social en Santiago. A continuación, unas notas y glosas que me quedaron en órbita tras la lectura.

Junya Ishigami en 2006 proyectó y construyó una mesa con una lámina de acero pretensado, de dimensiones 9,5 por 2,6 metros. Su grosor, de tres milímetros. El trabajo del arquitecto japonés pone en cuestión la estructura y las relaciones de equilibrio a que llegan las cosas que reposan sobre la mesa. Se invierte el proceso del pensamiento, al ver una plancha delgada que sujeta una serie de cosas de lado a lado. Montalbetti en la conferencia aludida piensa con la mesa de Ishigami en un interesante poema de César Vallejo. El poema “La paz, la abispa, el taco, las vertientes” puede asemejarse a esa mesa con un —presumible— equilibrio precario. El sostén del poema, compuesto por una lluvia de sustantivos, adjetivos, gerundios, adverbios y, lo que quiero llamar, vectores. Las palabras, los significados a los que se aferran los ojos en una maquinaria lógica y los vectores que hacen viajar el lenguaje en la mente de quien lee. En un poema de Vicente Aleixandre, “Se querían”, en la última estrofa, la enumeración caótica de sustantivos, se remata con dos verbos. Vallejo va más allá. En la última estrofa del poema que referí, primer verso: “lo horrible, lo suntuario, lo lentísimo…”, pues: ¿qué quiere decir eso en específico? Dos especies de espacios para pensar en y sobre el poema.

 

1. La obsolescencia programada del poema

¿Hay una posibilidad de ir contra el poema? El poema es, ¿un sujeto o un objeto? ¿De qué se trata todo esto? Montalbetti tiene dos ejes importantes en su libro. El primero es la tesis y disquisición con Alain Badiou, “el poema es una forma de pensamiento”. El segundo es la separación entre poema y matema a la hora de viajar hasta la mente de un descifrador para conferir o alquilar una pizca de sentido. Dos tesis más. Y varias preguntas.

α. El poema es una cosa hecha con palabras.

β. El poema tiene una obsolescencia programada.

“A nadie le gusta la poesía. ¿Y por qué habría de gustarles? ¿Acaso necesitamos otro poema que describa la forma en que la luz cae en tu escritorio como una metáfora para la quimioterapia de tu madre? Claro que no.” El pencazo es de Kenneth Goldsmith, en su “Manifiesto por la poesía actual”. La traducción, cuenta de la casa. ¿Qué tienen que ver las dos tesis y la cita irónica, como regañando, aquí? La pervivencia de un pensamiento es que vaya más allá de la simple emoción, una forma de negociación mental e imaginaria entre quien escribe y quien lee. A un lado, vivir el texto como poema. Al otro, tratar el texto como poema. La distinción es sutil.

¿Cuál es el origen del poema? No me pregunto por el primer poema escrito. ¿Cuál es el origen de la poesía? No me pregunto por lo primero que se dijo poesía. Como el huevo y la gallina, un texto no es escrito como poema, sino que es leído como tal. En ese aspecto, la tesis general de Montalbetti tiene sentido. El poema es una forma de pensamiento. Una forma de intelección. Una cosa, a la postre. La tesis α apunta al deseo de las palabras de unificarse con un sentido. También sintaxis y de ahí ir fraguando una dirección para permitir o la comunicación o un razonamiento inductivo o uno deductivo hacia dentro y hacia afuera. La sintaxis es la ordenación de los electrones, protones y neutrones que conforman un átomo-oración. Desde esa perspectiva, química del lenguaje. La poesía puede establecerse como una relación, un campo magnético donde los átomos van formando moléculas. Y de esa relación, como si las palabras quisieran ser cosas y las cosas quisieran ser palabras. Toda palabra tiene un poco de cosa y viceversa. Como en el yin y el yang.

