«El planeta de los simios»: La filosofía audiovisual de la ciencia ficción

La franquicia inaugurada en 1968 por el realizador estadounidense Franklin J. Schaffner —con exitosas precuelas durante la última década— abrió un insospechado campo de reflexión estética acerca de la existencia del hombre y de la vida en la trayectoria biológica del planeta Tierra.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 4.6.2020

No cabe duda de que el inicio de El planeta de los simios de Franklin J. Schaffner (Planet of the Apes, 1968) encierra buena parte de su parábola catastrofista y moralizante: el cínico capitán George Taylor, un astronauta —o más apropiadamente, un flaneur de las estrellas—, se encuentra grabando su bitácora mientras los demás tripulantes de su nave espacial yacen dormidos desde hace meses. Habla de los sinsabores de la exploración del espacio profundo, de la pequeñez metafísica que experimenta al darse cuenta de que el tiempo en la nave no es el mismo que en la Tierra —en la que han pasado casi 700 años mientras que solo unos meses en su pequeña barcarola sideral— y se pregunta si, pese a esa tremenda llaga que ha abierto el tiempo, el ser humano sigue luchando contra su hermano.

De algún modo Taylor sabe la respuesta y por eso se siente solo. Se sumerge, pues, en su propio camarote y deja que el hipersueño lo consuma. Mil años más tarde, se despierta cuando caen en un planeta hostil reinado por una especie singular: primates que cazan a una bestia llamada hombre.

El destino aciago que propone El planeta de los simios tiene como contrapunto el que anuncia 2001: odisea del espacio, película estrenada solo unos meses después y que le dio una vuelta de tuerca aún más radical a la ciencia ficción cinematográfica: la primera apuesta por un futuro donde el ser humano es un simple parásito, una alimaña despreciable que ha crecido en un planeta desconocido bajo la sombra de los monos, amos y señores de un conocimiento sacro, pero cuestionable. La segunda, en cambio, anuncia un futuro prometedor en el que los seres humanos han iniciado la conquista del cosmos, aunque con una esquirla no menor en sus ojos visionarios: funcionan maquinalmente, su actitud es mediocre y los invade el tedio y la banalidad.

El planeta de los simios, en ese sentido, ni siquiera se molesta en ufanarse del imperio de la técnica. Los primates que regentan ese mundo árido y extraño tienen como máxima tecnología armas de fuego, pero andan a caballo y manejan carretas. Cuando Taylor afirma que llegó en una nave desde un planeta distante no le creen y lo toman por hereje, porque el mero hecho de volar es una afrenta a la naturaleza. Asimismo, viven en una urbe centralizada, lejos de lo que llaman «La Zona Prohibida» y a la que ningún simio puede llegar sin previa autorización de un consejo de ancianos misteriosos y reservados.

Esa desconfianza y control chocan con el espíritu individualista e iconoclasta de Taylor. Los simios si bien han conseguido levantar una sociedad que funciona con relativa normalidad, son herederos de los males del ser humano. Schaffner lo anuncia con ese héroe desganado y molesto, destripando varios de los vicios de la sociedad de los años sesenta que persisten hasta hoy y que los simios siguen replicando inconscientemente: la irracionalidad de la carrera armamentística, el desequilibrio dogmático y la violencia que el ser humano arrastra, incluso en circunstancias tan oscuras como la presente.

El ser humano, de hecho, no es mejor que los simios. Taylor se da cuenta de que su especie tiende a la destrucción, aunque coexista en ella una ritualidad donde se perfila la trascendencia —lo que Nicanor Parra sintetizaba como «embutido de ángel y bestia»—. Reconoce esa tendencia autodestructiva, pero, incluso en las peores circunstancias, espera, acaso, una pizca de humanidad.

Los simios, por su parte, creen que no es posible y eso los lleva a un ciego dogmatismo que se disfraza de falsa religión. Reconocen los males del pasado, pero no creen en la promesa de un futuro.

Es, finalmente, el espectador quien tiene la última palabra.

 

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Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción. También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Felipe Stark Bittencourt

 

 

Imagen destacada: Un fotograma de El planeta de los simios (1968), del realizador Franklin J. Schaffner.