Finalista del prestigioso premio Herralde de novela 2018 (el mismo galardón que lanzara a Roberto Bolaño al estrellato literario en 1998), la obra de la narradora chilena se centra en el personaje de Ania, una profesora cesante que azotada por fuertes dosis de sensibilidad repasa su vida, yendo y viviendo del presente hacia el pasado, para centrar todo en una infancia solitaria y plagada de cuestionamientos existenciales.
Por Joaquín Escobar
Publicado el 31.3.2019
Debo reconocer que la literatura de Alejandra Costamagna (Santiago, 1970) no está dentro de mis favoritas. Mis intereses literarios están puestos en otro tipo de narraciones (más arriesgadas y menos conservadoras) no obstante, es de una necedad absoluta no reconocer que El sistema del tacto (2018) es la mejor novela dentro de su amplia producción literaria, pues permite visibilizar todo el oficio de una escritura pulcra, madura y sin grietas, que en cada uno de sus silencios muestra la ferocidad de la barbarie.
Finalista del prestigioso premio Herralde, la novela se centra en Ania, una profesora cesante que azotada por fuertes dosis de sensibilidad repasa su vida, yendo y viviendo del presente hacia el pasado, para centrar todo en una infancia solitaria y plagada de cuestionamientos. Las mariposas que chocan contra los vidrios de los autos, son una de las obsesiones de la protagonista, pues decide curarlas para que vuelvan a volar, siendo esta una analogía de todas la huidas interrumpidas que presenta el relato.
Por encargo de su padre, Ania debe viajar hasta Campana, un pueblo argentino en el que vivió su infancia y en el que acaba de morir Agustín, el último bastión de su familia. El regreso al pueblo es también un regreso a una identidad difusa, indefinida, determinada por las incógnitas que trajo consigo la dictadura y la casi guerra entre Chile y Argentina.
En busca de fármacos para dormir, Ania recorre un lugar que parece detenido en el tiempo, como si la tecnología hubiese pasado de largo por este paraje. En las plazas hay ancianos jugando a las cartas; hay un ciber desde el cual meterse a internet; y la casa de veraneo en la cual se aloja, aún conserva enciclopedias y máquinas de escribir. Lo remoto como un nido de fantasmas que la azotan, que le cortan los circuitos a la felicidad.
En El sistema del tacto todos los personajes son un puzzle construido por incertidumbres. Nélida, la madre de Agustín, no tiene razones que expliquen por qué sus padres decidieron enviarla al fin del mundo después de la guerra. Agustín, durante la década del setenta, mira con extrañeza a la niña chilena que vuelve verano tras verano, preguntándose por un país del cual solo sabe que su casa de gobierno fue bombardeada. Javier, un seudo novio de Ania, está diluido, como si su inconstancia lo transformara en un fantasma que no logra encajar en una relación amorosa. Todos los personajes de la novela son ajenos al lugar que habitan, por eso viven añorando lo que no lograron ser, como si tuvieran la certeza de que la vida está en otra parte.
En la medida en que el texto avanza, aparecen documentos, manuales, dictados dactilográficos, cartas, fotos y archivos que le pretenden entregar veracidad al relato. Mediante este proceso de resignificación asistimos a una novela-documental que más allá de las palabras opta por trabajar en forma paralela con un registro recolector, otorgándole a la novela una impronta particular que fue ejecutada previamente por Chynthia Rimsky en la literatura y por la compañía Laura Palmer en el teatro, es decir, hay un interesante proceso de diálogo intertextual, que canibalizado de otros registros se acoplan de forma acorde e interesante.
Alejandra Costamagna tiene un proyecto sólido y reconocible que se enmarca dentro de la literatura de los hijos. El valor de ella como escritora es indiscutible, sin embargo, al cerrar la obra surgen preguntas que más tienen que ver con este fenómeno literario en su conjunto: ¿No estaremos ante una forma de creación literaria gastada que perdió la potencia que tenía diez años atrás? ¿No se caerá, de vez en cuando, en un nido de historias que cautivan en Europa pero que en Latinoamérica dejaron de ser novedosas? ¿Se podrá seguir escribiendo a través de este registro? Preguntas para dialogar, para cuestionar, para reflexionar, para ver las formas de seguir posicionando a la literatura chilena.
Joaquín Escobar (1986). Escritor, sociólogo y magíster en literatura latinoamericana. Reseñista del diario La Estrella de Valparaíso y de diversos medios digitales, es también autor del libro de cuentos Se vende humo (Narrativa Punto Aparte, 2017). Asimismo es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Editorial Anagrama.