«El repostero de Berlín»: La sutileza y la obviedad

Todavía presente en la cartelera local (en la sala El Biógrafo de Santiago, en específico) la obra audiovisual del realizador israelí Ofir Raul Graizer se levanta como un filme sugerente y preciso, donde no hay espacio para las gratuidades dramáticas ni tampoco una verdad latente que se quiera gritar como una moraleja necesaria, que acepta la parsimonia del metraje no como una carga, sino como un ingrediente necesario de la cinta.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 15.4.2019

Cierta herencia del neorrealismo italiano corre por las venas de El repostero de Berlín (2017), coproducción entre Israel y Alemania. El tiempo no corre ni se apresura; aparece latente en los planos fijos y las secuencias, en la gestualidad de los personajes y en las omisiones o fueras de campo que completan lo no dicho, los silencios y los deseos no cumplidos.

Es quizá esto último lo más interesante en esta película de Ofir Raul Graizer (1981), director discreto y cuidadoso que evita la ampulosidad de este tipo de relatos y que lleva a su película a puerto seguro, aunque no sin ciertos espolonazos.

Thomas (Tim Kalkhof), un joven pastelero alemán, viaja hasta Jerusalén tras la muerte de su amante Oren (Roy Miller), un israelí que estaba casado con Anat, la dueña de un café kosher (Sarah Adler) que tiene conflictos con su cultura y religión. Thomas y Anat, son dos marginados en un mundo que no parece comprenderlos. Viven en ciudades asemejadas por el ejercicio somero de la cámara, pero que son profundamente distintas entre sí por las costumbres, la comida y la música, aquello que, muchas veces, aparece en el plano como elemento secundario a la composición, pero que es latente y claro sin ser evidente.

Esto se debe a que no son los espacios físicos lo que preocupa a Graizer, sino la omisión entre estos. Viajes entre países, traslados del trabajo a la casa o acciones tan simples como preparar unas galletas son generalmente omitidas por el montaje o por el fuera de campo de la cámara; a veces las vemos, pero no es regla general, pues son en estos espacios no mencionados donde se mueven Thomas y Anat. Lo hacen silenciosamente, acatando costumbres pero sin tenerlas como suyas. El tiempo, de este modo, se intensifica y permite que el espectador no transite apresuradamente por sus vidas; Graizer da, así, espacio a la empatía, a la reflexión y a que las mentiras, las omisiones y los silencios aparezcan naturalmente en secuencias de plano fijo muy bien compuestas.

En los hombros y en los secretos que Thomas y Anat se esconden, es que El repostero de Berlín se levanta como un filme sugerente y preciso, donde no hay espacio para las obviedades ni tampoco una verdad latente que se quiera gritar como una moraleja necesaria. Graizer quiere que los acompañemos en el duelo de cada uno cruzando su relación de forma inquietante y suscitando el interés del espectador, que acepta la lentitud no como una carga, sino como un ingrediente necesario de la película.

Pero cuando la obviedad se atraviesa y aparece un personaje como la madre de Oren, que parecía ser necesario para introducir un matiz a la historia, El repostero de Berlín da un giro a lo directo y en lo sucesivo su mensaje y dirección pecan de obviedad. La sutileza que anteriormente había manejado se pierde un poco y la película termina no a trompicones, pero por poco lo hace.

No cabe duda alguna de que hay oficio de artesano en la dirección pausada de Graizer, conocimiento y compasión por sus personajes. Su filme está lejos del fracaso y de la más absoluta de las imperfecciones, pero no carece de clichés. Es, sin embargo, una cinta muy buena de un director debutante al que vale la pena seguir la pista.

 

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Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente, se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción.

 

El actor Tim Kalkhof en una escena de «El repostero de Berlín» (2017)

 

 

 

 

Felipe Stark Bittencourt

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Un fotograma del filme The Cakemaker (2017), del realizador israelí Ofir Raul Graizer.