En lo de Goldsmith, los poemas que no necesito, modos de conocimiento de lo ya conocido. El poema no necesariamente es un modo de conocimiento. En la tesis α a la luz del citado poema de Vallejo, una gran molécula poética que se conforma de átomos cuya composición nos reconduce a una u otra sensación, a una u otra reacción en los nervios. La última estrofa es clave, hay algunos aspectos que me llaman poderosamente la atención. Vallejo dice, entre otras cosas: “lo aciago, lo crispante, lo todo, lo táctil, lo profundo”. Vectores que dejan en la tarea del receptor su decodificación. O más que desencriptar la contraseña, un hipervínculo para saltar entre imágenes y los alrededores de cada una. Una cajita que es preciso abrir para ver qué hay dentro. Algo tan universal como local. En la tesis α hay una especie de física y química del poema, ¿hablamos de diseño todavía? ¿Seguimos con consejos para componer? No vamos a llegar a una tesis trascendental para afinar el lápiz y distribuir las palabras. El poema como objeto, ¿y quién o qué es el sujeto?

El poema concentra pequeñas parcelas de “parecidos de familia” en la metáfora de Ludwig Wittgenstein. Y a la vez, no. El campo semántico de la palabra poema y el sentido de defender que algo se llame poema, pone imágenes y semejanzas. El poema incluye una valoración del mundo. Acerca de las construcciones mentales que se transmutan en otras posibilidades, lingüísticas, de sentido, en los límites de usar el lenguaje, en la diversidad de maneras de hablar sobre lo poético. Desde ese punto de vista, crece un repertorio de opciones abierto a la articulación del poema y más que a la posibilidad de su extinción, la de su hiperextensión, sujeta a la historia de la humanidad y los desarrollos tecnológicos.

De lo de Goldsmith puede desprenderse un poema que tiene una obsolescencia programada que no por eso será menos poema que otro, sino que tiene una fecha de caducidad por el efecto que produce. Es un poema que podemos encontrar en algún pasillo del supermercado y que lo vamos a masticar, tragar, digerir y, probablemente, defecar. Dijimos: ¿obsolescencia programada del poema? El problema es quizás sacralizar el poema, ¿puede haber poesía sin poema? Contra el poema. La tesis β puede apoyarse en las leyes de Price y Lotka. La literatura disponible puede agruparse en efímera y clásica, de acuerdo a su tiempo de rotación y traslación. Según Price, cada 13,5 años el número de publicaciones se dobla y cada, aproximadamente, trece años la cantidad de referencias que recibe cada publicación disminuye a la mitad. Esta es una ley de obsolescencia de publicaciones científicas.

La ley de Lotka, en la misma línea, viene a determinar cuáles publicaciones, según índice, contribuyen al progreso de una disciplina. La tesis β tiene sentido cuando se habla de generalidades en la inmensa galaxia de poemas, ¿se puede la bibliometría en la poesía? La tesis β tiene sentido si se ve desde el punto de vista de quien produce textos poéticos, en eso que puede llamarse “escritura creativa” o en lo que Goldsmith llama la “escritura no-creativa”. Si se ve desde el punto de vista de una “lectura creativa”, la obsolescencia viene dada por la no participación de tal o cual poema en un canon individual, en una cartografía propia de lectura o en la dificultad para recuperar la información de algún caso. En esto último nos aparecen autores de literatura pérdida o libros o poemas que pertenecen a una periferia o un margen. El poema es esencialmente obsolescente. Lo que no implica que no pueda existir un encuentro de la diversidad valorativa en las maneras de gestionar el lenguaje de la poesía, lo que por cierto no se constriñe al poema. Desde ese lado simbólico del poema, es éste una forma de pensamiento. Y nos queda el vector “lo poético” para continuar una conversación. Se puede decir, con certeza, ¿qué es lo poético?

 

2. Sintaxis, sentido, referencia y el búmeran de Doi

Je suis un syntaxier (yo soy un sintáctico o un creador de sintaxis) dice Stéphane Mallarmé en una entrevista de 1896 en el periódico Le Figaro. Voy a los extramuros del Montalbetti de El pensamiento del poema, El País, 28 de junio de 2018: “Creemos que pensamos con imágenes pero ni siquiera lo hacemos con palabras; pensamos con frases. No puedes pensar con una palabra, tienes que articularla en una frase para comenzar a pensar. Pensamos con lo que la sintaxis te permite articular.” Continúa con: “Para mí lo que dice el poema no es tan interesante como lo que el poema le hace al lenguaje”. Pensamos con la sintaxis, con lo que podemos llegar a concebir al emplearla, ¿y qué le hace el poema al lenguaje? Otra tesis por acá.

ɣ. El poema para y para el sentido y su referencia.

El sentido como el modo de presentación de una referencia, de un objeto. Como en las investigaciones de Gottlob Frege, se puede hablar de algo que no exista realmente, por ejemplo, un unicornio o un basilisco. La ficción de la hiperextensión del lenguaje, no es lo que se dice ni lo que se hace ni lo que se sueña, es lo que el decir, el hacer y el soñar le hacen al poema. Y quizás se extiende a la poesía y al lenguaje.

En la tesis ɣ el poema puede ser una fuerza creadora de sintaxis. Con la sintaxis un poema vuelve al lugar de donde salió. Cada vez que hablo de poema es como si estuviera salvándolo de algo. Quizás de sí mismo. O de los que le arrojan un flotador en medio del océano. Según Montalbetti: “el poema construye una realidad a la que nos podemos asomar y nos protege de ella.” Estoy pensando en un adornito en forma de bola que contiene una casita, un viejo pascuero y la nieve; en un zoológico; un cine donde pasan las películas extraordinarias que se parecen y no a nuestra propia vida y de las que salimos tan perplejos y con un impacto producto de los detalles. El poema puede ser un lugar donde el detalle pierde su libertad, si la tesis ɣ vale, el poema tiene una finalidad y coadyuva a un producto de su modo de presentación, su manera de decir, de referir —a la Frege—, y al objeto mismo. Su prisión es concebirse como un objeto, como un adornito navideño. O tal vez, el poema para, detiene, de-tiene, ¿deja de tener?

Con la tesis ɣ el poema sigue subsistiendo. En la otra cara, la separación entre poema y matema que Montalbetti fija con fines instrumentales. Hay enunciados que construyen un texto como poema en tanto vehículo de sentido y otros que bajan al entendimiento como matemas. Poema, algo no necesariamente cierto, transporta idea y emoción, a través de la metáfora y la metonimia. A veces, tampoco necesariamente cierto, a través del relato. Matema, en la formulación de Lacan, es un vehículo de sentido que encierra una verdad lógica porque surge a partir de una necesidad lógica. Desde la interacción del psicoanálisis con las matemáticas y un pequeño giro lingüístico, como el sugerido por Richard Rorty. Los problemas metafísicos y epistemológicos son problemas de lenguaje. Y las matemáticas, una forma de lenguaje. El matema no es parte de la realidad ni tampoco es parte de la teoría de lo empírico. El matema es en parte deducción. Las operaciones del logos no involucran matema, sino que esto se revela como emergencia y como una formulación sujeta al teorema de la deducción. Quizás un instante en que lenguaje ordinario y lenguaje lógico se cruzan o que el lenguaje de la poesía se cruza entre lo deductivo y lo intuitivo.

En una entrevista concedida a la revista Carcaj, Montalbetti afirma que el poema tendría que: “reivindicar el desfase absoluto entre el decir y el ver”. Quizás como distinguir entre pensar e imaginar. Lo que está fuera de los márgenes reviste un especial interés. Se dicen cosas del silencio, pero algunos escriben con el silencio y no me refiero a una performance al estilo de John Cage. Sino que a una economía de las palabras produciendo, igualmente, un pensamiento. De acuerdo a Badiou, el pensamiento es producido por el poema y no por el conocimiento, porque no habría conocimiento. Quizás el poema como las cosas que le han pasado al lenguaje y que exudan una propiedad que no necesariamente está en el mundo, funciona como un pequeño feudo donde están todas las reglas y donde no hay ninguna, donde la lógica del mundo admite incluso sus contradicciones, pero ¿el poema piensa? ¿Piensa el poema? ¿Piensa un objeto? El poema se dispone en una sintaxis que permitiría articular algo. El pensamiento no va con palabras, sino con frases, oraciones. Así nos grita el arte callejero.

Cuando se dice que el poema para, pienso en el búmeran de Takao Doi. El búmeran, de forma curvada o hélice, tras lanzarse, si no impacta en su objetivo, retorna al punto de origen. La explicación en la aerodinámica. En marzo de 2008, Doi probó en las inmediaciones de una estación espacial, con gravedad cero, si el búmeran al no impactar en un cuerpo volvería. El búmeran fue arrojado y regresó a su punto de origen. Sobre esta idea, el espíritu de la lengua versus la clausura semántica del lenguaje. Dos ideas que se sujetan a la gravedad en la página, a otro tipo de gravedad. En el espíritu de la lengua no es sino una periferia expresada entre los márgenes de un texto. Algo que nos arrastra desde las antípodas de lo que creemos poema y que quizás ni siquiera es un poema o de lo que creemos poesía y que ni siquiera lo es. Por otra parte, la clausura semántica del lenguaje es lo que se impone para decirnos que algo significa tal y cual cosa. El poema para la gravedad y opera incluso cuando ésta se ausenta. Un búmeran que regresa, si no impacta, al inicio. El poema como forma de pensamiento, como retorno.

Quizás todo nos aparece como una tarea de usar el lenguaje con que la poesía aparece a los ojos o con que se crea el poema para romper el dominio de la mente sobre la palabra al descubrir los engaños, los desvíos que vienen tras sentar las relaciones de los conceptos o las imágenes que surgen al usar el lenguaje mismo. Tal vez, una liberación del pensamiento a través del lenguaje de la poesía o del que se le puede imputar a posteriori. La sintaxis podría tener la primera palabra, de la última. O la trayectoria. El lenguaje hace espacio. No lo ocupa. Ciertos lenguajes generan treguas conceptuales como el lenguaje jurídico. El lenguaje del poema puede tener más de una dimensión. Podría hablarse de poemas, de poesía en tres o cuatro dimensiones. Entendiendo que la tercera dimensión es anchura, altura y profundidad. Y para la cuarta, se suma el tiempo, ¿hay poemas pentadimensionales?

El poema como un objeto. El pensamiento, como un sujeto en su totalidad y en sus fragmentos. El poema suele tener un sentido, un vector y, al menos, una dimensión posible. Probablemente, el poema proveniente de la imaginación de alguien no es suficiente sin una opción de reducir, reutilizar, reciclar el pensamiento que le subyace, que no es igual a que el poema piense o que el o la poeta piensen con el poema. La poesía va generando un pensamiento que se enraíza en la escritura de un autor o de una autora. Ejemplo, la proposición 31.1.1 de Carlos Cociña: “Las cosas que no existen, están en el origen de las palabras.”

 

También puedes leer:

El pensamiento del poema, de Mario Montalbetti: Un texto que tiende a lo infinito.

 

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Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) es poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial & revista Litost, administra la mediateca de poesía “La comparecencia infinita” y sus últimas publicaciones son Coca-Cola Blues (Ciudad de México: Vuelva Pronto Ediciones, 2019) y Escombrario (Santiago: Contraeditorial Astronómica, 2019).

 

«El pensamiento del poema» (Cinosargo-Marginalia, 2019)

 

 

Nicolás López-Pérez

 

 

Crédito de la imagen destacada: Ediciones Cinosargo y Marginalia.

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